Arturo Marines y el 'Fara Fara Taller'... música desde los ejidos

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Arturo Marines y el 'Fara Fara Taller'... música desde los ejidos

Proyecto. “Iba a un ejido y me la pasaba caminando, buscando. Hubo ejidos a los que llegué en los que no encontré ni un músico. O todos se habían muerto o habían emigrado a Saltillo… o ambas cosas”, comentó Marines (der). Fotos: Marco Medina
Estos artistas saltillenses crean canciones inspiradas en los sonidos y las historias de los músicos de las zonas rurales del municipio

La recua salía cargada”, dice la canción, “con músicos e instrumentos”. Porque hace décadas, en el valle de Saltillo, entre sus cerros y sierras, la música llegaba a las rancherías en la voz de sus intérpretes, quienes regresaban a casa tras semanas de gira con el pago en moneda en sus bolsillos o en especie sobre las mulas y burros, fruto de la labor de llevar su arte y la fiesta allá donde no llegaría de otro modo.

Pero el tiempo trajo cambios a toda la región. Llegó la radio, llegó la televisión y ahora hasta los smartphones rondan en las manos de amas de casa, ganaderos y niños, entre establos y casas de adobe y block, con algunas playlists que le ponen ritmo a los momentos, mas la tradición musical de estos lugares pervive, pues sigue siendo mucho mejor un buen grupo que, en vivo, anime o sea la excusa para una gran celebración.

Estos músicos errantes son tan solo un ejemplo de la cultura musical de las cerca de 250 localidades en el municipio de Saltillo, y don Faustino Espinoza López, habitante del ejido Tanque Escondido, uno de sus protagonistas, cuya historia fue plasmada en la canción homónima por el músico saltillense Arturo Marines y su Fara Fara Taller, proyecto sobre el cual conversamos con ellos en entrevista con VANGUARDIA.

Andando sus pasos

A principios de 2014, durante el periodo de José Palacios en el Instituto Municipal de Cultura de Saltillo y bajo la iniciativa de la maestra Margarita Molina Duque, Marines fue comisionado para realizar una serie de entrevistas en aproximadamente 40 ejidos de Saltillo, con el objetivo de recabar información sobre la música tradicional de dichas poblaciones para un proyecto que, tras el cambio de administración, no fue retomado por el equipo siguiente.

Sin embargo, las visitas sabatinas que por meses el músico llevó a cabo, en las que conoció a la gente de los ejidos, sus personajes más importantes, sus canciones, ritmos y estilos musicales, le dieron el material suficiente para lanzar un proyecto propio: el Fara Fara Taller.

“Iba a un ejido y me la pasaba caminando, buscando. Hubo ejidos a los que llegué en los que no encontré ni un músico. O todos se habían muerto o habían emigrado a Saltillo… o ambas cosas”, comentó el cantautor, “otros que tardaba en convencerlos para que me dejaran grabar; eran los tiempos de mucha inseguridad”.

“Fue con muchos altibajos, […] lo hice como de marzo a octubre”, agregó y explicó cómo encontró mucha nueva y rica información, “yo pensé que el acordeón era la reina de la canción norteña desde siempre y me doy cuenta que antes de los 50’s no era popular el acordeón. El bueno era el violín. Los duetos eran de bajosexto y violín y era lo más común”.

“Llegué a escuchar narraciones de arpistas”, continuó, “aquí había arpistas y señores que un solo señor, con su arpa, amenizaba para cincuenta gentes. Y de los bailes maratónicos, de ocho o nueve de la noche a once o doce del día; tocados por los mismos músicos. A veces era un solo señor con acordeón o bajosexto, y cantando, y con eso todos le tupían”.

Señaló que este era el ambiente que hace décadas reinó en los ejidos, donde las personas no escuchaban música más que cuando un artista o un grupo de ellos llegaba y se instalaba para amenizar sus fiestas. El éxito de estos músicos llegó así, pues incluso si se trataba de comunidades pobres pagaban con lo que tenían: un kilo de frijol, café o harina por canción, gallinas, vacas, chivos, huevo, productos en especie que le permitían al intérprete regresar a casa con un botín para alimentarse y a su familia.

El acordeón, mientras tanto, se popularizó con la llegada de la radio, a partir de lo cual se conformó la alineación norteña como la conocemos, con bajosexto, acordeón, tololoche, saxofón y, en ocasiones, tarola.

Amar la creación regional

Una vez que entregó las entrevistas al IMCS la inquietud creativa de Marines se vio estimulada por todas las charlas y encuentros que tuvo con estos músicos tradicionales y decidió emplear lo aprendido en su nuevo proyecto.

El también autor del álbum “Crónicas” —antología de canciones originales sobre personajes e historias de Saltillo, desde el Callejón del Diablo y las acequias del valle hasta Adrián Rodríguez y el Show Banana, también conocido como el Hombre Electrónico— compuso varias canciones inspirado en la información recolectada por él.

