Arte poética

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Arte poética

Escribir es peor que estar muerto,

poblar la ciudad con fantasmas

que asolaron antes mi casa,

pasear dormido por las calles

hasta un horizonte de polvo,

en la ambigua estación que mezcla

la primavera y el otoño

-la memoria torna difícil

todo comienzo, condenándolo

a ser repetición; no obstante,

ella en sí misma es incapaz

de prever el momento actual,

traicionada por la sorpresa-,

entre fogatas que se ahogan

en su propio humo azulado,

sabiendo que el destinatario

es un otro más ontológico

que social, un otro mismo

del que soy cuando no soy otro,

donde el lenguaje se contempla.

 

Escribir es peor que morir,

dar a un tiempo la bienvenida

y el adiós a toda las cosas

-se ahogan los perros insomnes

en su propio ladrido, gruñen

a los fantasmas de la tribu-,

remar con la pluma y el lápiz

el agua civil del olvido,

contra los ríos de la memoria

donde se contempla lo real

como una imagen quebradiza

sin solidez ni redención

posible, porque siempre inéditas

y olvidadizas, las palabras

se pronuncian sólo una vez

y retornan al campo de

las posibilidades, prestas

para cuando las solicite

el mago de las ocasiones,

el maestro del azar, digo:

el mundo está haciéndose siempre

en los menesteres del ocio,

los oficios de este demonio,

su perpetua combinatoria,

en tanto que me desintegro.

 

(9 de noviembre)