Aquí no se aprende ni de los desastres propios

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Aquí no se aprende ni de los desastres propios

Cuando la ola del coronavirus comenzó a expandirse por el mundo y ciñó sobre Europa su manto fúnebre, México aún tenía tiempo de prepararse y reducir la magnitud de su propia tragedia. Pero no lo hizo y el resultado lo conocemos de sobra: el país tiene meses sumido en una catástrofe que se reafirma con crueldad todos los días. Hoy Europa vive su segunda oleada: Francia ordenó nuevos cierres, los bares y cafés parisinos volverán a bajar las cortinas y el gobierno nacional prevé que la próxima semana 9 de cada 10 camas habilitadas para pacientes con Covid estén ocupadas; España ha vuelto a emitir la declaratoria de alerta máxima en algunas ciudades, incluida Madrid; mientras que Italia, además de ordenar el uso obligatorio del cubrebocas en todos los espacios, instruyó a la población, mediante un decreto de 30 días, a no realizar fiestas ni celebraciones y a no admitir más de 6 invitados a reuniones privadas, en tanto que los bares no pueden estar abiertos después de las 9 de la noche.

El caso de Italia ha sido particular. Tras la pesadilla que padeció durante la primavera, cuando fue el país más golpeado del mundo por la pandemia, las lecciones parecen haberse aprendido a un nivel, al menos, aceptable. Con poco más de 36 mil muertes desde el inicio de la crisis, Italia no ha resentido tan gravemente el rebrote y en parte ello se debe a que su vuelta a la normalidad ha sido lenta y progresiva, con reaperturas mucho más controladas que en otros países.

Ante lo que está ocurriendo en el mundo, podríamos pensar que México tiene una nueva oportunidad de reaccionar y aliviar un poco la pesadumbre. Pero si no hemos aprendido de nuestros propios desastres, de nuestras crecientes pilas mortuorias, menos lo haremos desde las experiencias ajenas. El golpe de realidad es brutal: después del confinamiento, la cifra de muertos es casi diez veces mayor. Aquel 30 de mayo, cuando se decidió dar por terminada la Jornada Nacional de Sana Distancia más por presiones económicas que por una disminución de los contagios y un control efectivo de la emergencia, el país acumulaba 87,512 casos positivos y 9,779 fallecimientos. Hoy las cifras del horror superan los 821 mil casos positivos y las 84 mil muertes, que en verdad podrían ser el triple, como lo ha estimado el propio gobierno federal. Una estrategia a todas luces fallida, un fracaso descomunal al que ha contribuido también, en buena medida, la irresponsabilidad ciudadana.

Aunque la curva nunca se aplanó, aunque los nuevos casos siguen contándose por miles, aunque ha pesado más el cálculo político que la preocupación por preservar las vidas, un segundo confinamiento está más que descartado. Lo han dicho desde hace meses también los gobiernos locales: la economía no resistiría una nueva cuarentena. Sin embargo, más allá de la esperanza de que alguna vacuna pueda estar lista a finales de año, el ritmo creciente de contagios no ha motivado ninguna acción distinta, aún cuando la influenza y el dengue aparecen como agravantes del riesgo en algunas regiones.

En Coahuila la ocupación hospitalaria por Covid19 pasó de un 30% apenas el 20 de septiembre a un 43% hoy. Los casos nuevos van al alza. Por ejemplo, Saltillo pasó de tener 261 casos de coronavirus activos el pasado 23 de septiembre, a 550 hoy. Torreón, el segundo municipio de la entidad más afectado, pasó de 164 a 389 en el arco de esa misma veintena de días. El acumulado para Saltillo desde el inicio de la pandemia es de 5,913 contagios con 455 muertes. Torreón, por su parte, acumula más casos totales: 6,373, pero menos fallecimientos: 393.

En el caso de Torreón, el municipio lagunero comparte su carácter metropolitano con las vecinas Gómez Palacio y Lerdo, en el estado de Durango. Sin embargo, ese carácter metropolitano poco ha existido para efectos prácticos y ni siquiera un escenario de pandemia y muerte provocó que como región se jalara parejo: 3 municipios y 2 estados gobernados por partidos diferentes, cada uno implementando medidas distintas, algunas de ellas contradictorias entre sí. Con el reciente retroceso de semáforo amarillo a naranja, Durango ordenó limitar el horario de apertura de restaurantes, no vender alcohol los fines de semana y reducir el aforo máximo permitido de 50 a un 30 por ciento de ocupación en establecimientos no esenciales. Coahuila nada nuevo, sólo los mismos llamados a implementar las mismas medidas de higiene. Por supuesto: hay elecciones. No vaya a ser que un electorado de por sí desmotivado, encuentre todavía más razones para declinar la cita con las urnas. No obstante, la realidad es apremiante, el riesgo no se ha extinguido. Como dijo un funcionario sanitario (no de aquí, sino de Francia, donde sí se toman las cosas en serio): un 50% del éxito en la disminución de los contagios, lo va a representar la responsabilidad ciudadana. Al menos esa recomendación no la echemos en saco roto.