Así festejan el Día del Amor las reclusas del penal de Saltillo

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Así festejan el Día del Amor las reclusas del penal de Saltillo

Alguna vez leí una espléndida crónica de Elena Garro sobre una cárcel de mujeres, impecable crónica ésta, impoluta en su forma y fondo, nada vulgar ni mórbida.

Y me acordé del día en que sin remilgos ni falsos escrúpulos me abrieron las puertas del Penal Femenil.

Era febrero, recuerdo, y se trataba de contar cómo vivían las reclusas la víspera del Día de Sam Valentín.

Lo que encontré fueron historias tristes y desesperanzadoras de mujeres que, juraban ellas, estaban tras las rejas injustamente.

La mayoría, presas por delitos contra salud, habían sido enviadas con engaños a transportar cargas extrañas por carretera en vehículos y sorprendidas, en pleno lance. por la Policía.

Ahora estaban encarceladas y cuando me veían caminar por los patios de la cárcel se agolpaban en torno a mí, como si yo fuera un mecenas, para jurarme que ellas eran inocentes, que las habían engañado.

Algunas llevaban años de no ver a sus familias y querían salir para encontrarse con el hijo que habían dejado a cargo de la abuela, la hermana o la vecina.

Lloraban y rogaban porque alguien hiciera algo para que ellas salieran libres.

Una dijo que se sentía realmente sola y todos los días suplicaba a la directora de la prisión que le dejara tener novio, un compañero que la visitara, que le llevaran flores, chocolates, algún peluche.

Otra, que vivía con su nena de dos años en una celda, esperaba con ansia el día de salir de su encierro para darle a su hija la vida que se merecía.

Y una más juraba que ella no sabía que en el carro que la mandaron a dejar a Laredo, estaban escondidos varios kilos de mariguana.

Y siempre en los patios de la penitenciaría se respiraba un aire como de dolor, como de nostalgia y de melancolía, mezclados con tufos de soledad y quietud, pero de esa quietud que asfixia.

La mañana del Día de San Valentín, que era por cierto una mañana borrascosa, las presas estaban listas para salir de visita conyugal rumbo al penal varonil, las que tenían derecho a la visita conyugal en el penal varonil.

Maquilladas, perfumadas y ataviadas con sus mejores ropas, casi todas eran guapas, treparon en un vagón que la población carcelaria había bautizado como “la pesera del amor”.

Algunas llevaban globos, flores, peluches, las más, envoltorios de papel regalo.

“¿Usted no lleva nada?”, preguntó de pronto la directora del panel con tono agrio a una de las interna.

“¡Lleva su amor!”, respondieron todas al unísono y partieron con la sonrisa a flor de labios.

Ese fue un Día de San Valentín en la cárcel de mujeres.