Una de ellas es el corrido de don Faustino Espinoza López, cuyas letras abren este texto, de quien recuerda que le contó cómo se iba él con sus músicos por semanas a recorrer una ruta de ejidos.

“Nos íbamos por aquel lado de la sierra y regresábamos por este otro”, parafraseó Marines y añadió cómo a su retorno las recuas en las que habían partido, cargadas solo por sus jinetes y sus instrumentos, regresaban repletas de costales, dinero y a veces con alguna gallina, chiva o hasta vaca que algún generoso hacendado usó como pagó para que amenizaran un baile.

Luego, a mediados del 2015, contactó a don Manuel Leija Rodríguez y otros músicos, entre ellos Rogelio Fuentes Castro —quien ha colaborado con Los Auténticos de Zacatecas y otros grupos norteños—, acompañado por ellos creó un grupo con la intención de montar estas canciones y experimentar con diversos ritmos y géneros, tanto tradicionales como populares.

Sin embargo, de todos ellos solo Fuentes tenía interés en jugar con los sonidos y fue el único que permaneció en el grupo, al cual se sumó posteriormente el acordeonista Alejandro Muñoz Leija, partícipe también de la entrevista —quien además ya tiene trayectoria en la escena, comenzó hace más de 15 años con las congas en otra agrupación y que cuenta con proyectos personales—.

Amigos y colegas por la música

Así nació el Fara Fara Taller a finales del 2016, y desde entonces y a lo largo de 2017 llevaron a cabo 24 conciertos en algunos de los ejidos que en la investigación visitó, como parte del Programa de Rescate de Patrimonio Cultural Inmaterial Municipal, de fondos tripartitos.

“Llegamos tocando en la casa donde hubiera más familia, nos instalábamos donde hubiera mucha gente, les explicábamos de qué se trataba, les decíamos que no íbamos a cobrar”, recordó, “las señoras se ponían a cocinar para agradecernos y los señores, caguama tras caguama”.

“En otros llegamos donde había fiesta”, agregó, “por un lado era (atractiva) la cuestión gratuita pero por otro era escuchar la canción de su músico; escribí sobre Toño y Manuel Leija Rodríguez, de Potrero de San Pedro, y cuando llegamos ahí ya tenían fiesta para tres cumpleañeros, dos días de fiesta, y llegamos y ya nos querían pasar a la barbacha, pero primero tocamos”.

A través de esta experiencia pudo Marines retribuirle a las comunidades su colaboración a lo largo del primer proceso de investigación, permitiéndoles escuchar en su voz las historias de sus más legendarios músicos.

Además de esto también se presentaron en Casa Tiyahui, tuvieron algunas funciones auspiciadas por el municipio y también formaron parte del Festival Internacional de las Artes Julio Torri 2019, donde visitaron Nadadores, Lamadrid y Castaños con muy buena recepción por parte del público.

“Es algo nuevo pero es algo muy padre, porque fusionas ritmos, cosas que nunca habías experimentado en la música. Es algo muy nuevo para mí, disfrutas hacerlo”, comentó por su parte el acordeonista, “a veces (Arturo) me muestra algo nuevo o yo en el acordeón (a él) y luego lo montamos y son cosas nuevas que van saliendo, igual con el tololoche”.

“Nos dice que no estaba acostumbrado a tocar este tipo de cosas, pero a veces le mete algo de blues y suena bonito, y son cosas que fusionas y te dan un buen resultado, que es lo que ahorita, en la mayoría de las canciones, traemos”, agregó respecto a su compañero Alejandro Muñiz Leija, quien no pudo estar presente en la entrevista.

“Buscamos el sonido norteño pero con algo diferente, un toque que haga decir que ya es otra cosa”, añadió Marines, quien además adelantó que tienen en puerta otras producciones, como algo enfocado más al público infantil, así como nuevas versiones de sus propias canciones, tal cual lo han hecho ya con la de “Show Banana”, aunque su principal prioridad en este momento es distribuir el álbum que ya tienen, donde se encuentran además del corrido de don Faustino Espinoza López, con cuyas letras comienza este texto, y la canción “El Tololoche de don Zenón”, de un total de diez piezas.

El guitarrista reconoció también que aunque no es alguien que use sombrero lo porta junto a sus compañeros y amigos como un gesto de aprecio y admiración para sus colegas y su público, pues al terminar cada función se lo quita en señal de respeto a ellos, sus maestros, estos artistas del tololoche, la guitarra, el bajosexto y el acordeón.

Es a través de ellos y del Fara Fara Taller que se cuenta la historia de estos músicos de los que cada vez hay menos, pero cuyo valor aún se mantiene fuerte en sus comunidades.