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Bécame mucho
El narrador Antonio Ortuño fue el que hizo la cuenta: en la historia de FONCA, surgido hace ya casi treinta años, el saldo es revelador: poco más de 3 mil estímulos repetidos muchas veces a una reducida comunidad de creadores y artistas en un país de más de 120 millones de habitantes. El saldo es dispar, endogámico, repetitivo y privilegiado. Se ha escrito demasiado acerca de eso ya.
También es cierto un criterio opuesto. Las becas de FONCA han apoyado y permitido la maduración y consolidación de autores que en diversas disciplinas hoy son nombres indiscutibles en nuestra cultura. Pero esos son los menos.
A nivel estatal, el PECDA fue un reflejo en miniatura de las dinámicas, sesgos y resultados del programa federal ¿Cuántas son las obras de valor surgidas a la luz de estos estímulos? ¿Cuántos libros, títulos u obras relevantes son resultado de este programa que ya también cumple su primer cuarto de siglo? ¿Qué fue de la “obra” y “proyectos” de tantos y tantos becarios beneficiados año con año en las más diversas disciplinas que sucumbieron -con todo y sus cheques- en el olvido?
Y una pregunta indispensable ¿Qué pasó con todos esos jóvenes autores a los que con un estímulo mensual de 7 a 30 mil mensuales un sistema de becas les dio la certeza de que podrían construir una obra sólida y que ya desposeídos de este beneficio vieron que ni la certidumbre económica ni un sistema asistencialista detrás de ellos -encuentros, publicaciones, difusión- sería suficiente para asegurar su permanencia y su continuidad como autores verdaderos?
El golpe debe haber sido duro.
El dispendio
La verdad sabida por todos es que estos beneficios económicos no siempre se utilizaron para solventar las necesidades cotidianas de los propios creadores.
¿Quién va a estudiar la relación intrínseca entre el auge de las becas y el incremento en el consumo de estupefacientes por parte de la comunidad artística? Esto no es un dicho al aire ni ocurrencia. Hay hasta libros que dan testimonio de esta fiesta de las adicciones personales pagadas con dinero público. Como ejemplo, un testimonio directo: a nivel regional, un autor gana un premio nacional de poesía con un monto de más de cien mil pesos. Apenas recibida la noticia, uno de los jurados le recomienda ir a ver a su propio dealer: amarran el trato y para la misma noche de entrega del premio se queman el dinero en apenas algunas horas: cocaína, fiesta, bailarinas y trago. Esto no es un trascendido: el mismo ganador del premio me lo contó.
Esta despreocupada visión del mundo, de dispendios, excesos y bohemia subsidiada con dineros del estado sólo fue posible dentro de un sistema de becas que casi nunca se preocupó por fiscalizar la pertinencia, la verdadera necesidad ni el verdadero destino de los recursos invertidos “en el arte”. Aún se recuerda el penoso alarde de la becaria de los Poemojis, ufanándose de gastar mes a mes el monto de su beneficio en hamburguesas de 400 pesos, ropa, viajes y comida para gato. Este abordaje no pretende tanto un juicio moral sobre las predilecciones privadas de cada uno, sino más bien sobre la necesaria pregunta: en un país con más de la mitad de su población en los límites de la pobreza, ¿Es justo y razonable que un sistema de becas, muchas de las veces se haya prestado para solventar los gastos banales y las adicciones personales de sus beneficiarios?
Manual del becario
Lo malo no son las becas. Sino la manera en la que son percibidas y abusadas. Trampeados sus vacíos legales y las ambigüedades para la perpetuación, la endogamia y el exceso.
Otro ejemplo: yo conozco por lo menos un caso a nivel muy cercano. Imaginemos un autor que desde mediados de los noventa pidió la beca de Jóvenes creadores, a partir de ahí tuvo oportunidad de renovarla, por lo menos en dos ocasiones más. Estas becas le ayudaron a hacer sus libros que luego vendió o concursó en convocatorias nacionales. En algunas ganó algún premio. Luego, alguna editorial privada o pública los comercializó. El becario ganó la beca, el concurso y el pago por derechos. O sea, el beneficio por tres veces. Luego; de ahí saltó al SNCA, cuyas becas mensuales oscilan entre los 20 y 30 mil mensuales. Este beneficio dura tres años y puede concursarse y obtenerse hasta tres veces como máximo. Es decir, vivir mantenido por el estado durante una década. Al final de su historia como becario -desde sus inicios, hasta su “consolidación”- este autor habrá sido subsidiado con dinero público durante casi dos décadas. Al final, se volverá jurado, tutor o asesor de algún programa relacionado. Y luego vendrá por el mismo tránsito la novia, o la esposa: o ambas.
En números duros: un becario del SNCA recibe a lo largo de tres años una beca por un millón de pesos. Si repite tres periodos, recibirá 3 millones o un poco más. En contraparte, la beca CONACYT para un estudiante de doctorado con dedicación completa, y sujeto a su rendimiento escolar, es de poco más de 10 mil pesos al mes.
Lo cuestionable es que en muchos de los casos, quienes se han perpetuado en el SNCA no son creadores con dedicación absoluta a su obra, sino muchas veces duplican este beneficio con su pertenencia a la Academia, Colegios, o tienen otro tipo de participación en las instituciones de cultura del país. Sí: yo he visto al FONCA mantener a más de un cabrón durante toda su vida adulta con una vida de viajes, encuentros, promoción y publicaciones. A cambio de 3 o 4 libritos olvidables. Y eso no es lo peor.
Lo triste, lo más triste es la perversión de los propósitos originarios de estos programas: así, muchos jóvenes becarios se vuelven especialistas en convocatorias de becas más que en el propio género artístico que dicen ejercer: es bien lastimoso viéndolos ofrecer cursos ya no de narrativa, poesía o ensayo, sino de “cómo participar y obtener recursos de las convocatorias de becas”.
Para llorar.
Estamos ante una oportunidad histórica de reestructurar y revisar los beneficios reales de nuestros programas de becas. En el contexto actual, de recesión y crisis, no aparece como justo ni como razonable una casta de exquisitos rasgándose las vestiduras por mantener intocables sus privilegios y derroches, en un país de recortes, pobreza, desempleo y un futuro económico más que incierto.
alejandroperezcervantes@hotmail.com
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