Arte, ensayo y conflicto
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Arte, ensayo y conflicto
En estos días de premios Nobel he puesto en la pantalla de esta computadora la reproducción de un célebre cuadro de Rubens, a pesar de que el ánimo no está para sensualidades. Me refiero a “El rapto de las sabinas”, un despliegue de técnica, estilo, color, equilibrio y erotismo.
Claro. Es Rubens, un genio del barroco y de la pintura en general. La colocación de esta reproducción en la pantalla está aquí, entre un acontecimiento personal muy importante y la lectura de un libro que un amigo ha hecho llegar a mis manos: “Después del fin del arte”, del filósofo y crítico estadounidense Arthur C. Danto (1924-2013).
¿Cómo se atiende un libro teórico tan interesante como éste cuando las circunstancias de la vida se presentan adversas? ¿Se puede tener la capacidad de lectura, de comprensión, de reflexión y de crítica cuando las emociones y los sentimientos parecen cables de alto voltaje que se cruzan con los de la supuesta “objetividad”?
El centro de todo, en un momento como éste, es por supuesto el acontecimiento personal. No sé qué papel juegan la obra de Rubens y el libro de Danto ahora. Ignoro por qué escribo sobre este múltiple asunto, ¿o se trata de uno solo? Si mi “mente” está en aquello que es crucial, ¿cómo puedo estar redactando estas líneas sobre Rubens y el ensayo de Danto? Por cumplir con Epígrafe, supongo.
En primer lugar y siguiendo la tesis del pensador estadounidense, Rubens pertenecería a un “relato” superado por la “modernidad”, según la teoría narratológica del francés G. Genette: el “fin del arte” es, en realidad, el fin de una idea del arte. Rubens ya no tiene qué ver con las ideas que alentaron al Pop Art y menos con las de un artista conceptual, performático o digital. ¿Este fenómeno hace al pintor flamenco menos importante en la historia del arte?
¿”Importante”?, pienso. Pero no sé qué pueda ser más importante en la vida que la vida misma. Las teorías, las corrientes, las escuelas, los estilos, el conocimiento mismo pierden esa noción de “importancia” de primerísimo plano que les otorgamos cuando las cosas marchan bien o regularmente. El hecho es que en este momento las cosas no marchan bien, nada bien. ¿Qué se necesita para mantener la serenidad y la prudencia cuando esto sucede?
Como ando a ciegas por el laberinto y encima fui siempre un despistado, ¿qué hacer? La famosa encrucijada se presenta ante este pésimo jinete que no atina a elegir un camino u otro. La metáfora está gastadísima, sí, como el mundo mismo. Y el que escribe es uno más en este planeta ajado por la estupidez de una humanidad que nunca, nunca supo, en su “libre albedrío”, elegir el mejor camino para mantener su estancia aquí, en este hábitat.
Las sabinas, las hijas del mitológico Leucipo, ¿eligieron uno de los caminos de la encrucijada o sólo fueron unas víctimas –como en el fondo somos todos? La carne, la punzada de la lujuria, cuerpos y músculos, miradas como dardos erectos, dos caballos que se traban encabritados, un juego de líneas y rubores que se retuerce ante un paisaje ostentoso de cielo entre azul y nublado, un travieso querubín observa con embozada candidez no a la escena mórbida sino a nosotros, sus cómplices.
“Nada más perverso que la inocencia”, decía Wilde. Parece ésta una frase de Klossowki o de Bataille. ¿Cómo puede ser este cuadro uno de mis favoritos de Rubens y del arte entero cuando también admiro la obra de Gabriel Orozco, nuestro multidisciplinario artista conceptual, o la del músico y videoasta Nam June Paik, un artista oriundo de Digitalia? Hay entre Rubens y estos creadores abismos de diferencias, no sólo “formales” sino de otro tipo.
Esas diferencias tienen que ver con una concepción del arte y de la vida que los renacentistas y los barrocos no pudieron construir por razones históricas. Su “relato” es otro, era otro. ¿Tienen razón pensadores como Debord, De Man, Baudrillard y por extensión Danto, el autor del libro que he mencionado? Sí. Pero no se trata del “fin del arte”, sino, como dije antes, del final de cierta concepción del arte.
Y el final de una idea del arte tiene que ver con todo lo que somos o hemos sido, con todo lo que hemos pensado que somos y que es la vida y sus adherencias. ¿El siglo XVIII nos hizo amargamente conscientes de nuestra índole humana? Pero eso ya lo habían hecho Sócrates y sus discípulos muchos siglos antes. ¿Por qué entonces no sufrió la humanidad un desencanto tal, una decepción tan acre como la que ahora experimenta?
¿De qué somos conscientes hoy más que nunca? Berkley, Nietzsche, Freud, Marx, Darwin, Weber, los poetas malditos, la Generación Beat, Psicodelia, el Hinduismo y el Budismo que The Beatles volvieron a traer a Occidente: una ruta de acceso al desengaño. Pero ya no a un desengaño barroco, sino a otro, a otro definitivo. Los hijos del limo han hecho de la crítica un espejo implacable y necesario.
La crítica, sin embargo, no resuelve en este preciso momento el acontecimiento personal. De hecho, resulta bastante inoportuna. ¿Tiene algún caso arrepentirse o ejercer la crítica de nada cuando la Nada, ese inextricable vacío, parece ejercer su seducción frente a nosotros? Que no se hable de “motivación y superación personal”: todo eso es una estafa de mercachifle, la estafa de siempre. Se llega a la vida, se parte de ella: eso es todo.