‘Back to the basics’

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‘Back to the basics’

La fórmula habita en el catálogo de los modelos capaces de resistir el embate de los años, de sobrevivir a las modas y a los esfuerzos de la modernidad por sepultar las ideas viejas: volver a lo básico.

Su persistencia como receta para el éxito demuestra la circularidad del universo pues, independientemente de cuál dirección se escoja para exprimirle ideas a la innovación, al final siempre se llega a la misma conclusión: lo mejor de lo mejor no se encuentra en la sofisticación, sino en la visión minimalista, en la ruta de lo fundamental.

¿Necesita usted una silla? El mejor modelo no será aquel cuyas formas, colores o texturas aparezcan incitantes a la vista y sirvan para disparar el gatillo de nuestro ánimo consumista, sino la silla diseñada teniendo en mente la función para la cual fue creada.

¿Va a comprar unos zapatos? Cálceselos todos y pague por el par con el cual se sienta cómodo para caminar, independientemente de si cumplen o no con el canon estético de la semana.

¿Un portafolio? ¿Una pluma? ¿Juguetes para el nene? La respuesta es, en todos los casos, exactamente la misma: lo mejor es aquello elaborado pensando en su funcionalidad básica, en sus características esenciales.

La simplicidad termina siempre, más tarde o más temprano, derrotando a la sofisticación y los intentos por “reinventar”, por “llevar a otro nivel” los productos del ingenio humano.

Uno puede, sin embargo, caer fácilmente en la tentación de creer los contrario, al menos en algunos aspectos de la vida. Resulta atractivo pensar en la existencia de espacios condenados a la evolución permanente, es decir, a ofrecernos siempre la oportunidad de la novedad.

Uno de esos espacios, podría uno pensar, es el del erotismo, pues la imaginación del ser humano es capaz de idear infinitas rutas de aproximación a ese territorio en el cual habita nuestra parte más animal y a donde invariablemente nos arrastran nuestras hormonas -buena parte de las veces luego de haber derrotado a nuestras neuronas.

Para ser más específicos, el territorio al cual nos referimos es el de la literatura  (si acaso cabe el término) erótica. Ahí, podríamos haber pensado, no habría límite en el proceso iniciado por el legendario Larry Flint, pionero en la estrategia de no dejar absolutamente nada a la imaginación a la hora de exhibir el cuerpo femenino desnudo… primero solo y después acompañado de otros cuerpos.

Desde las página (primero impresas y luego digitales) de su revista “Hustler”, Flint acicateó a sus competidores y terminó obligando a la industria del erotismo a mudarse a los terrenos de la pornografía.

Cierto: las revistas de desnudos “artísticos” no han dejado de existir, pero el arte en ellas contenido debió volverse cada vez más explícito, pues el público no puede ser satisfecho sino merced a lo novedoso y un cuerpo femenino desnudo se convirtió en un hecho tan común que casi era incapaz de atraer la mirada de nadie.

Y si no se les ofrece contenido explícito, entonces los consumidores de imágenes eróticas sólo pueden sentirse satisfechos ante la reproducción de un cuerpo desnudo coronado por un rostro conocido.

La rubia de medidas perfectas (y un pilón), descubierta en un bar de Arkansas; la morena de fuego localizada en las playas de Río o la pelirroja azafata de una aerolínea ucraniana dejaron de ser el paradigma de lo erótico pues, aún poseyendo cuerpos perfectos, adolecían de un defecto: eran desconocidas.

La competencia por el mercado se volvió entonces sumamente compleja y la imaginación de los editores de las revistas eróticas ha debido exprimirse al máximo para captar la atención del consumidor.

Un reto fundamental, por encima de todo, se alza delante de los responsables de colocar en los kioscos de revistas, mes a mes, un ejemplar capaz de impulsar a los potenciales consumidores a gastar en medio kilo de papel couché estampado con la silueta de féminas perfectas: esos mismos consumidores tienen, al alcance de un click, toneladas de imágenes digitales flotando gratuitamente en el océano de internet.

¿Cómo se impulsa a alguien a gastar por algo que puede conseguir -en mayor cuantía incluso- totalmente gratis?
La respuesta genial a esa pregunta la acaban de aportar los ejecutivos contratados por otro mítico líder de la industria del erotismo, el casi nonagenario Hugh Hefner: la revista “Playboy” dejará de publicar imágenes de mujeres desnudas y regresará a lo básico.

Y lo básico, para el erotismo, es la imaginación. La saturación de imágenes explícitas parecía haber proscrito la posibilidad de lo sugerente, de la insinuación, de la provocación. “Playboy” apuesta ahora por un retorno al origen “tapando a su conejitas”.

El universo es circular… incluido el universo de lo erótico.
¡Feliz fin de semana!

carredondo@vanguardia.com.mx

Twitter: @sibaja3.