Aromas y leyendas
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Aromas y leyendas
“Fruto del arbusto de la familia de las rosáceas, de tres a cuatro metros de altura, muy ramoso, con hojas pecioladas, enteras, aovadas o casi redondas, verdes por el haz y lanuginosas por el envés, flores róseas, solitarias, casi sentadas de cáliz persistente, y fruto en pomo, de 10 a 12 centímetros de diámetro, amarillo, muy aromático, de carne áspera y granujienta, que contiene varias pepitas mucilaginosas. Es originario de Asia Menor; el fruto se come asado o en conserva, y las semillas sirven para hacer bandolina”. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, así es definido el membrillo, fruto que en lo particular hace reaccionar mi memoria y una parte de ese costado izquierdo.
Los aromas del dulce preparado por las amorosas manos de Issa, antier, no solo deleitaron ese sentido del olfato, que había perdido el recuerdo de los vapores de otras manos, las de “Chita”, mi madre, rendían homenaje al fruto y sus derivaciones.
En el escenario de mi infancia, el paseo familiar de los domingos era invariablemente hacia Ramos Arizpe, a la huerta de La Tenería de Santa María del tío Adán Gómez, paraíso lleno de higueras y membrillos, que enmarcaban los campos de: cilantro, calabaza, maíz, tomate, chile y rábano ahí cosechado.
Específicamente, a finales del verano, la misión era otra y mediante el trabajo en equipo familiar se cosechaba el codiciado fruto del membrillero, que formaría parte de un ritual de cocina formidable.
La labor que precedía era agotadora, porque ya en casa se seleccionaban los mejores frutos para lavarlos, luego pelarlos y cuidadosamente cortarlos de tal manera que el centro quedara intacto, ya que tendría otro fin en la ecuación.
Al día siguiente llenadas dos tinas de lámina, la brega se encaminaba al molino de la calle Hidalgo, al sur, en el barrio del Ojo de Agua, a donde habría que llegar temprano antes de la molienda del maíz. En ese proceso se obtenía una masa blanca base del gozo.
En la víspera, la visita a la tía “Cata” Rodríguez o Gloria Farías, según fuera la ocupación del material a fin de que nos prestaran las tabletas de madera, que servirían de molde para las cajetas.
Listo ya el cazo enorme sobre la estufa de la casa materna, entonces el vaciado de la pasta base y el mezclado con el azúcar refinada (necesariamente refinada, no oscura) a media temperatura esperando los primeros hervores, pues ya para ese paso estaría esperando la pala de madera a fin de batir interminablemente la mezcla, para que no se pegue al fondo y una vez que se obtuvieran los hervores mediante cientos de burbujas relucientes y un color dorado, la labor terminaba. No se emocionen, solo por el momento.
Enfriada la cajeta habría que vaciarla en las tablillas protegiendo el fondo con papel estraza y dejándolas orear para al fin producir las marquetas de membrillo que repartiríamos en una tradición familiar formidable.
La ceremonia no finalizaba aún, ya que seguía la jalea, cuya preparación requería agua, los centros del membrillo, sus semillas y azúcar refinada, igualmente al cazo de cobre de Santa Clara y su encuentro con el fuego y la pala de madera, cuidando los hervores y una vez obtenidas las burbujas y un color rojizo, alegrarnos que el cocimiento tuvo éxito.
A la par la esterilización de los envases de vidrio con sus tapas a fin de verter la jalea y su delicioso aroma y color inconfundible, que espera el homenaje del paladar en conjunto con una cucharada de mantequilla esparcida en una tortilla de harina y la jalea de membrillo y ¿quién te pegó?
Empeñado por el recuerdo y ante la vista de los membrillos en una frutería, me fijé el propósito de elaborar jalea con el resultado de un verdadero fracaso derivado de mi tozudez, hasta que fui rescatado por la amorosa paciencia de Isabel quien obtuvo un reducto de jalea deliciosa y de la que no doy a nadie por díscolo que soy.
Aún cuando la procedencia del fruto es el Asia Menor, yo afirmo que su destino era Saltillo, en donde obtuvo esencias especiales de una tierra fértil y rica en minerales.
En el recuerdo también las huertas y la Tenería, que es hoy un fraccionamiento. Los membrillos escasean en mi tierra y hay que traerlos de: Jerez en Zacatecas, Ixtlahuacán en Jalisco, o nombre de Dios en Durango.
García Lorca define su riqueza y color en el “Canción Oriental”: “La bellota es la serena poesía de lo rancio, y el membrillo de oro débil la limpieza de lo sano.”