Aquella primera posada

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Aquella primera posada

Tenía sus ovejas dentro de la cueva. No eran muchas. No ocupaban mucho espacio. Vio venir por el sendero a aquella pareja de peregrinos. “Seguramente no tienen albergue”, pensó. Lo constató al preguntarles. Se fijó el pastor que la mujer venía encinta.

“Yo tengo otro sitio no tan lejos y puedo llevar allá el rebaño. Si quieren pueden quedarse aquí a descansar. Adentro hay paja limpia” Empezó a llamar a las ovejas. 

Lo fueron siguiendo mientras se alejaba saludando sonriente.

Era una noche fría de muchas estrellas. José tomó unas ramas y barrió una buena parte del piso de la cueva. Trajo después manojos de paja y los fue colocando en una pesebrera. 

Salió a buscar agua al pozo cercano. Era ya casi la medianoche. Al volver creyó ver un resplandor dentro en aquella cavidad natural de la pared rocosa. María tenía en brazos ya a un niño recién nacido y envuelto en pañales. Entre los dos lo fueron acostando con cuidado sobre las pajas del pesebre.

Rezaron juntos un salmo de acción de gracias y empezaron a hacer comentarios de aquel viaje. Después de  recorrer el largo trayecto, al llegar a Belén, vieron la hospedería en cuyo centro había camellos y cabalgaduras. 

Los corredores, bajo el techo soportado por los arcos, se veían totalmente invadidos por familias enteras que habían venido también a empadronarse. No había lugar disponible para descansar esa noche. 

María sugirió caminar hacia las afueras del pueblo. Ella le ponderaba a José la benignidad generosa de aquel pastor. Había cedido su cueva para que el niño pudiera nacer ahí. 

José levantó la vista. Vio que el pastor venía junto con otros. Traían queso, miel, semillas y frutas. Venían sonrientes y algunos danzaban al ritmo de tamborcillos y cascabeles. 

Entraron y dejaron los regalos en el suelo. Les contaron del canto celestial que habían escuchado. “Eran ángeles” comentó uno. “Anunciaban la gloria de Dios y la paz en la tierra a quienes tuvieran buena voluntad”, les dijo el pastor que había desocupado la cueva.  

Luego llegó feliz, pero dando saltitos, un pastorcillo que se había tropezado y ahí se había quedado, buscando su sandalia...que nunca encontró...