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Autoridades, policías y zetas eran lo mismo en Allende: madre de asesinado
Allende, Coah.- La pregunta era concisa y directa: ¿Nos entregas a tu familia o nos entregas el pueblo?, dijo Germán Zaragoza Sánchez, identificado como El Canelo, jefe de plaza de Los Zetas, al alcalde panista Sergio Lozano, quien no dudó su respuesta: Hagan lo que quieran con el pueblo; a mi familia no la toquen.
Así lo cuenta Ana María Sandoval Carrizales, madre de desaparecido: “El mismo alcalde nos lo dijo, lo repetía como buscando justificación: ‘Me pidieron el pueblo o mi familia’... ¡Y entregó el pueblo! Claro, él tiene a su familia completa, los demás no”, dice llorando, al recordar el exterminio que durante algunos años ha sucedido en este lugar arrasado por la violencia del narcotráfico, en particular de Los Zetas en connivencia con las autoridades de Coahuila.
Ana María es madre de Wilibaldo Martín Sandoval, desaparecido el 3 de marzo de 2012 en este lugar, donde exterminaron o desaparecieron a más de 300 personas. Esto sucedió enfrente del alcalde Sergio Lozano, todo sucedía en sus narices. Enfrente de su casa y enfrente de la presidencia hay casas completamente quemadas. ¿Dónde estaba él? Aquí, pero él y los policías no hacían nada porque todos están involucrados en lo mismo.
Desde que se entra a este lugar las casas quemadas y destruidas exhiben las huellas de la masacre y la descomposición del tejido social que se vive en Coahuila: Cada día mirábamos que andaban quemando y saqueando casas a plena luz del día, frente a los policías que les ayudaban y frente al alcalde, pero pensábamos que eso no iba con nosotros. Yo sentía que ese no era mi caso, hasta que me pasó lo de mi hijo.
José Wilibaldo trabajaba en la termoeléctrica en Nava, Coahuila, pero Los Zetas le exigían que lo hiciera para ellos, a lo que el joven se negaba: Un día, mi hijo no llegó. Estaba muy preocupada y llamé a la comandancia municipal. Me comentan que está detenido por tomar en la vía pública. Entonces, fue mi hijo a dejarle de almorzar, mientras yo conseguía los 300 pesos de multa.
Pero Ana María salía de su trabajo a las 11 de la noche y fue hasta el día siguiente a pagar: Los policías José Luis Zertuche y Jorge Campos se quedaron viendo entre ellos y me ignoraron.
–¿Qué pasa? Quiero ver a mi hijo –les dije.
–Él ya salió, ya se fue a las seis de la mañana.
–¿Cómo? Si no ha pagado la multa, y ustedes no la brincan sin huarache. Aquí traigo el dinero.
–Ya le dije que no está –le contestó de forma tensa el policía Zertuche.
Ana María se dirigió entonces a buscarlo al centro de salud, pero no lo encontró: “Luego, cuando llegué al trabajo, una compañera me dijo: ‘Vino tu hijo a buscarte. Anda bien lastimado, lo golpearon El Canelo y El Cubano’, y efectivamente, cuando llegué a la casa lo vi bien golpeado. Su hermano lo bañó, lo curamos porque andaba todo golpeado de su cuerpo, su espalda, las piernas. Le hicieron mucho daño”.
Los policías me golpearon, le dijo. “Abrieron la celda para que también me golpearan El Canelo, Juan Romo, El Cubano y Jesús La Vaca. Luego me sacaron de allí y me obligaron a trabajar en varias partes, pero me les escapé y me vine de aventón para la casa”, le dijo en la noche Wilibaldo antes de dormir en su casa.
Ana María, salió a las seis de la mañana a trabajar, encargándole a su otro hijo que atendiera a su hermano. Cuenta que después a las 10 de la mañana llegaron a su casa los mismos hombres:
“Entraron y sacaron de la cama a Willy, que estaba dormido. Se lo llevaron a rastras, sin zapatos. Se llevaron también a Luis Ángel, mi otro hijo; los golpearon y los subieron arrastrando a una camioneta. Mi nuera y mis nietos estaban allí. Hay más testigos porque vivimos enfrente de una escuela; era la hora del recreo y todos vieron. Una maestra vio cómo los sacaron y lo golpearon.
¡Ya les dije que no voy a trabajar con ustedes, y háganle como quieran!, cuentan que les alcanzó a gritar antes de subirlo a empujones a la camioneta.
Otro de sus hermanos que estaba allí observó el secuestro: “Yo no pude hacer nada, estaban armados. A Luis Ángel ya lo tenían arriba de la camioneta y a Willy lo llevaban arrastrando. Si intentaba hacer algo me hubieran llevado también a mí.
Nunca le tomaron declaración
Ana María se muestra indignada: No había dónde poner la denuncia, ni a quién pedir ayuda, si los propios policías estaban integrados en lo mismo. Esperamos, y en la tarde llegó una patrulla municipal con mi hijo Luis Ángel, que llegó muy herido con fracturas de costillas y quemado.
