Autocrítica, solución indispensable
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Autocrítica, solución indispensable
¿Qué es lo que está en juego?
No es el resultado del próximo domingo entre el América y el Cruz Azul en el Estadio Azteca, por más que atraiga la atención tan volátil y pasajera como una mariposa de otoño. Por más que las televisoras ensordezcan con sus comentaristas tan escandalosos que son capaces de convertir en epopeya un juego ratonero. Por más que el pueblo se distraiga un rato de sus preocupaciones existenciales de dar de comer a la familia o de su compasión por los miles de emigrantes que recorren nuestras calles y carreteras.
No es el resultado de la votación del pasado julio 1, que ya se finiquitó legalmente como un eslabón (no como un final) del proceso democrático que vivimos todos los días y del cual depende el progreso moral, económico, político y educativo de toda la nación.
Lo que sigue estando en juego es el proceso democrático interminable porque es evolutivo, sustentable en su mejoramiento y necesario para no caer de nuevo en otra de las tantas dictaduras, que nos han robado la libertad a los mexicanos. Robos seculares que fueron sacralizados con sacrificios humanos, con agua bendita, con “respetables” conspiraciones, con estandartes guadalupanos politizados, con heroicos caudillos que terminaron asesinándose entre sí, y con una dictadura blanda disfrazada de democracia.
Es el proceso democrático que tiene no dos, sino tres jugadores oficiales en la cancha: son tres poderes cuyo poder radica en ser representativos de ejecutar lo que la nación necesita, regular y juzgar. Tres poderes que no son convocados para una competencia futbolera adversativa, para un resultado final de que uno gane el poder y los otros pierdan su libertad, y conviertan a los mexicanos en esclavos.
No es el proceso democrático un mero equilibrio tan frágil como el de un alambrista, sino una trinidad de colaboración que debe superar la codicia del poder o del sueldo, las ventajas del presupuesto y de la aparente mayoría de un congreso que no representa realmente la voluntad del 100 por ciento de los ciudadanos (apenas el 30 por ciento de los que votaron), de una imagen todopoderosa presidencial, heredada de los ancestros tlatoanis y caudillos.
Este es el juego democrático que estamos viviendo con los conflictos actuales, pero disimulados con los protocolos de informes, entre el poder ejecutivo y su aliado legislativo, contra el poder judicial. El ataque es tangencial aunque popularmente alarmante ya que no hay mejor forma de ganarse al pueblo que denunciando parcialmente las inequidades y acusando sutilmente a sus autores: los que tienen más dinero, sueldo, posesiones, empresas, posiciones políticas, sociales o laborales, sin considerar la justicia o injusticia con que han sido obtenidos.
Debemos abrir los ojos y ponderar lo que es tangencial de lo que es central, lo que es esencial para la democracia y lo que es accidental y modificable. El juego democrático en el medio tiempo consiste en evaluar lo que se está desviando de la verdad y el bienestar de todos, y corregirlo. La autocrítica de cada uno de los poderes y la corrección de las desviaciones es indispensable para la democracia y no solamente el ver “la paja en el ojo ajeno”, porque esta ausencia de autocrítica y esta indiscriminada e irracional crítica a los detentores del “otro poder” contribuyen solamente a ahondar el odio y encono que ha paralizado durante siglos a una nación que ha sido grande y generosa a pesar de sus codiciosos “poderes”.