Bajo mundo de las pandillas

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Bajo mundo de las pandillas

Era una tarde, todavía de primavera, en el mirador del Barrio de Santa Anita, que a esta hora, como las 18:00 horas, está convertido en una guarida de chavos banda.

Todos son entre adolescentes y jóvenes. Hay algunas mujeres, las morras de la banda, algunos niños, todavía de biberón y carriola, y algunos perros callejeros, los perros de la banda.

Se llaman “Gatos de la loma”, y es una pandilla tradicionalmente violenta, en uno de los barrios más tradicionales de la ciudad.

Los chavos andan todos con sus botellas de resistol 5 mil, “chemo”, le dicen ellos, algunos bien locos, bien alucinados, violentos.

“Nomás que vengan a mamar putos, yo tengo un tío que es licenciado”, dice uno, si no el líder, sí el más picudito.

¿Qué qué hago aquí?, nada, observar, penetrar en el mundo de estos jóvenes, por eso le he pedido a la “Rata”, un pandillero regenerado, que me traiga hasta aquí, a mí y a un fotógrafo, un fotógrafo que se llama Gerardo Chávez.

De pronto todos se han puesto eufóricos, quienes que les tomen fotos y por eso se quitan la camisa, muestran sus tatuajes carcelarios, hacen poses desde el mirador del barrio que hace años les mandó construir el ex gobernador Humberto Moreira.

“Eh, tómanos una foto”, “acá”, “aquí”, dicen y se ponen en grupo o solos.

Andan todos bien locos, bien alucinados, hasta la madre, diría yo, y piden para una caguama “eh, presta pa’ una caguama loco”.

Más allá las mujeres están sentadas en las escalinatas del mirador como que cuidando a sus críos.

Ellas no inhalan, o al menos no les he visto inhalar, pero están con el grupo de los que se están dando unos “tanques”, inhalando, en el lenguaje de la banda.

Le pregunto a “La Rata”, el ex pandillero que nos ha traído aquí, que por qué hay mujeres y niños en este nido de adictos a los solventes y responde que eso no es nada, que algunas veces vienen por aquí hasta algunas embarazadas, las embarazadas de la banda, a inhalar resistol, “Chemo”.

Y todos andan bien locos, quieren fotos, quieren feria pa’ una caguama.

La atmósfera se ha puesto caliente y nosotros, el fotógrafo y yo, ya nos queremos ir, que ya nos vamos, decimos, pero no nos dejan, que más fotos y que quieren para una caguama.

La cosa se caldea más cuando uno de los pandilleros se planta delante mío con actitud retadora y creo que me va golpear en le cara.

Es un tipo macizo, de rostro torvo y tiene el pecho, la panza, los brazos, tatuados.

Yo estoy sudando, temblando, no sé cómo vaya a acabar la cosa.  

Hasta que una de las cholas se interpone entre el pandillero y yo, y y el fotógrafo y yo aprovechamos para despedirnos y escapar.

Uffff, suelto el miedo contenido por la boca.

Esta vez creo que la vi muy cerca…