–¿Qué pasó? ¿Dónde está tu hermano? –le preguntó.
–Mami, yo no te puedo echar mentiras. Mi hermano ya estaba muy lastimado, martirizado. A los dos nos torturaron, nos quemaron el cuerpo con encendedores y también nos echaban gasolina. A mi hermano le rebanaron la espalda para quitarle el tatuaje del alacrán. Lo torturaron mucho. Yo vi cuando le pegaron en la nuca con un tablón. Se desvaneció. Lo mataron.
Con profundo dolor, Ana María intentó encontrar a su hijo. Denunció lo sucedido, pero las autoridades de Allende nunca les tomaron la declaración. Cuenta que el agente del Ministerio Público Francisco Rodríguez Carranco le dijo: Mejor así déjelo, por su seguridad. No denuncie. Y ella le contestó: Yo no les tengo miedo porque yo no he hecho nada, y ustedes andan en lo mismo.
Un día supo que en Piedras Negras estaban tomando muestras de ADN a los familiares de desaparecidos y se encontró con la organización Familias Unidas e interpuso la denuncia. Ahora sufre las consecuencias porque su hijo Luis Ángel está preso por delitos que, dice, le fabricaron.
Aquí se llevaban a la gente como cosa natural. Ya no había respeto de nada. Secuestraban, quemaban sus propiedades. Los policías municipales eran los que saqueaban las casas. Nadie nos ayudaba. ¿Los policías estatales estaban ciegos y sordos? ¿Dónde estaba el gobernador Humberto Moreira? ¿Dónde estaban las autoridades? Se supone que ellos tienen información de todo. Moreira reaccionó hasta que le tocaron su sangre y le mataron al hijo. Fue cuando brincó y encontró al asesino rápidamente. Allí sí tuvo pantalones. A nosotros no nos ha dado la cara, ni su hermano, el actual gobernador Rubén Moreira.
Finalmente, los que participaron en el asesinato de su hijo fueron detenidos: “Estas personas se encuentran detenidas en diferentes penales. El Canelo está en Piedras Negras, La Vaca y Juan Romo en Ciudad Juárez. A El Cubano le ponen una fianza de 80 mil pesos y lo dejaron ir y se fue a Estados Unidos. ¿Y lo de mi hijo, qué?”.
Añade: “El Canelo (Germán Zaragoza Sánchez) era bien conocido aquí en Allende y en la región de Los Cinco Manantiales, no sólo porque andaba con Los Zetas, sino porque fue compañero de la escuela de mis hijos y de todos los amigos del pueblo; era un vecino más. Conocemos a su familia, a su mamá y a su papá”.
Ana María suspira, recuerda que antes del exterminio de habitantes del pueblo, en estas calles, la gente salía a divertirse y los niños jugaban a la pelota. “Ahora salimos a trabajar, pero no sabemos si vamos a regresar. Yo no le pido nada al gobierno porque sólo nos da atole con el dedo. Ahora las autoridades han cambiado todas las declaraciones de los testigos del secuestro de mi hijo. Yo sólo quiero la verdad. Quiero que esas personas que participaron en la muerte de mi hijo me digan dónde lo dejaron. Estoy pidiendo un careo con El Canelo para saber dónde me lo dejó y el motivo por el que lo hizo. Mi hijo era un muchacho inocente”.
La búsqueda de Familias Unidas
Juanita Enríquez Hernández, de 52 años, pertenece a Familias Unidas, organización fundada por Hortensia Rivas, luego de la desaparición de su hijo. Ambas se han integrado a las brigadas de búsqueda forense de familiares de desaparecidos en distintos lugares de la República. La última vez anduvo en Allende y Piedras Negras: Se siente muy feo ver fosas clandestinas y terrenos baldíos. Se siente uno muy triste de buscar restos, dice Juanita.
Hace siete años, su hijo José Ángel Díaz Enríquez, de 32 años, desapareció en Allende. Se dedicaba a la compra de plástico en el relleno sanitario para después venderlo en Morelos, Coahuila. Un día se fue a trabajar y ya no regresó.
“En ese entonces estaba el tumbadero de casas. Se llevaron mucha gente; no sabemos que hicieron con ellos, aunque se ha dicho que los mataron. Fueron demasiadas personas, más de 300. Los Zetas andaban juntos con los policías municipales y todos eran los mismos, los mismos que levantaban gente enfrente del alcalde. Los policías escoltaban a Los Zetas”.
Juanita no ha perdido la esperanza de encontrar a su hijo: Queremos que se haga justicia. Queremos saber dónde están nuestros desaparecidos. Las autoridades de Coahuila no nos han resuelto nada. A los Moreira lo que les pedimos es saber dónde están. Si los mataron, queremos saber dónde están los cuerpos. Mucha gente no ha puesto denuncia por miedo, todavía hay mucho miedo.