Asesinas a sueldo... ¡de piojos!

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Asesinas a sueldo... ¡de piojos!

En mi vida había conocido todo género de artes y oficios, pero ninguno como éste:

El de matar piojos, de matapiojos, de asesino serial de piojos, de matón a sueldo de piojos o como usted guste y mande llamarle.

Lo descubrí un día que iba caminando por la calle de Reynosa, en la colonia República Oriente, y me topé con un llamativo letrero en el que se anunciaba un negocio donde mataban piojos.

Me ataqué de risa, apunté el teléfono y llamé en el acto para pedir una entrevista.  

Quería contar esa historia que para mí resultaba inverosímil y por lo mismo interesante.

A la mañana siguiente estaba en el susodicho negocio.

Lo primero que vi cuando crucé la puerta del local, que entonces estaba por la calle de Colón y Salazar, fue a un par de mujeres metidas en una suerte de capas o delantales de polietileno, cofias y guantes, espulgando sobre una cabeza, la cabeza de una pobre niña agobiada por sus piojos.

Me quedé todavía más sorprendido cuando las señoras, que no habían encontrado otra alternativa de empleo, confesaron su gusto por este singular y atípico oficio, el de matar piojos.

Ellas, como yo, y tal vez como usted, no le dé pena, habían padecido estos bichos desde crías y era ésta actividad, pienso, una manera inconsciente de vengarse de esos asquerosos animalillos, además de ganarse un dinero.

Les gustaba, les gustaba el quehacer de espulgar y tronar piojos y ellas mismas referirían que sentían cierto gozo profundo de hacer reventar los piojos con sus dedos: ¡pack!

Contaban de casos tristes de chicos que llegaban a la clínica infestados de insectos y con el cuero cabelludo taladrado.
Pero para eso estaban ellas, para exterminarlos, haciéndolos explotar.

Era, según entendí, como abrazar una causa en común, una causa con la que ellas se sentían plenamente identificadas.
Ya se imaginará las burlas de las que eran claro blanco en sus barrios, cuando sus vecinos les preguntaban por su oficio y ellas respondían sin pizca de vergüenza: “matapiojos”.

Después supe que esto de los piojos era un asunto más serio de lo que pensaba, por aquello de la transmisión de enfermedades y sus implicaciones sociales, como el bullying.

No por eso dejaba de causarme hilaridad que en Saltillo existieran asesinas seriales de piojos, matapiojos ¡Que vaciado!

¿Apoco no le dio comezón?