Barcelona y la escandalosa brecha
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Barcelona y la escandalosa brecha
Para el grueso del futbol global hace rato que se acabaron las equivalencias. También las suposiciones que hasta no hace mucho se confirmaban en un campo de juego. Las competencias tienden a ser más parejas, sobre todo de este lado del Atlántico.
Sin embargo, hay excepciones dentro del contexto mundial. Existe un pelotón de equipos que son los verdaderos dueños de fiesta y los demás, desafortunadamente, tiene que conformarse con la etiqueta de “segundones”.
Hoy ningún club latino le puede competir de igual a igual al Barcelona, por ejemplo. Tampoco muchos europeos están en condiciones de discutirles el trono a estos equipos que rayan la excelencia. La brecha es escandalosa y cada vez más se subraya esa diferencia.
Nadie podía dudar que Barcelona sería el nuevo campeón del Mundial de Clubes. Las posibilidades de River Plate, actual monarca de la Copa Libertadores, obedecía sólo a una corazonada. Quedó demostrado ni bien se acentuó esa disparidad de nivel. Se impuso la lógica, como era de esperarse.
El futbol mexicano y sudamericano hoy están envueltos en la incertidumbre. Los torneos son más equilibrados, los resultados fluctúan, juega mucho la fortuna y, por consecuencia directa, no siempre el campeón legitima su rótulo. Cualquiera puede entreverarse con la gloria.
En Europa no es todo mejor, pero sí diferente. En las grandes ligas la distancia está muy marcada entre los candidatos de siempre y los atrevidos. Es mucho más predecible. Si para clubes de gran poderío económico en Inglaterra, Italia, Alemania y España ya le es difícil insertarse dentro de esa élite que integran unos pocos, para los demás, definitivamente, es imposible.
Barcelona no sólo tiene a Messi o al tridente ofensivo más letal del planeta -con Suárez y Neymar en estado exquisito-, sino también mucha clase organizacional dentro y fuera del campo. Está en una órbita distinta, resistente a lo convencional.
Un equipo de época no sólo gana campeonatos, también debe contar con la capacidad de mantenerse como líder de una revolución. Y Barcelona la tiene. Su grandeza la construye con un sostenido argumento a largo plazo y no con propósitos eventuales. Con una mirada en perspectiva, no con plazos acotados.
Los cambios de paradigma no se producen de un día para el otro, pero en Sudamérica ni siquiera lo están intentando. Los “grandes” se han disipado y, contrario a la tendencia de los monstruos europeos, han caído en los últimos años una preocupante involución.
Mucho tiene que ver con el confort y la lucha por la supervivencia. Es más sencillo trazar metas de corto alcance que a ser paciente y buscar horizontes más elitistas. Por estos lares todavía se juega con la historia y el propósito de querer reverdecer los marchitos laureles a como dé lugar, contrasta con esa necesidad de superación que se prolongue en el tiempo.
Equipos sudamericanos o los mismos mexicanos que llegan a un Mundial de Clubes parten desde una posición estructuralmente desfavorable, hundidos en un estado de sumisión futbolística respecto a los verdaderos caudillos que están en otra sintonía, ya sea por preparación, convicción o evolución.
Entendiendo esta realidad, es fácil notar que el futbol ya no es el que alguna vez fue. Y si hoy hay más equivalencias en la mayoría de los torneos –incluso a nivel selección-, no es culpa de lo distinto que es el Barcelona, sino a una evidente parálisis que les es indiferente a la transformación.