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Así poetizaba Rubén Darío
La poesía, antes que otra cosa, era música para Rubén Darío, quien a fin de obedecer sus necesidades expresivas no dudó en contradecir las reglas de las modas poéticas para introducirse directo a las venas de la literatura hispana.
El autor nicaragüense, nacido como Félix Rubén García Sarmiento el 18 de enero de 1867 en el pequeño pueblo de Metapa, vivió una vida marcada por las desavenencias familiares. Sintiéndose rechazado por los parientes que lo debieron tutelar, se refugió desde muy joven en las letras para aliviar sus dificultades.
Como si el destino se lo hubiera marcado y con su notable habilidad para la rima y el ritmo, Darío se encargó de nutrir la literatura latina con una musicalidad única, además de incorporar las influencias norteamericanas y francesas.
“Un hombre triste de los trópicos acobardado ante la idea de la muerte, y atormentado por la lujuria teñida por la oscuridad del pecado, prisionero de esa otra dualidad entre la carne que tienta con sus frescos racimos y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos”, describía Gabriel García Márquez al nicaraguense.
Como todo modernista, él era amante del ritmo y lo empleaba profusamente en la versación, que ya era poco utilizada o incluso considerada muerta igual que otros recursos como el eneasílabo, el dodecasílabo y el alejandrino; todo esto dio nueva vida a la poesía latinoamericana dotándola con un abaníco de posibilidades más amplio.
“En la poesía de Rubén Darío hay dos mundos que se distancian, aunque aparezcan no pocas veces juntos en la forma: uno insondable, de misterios siempre por descifrar, donde la correspondencia de los significados se vuelve infinita: la sinestesia, ese juego verbal profundo donde el sol es sonoro y los sonidos son áureos; la búsqueda constante de lo diverso, que es la clave de la unidad de los significados pitagóricos, los número como signos del universo que nos dice al Dios que no se nombra”, así se refiere Sergio Ramírez sobre la fascinación del poeta por la mitología, sus personajes híbridos y la contradicción de las criaturas que poblaban sus textos que expusieron al español como un idioma más extenso de lo que sus mismos hablantes y escritores lo habían mostrado hasta aquel tiempo.
El otro mundo al que se refiere Ramírez es la musicalidad de sus piezas, provenientes de la fuerte influencia francesa del siglo XIX y que Rubén mezcló con su habilidad para “escuchar” a la cadencia poética popular.
Aunque durante mucho tiempo su trabajo sufrió bullying literario, Darío no reparó en caer en las escandalosas vestiduras que exigía el modernismo que se acercaba peligrosamente a la cursilería, lejana a la política de Neruda, pero estrecha con el erotismo, el exotismo y el esoterismo como lo demuestran algunas de sus antologías como “Azul…”, “Rimas”, “Canto épico a las glorias”, “Oda a Mitre” y “Lira póstuma”.
A pesar de ser su pasión, las letras no fueron todo su mundo, la diplomacia y el periodismo también formaron parte de su vida, resaltando las crónicas periodísticas de viajes que rayaban en lo literario, algunas de ellas se pueden leer en “Prosas profanas”.