Apuntes sobre un hombre bueno desde la sala de espera
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Apuntes sobre un hombre bueno desde la sala de espera
Por: Sergio Castillo Lara
Lo que a continuación leerán son apuntes libres que escribí durante los 14 días que mi padre Crescencio Castillo Cepeda, permaneció en la sala de Cuidados Intensivos. Sirvan estas palabras para honrar su memoria a dos años de su partida.
I
Hermandad en la sala de espera. Aquí el dolor se comparte, se hacen amigos instantáneos, con ellos sumas fuerza, quieras o no, para aguantar la estancia dentro de este pinche monstruo blanco que huele a asepsia. A mi padre lo trasladaron hoy del piso de encamados a la sala de cuidados intensivos. Aquí afuera en la precaria y saturada sala de espera también hay terapia: contarse las penas, la experiencia terrible, uno que otro chiste entre el dolor, reconforta. Papá esperaba una cirugía menor para extirparle la vesícula. Por al tratarse de un paciente diabético y con afecciones cardiacas, tuvo que internarse con varios días de anticipación y someterse a los estudios pertinentes. Llevaba semana y media encamado, casi sin comer. Anoche algo sucedió, le faltó aire, se puso mal pero lograron calmarlo, dijo mamá. Para media tarde apenas podía hablar, pedimos atención inmediata, el médico de guardia le practicó un estudio urgente de sangre: está en choque séptico, hay que bajarlo a terapia intensiva. Agonizaba. ¡¿Qué putas es una sepsis?! ¡¿Nadie se dio cuenta?! ¡Estamos en un hospital, chingado!
No había manera, parece. La septicemia o sepsis es una complicación mortal, consecuencia de la liberación de químicos en el torrente sanguíneo, como reacción del sistema inmunológico frente a una infección fuerte. Produce inflamación general y compromete a los órganos, todo en cuestión de horas.
II
El flamante hospital de especialidad del ISSSTE en Saltillo, tiene 4 flamantes quirófanos pero solo funcionan 2, los otros están enteritos en su empaque nuevo, flamantes. No hay quien los maneje ni dinero para pagarlos: con el bono navideño de un solo -flamante- diputado se pagaría el sueldo anual de un médico especialista. Así mi México.
Los domingos apenas amanece, viene la hermana del padre Pachicano, trae a su esposo, una cafetera grande y una bandeja de pan dulce de barrio, sabe como el de antes. Nos convida a todos los familiares de pacientes. Una familia de Rosita lleva 14 días en espera de un marcapasos para su papá, el médico les ha dicho que deben esperar un par de semanas más. El hijo mayor preguntó el precio del aparato para comprarlo por fuera pero cuesta 120 mil pesos. Pos’ de dónde, le dice a uno de sus acompañantes.
III
Mi papá trabajó en la Secretaría de Hacienda por 27 años, lo retiraron con una buena indemnización durante los recortes a la burocracia que inició Fox. De más joven -por que apenas tiene 65- entregaba correspondencia fiscal y ejecutaba embargos, trabajo que por largos períodos realizó a pie: era como un cartero de Hacienda. Por un tiempo llegaba a la casa de mi abuela a media mañana para almorzar y luego echarse una cascarita con Rejas y Gordo sus medios hermanos menores. Era bueno pa’ jugar, mi hermano heredó el talento, yo no.
Mi papá y su hermana María Elena, más chica que él, fueron criados desde antes de los cuatro años, por una tía de mi abuela: María de la Rosa, en Mazapil, Zacatecas, en donde ella administraba El Zacatecano, restaurante principal del pueblo. El cabrito en adobo al horno era su especialidad. Ahí estuvieron hasta que mi papá se vino a Saltillo a trabajar, como muchos zacatecanos en los 70. Mi abuela volvió a casarse ¿o no? bueno, se fue a vivir con otro señor con quien procreó seis hijos. Mi padre procuró siempre la convivencia con esa familia, nunca tuvo una palabra de rencor por el abandono.
Lo que más me duele es que mi mamá puede perder a su compañero, al amor de su vida, a su mejor amigo.
Mi mamá tuvo instinto materno muy joven. Yo nací cuando ella tenía 19 años y a sus 24 nacieron sus últimos hijos, Cristina y Pablo, cuates, llegaron mal y prematuros, se enfermaron de pulmonía y la niña con síntomas de meningitis. Estuvieron en incubadora un mes, mismo tiempo que mamá estuvo en el hospital. Papá sólo iba a la casa de su hermana mayor a bañarse y a echarnos un ojo a mi hermano y a mí. Pablito murió al tercer mes.
IV
Reporte de media noche. Las manos me sudan y me falta aire, la angustia, el miedo son inevitables, pero el hermano mayor no puede quebrarse: el estado del señor Crescencio sigue grave, es un paciente complicado, la arritmia no cede hay que esperar, dice un guapo e inteligente medico terapista. No vales madres, cómo te fijas en eso.
Una batalla ganada. El esposo de la señora P está apto para salir de Terapia Intensiva y subir al piso de los encamados en espera de un cateterismo. El señor P ha sobrevivido a tres embolias y un infarto sin secuelas en su movilidad.
V
Una vez a la semana el experimentado doctor Chena da la “Clínica del Niño Sano” para recién nacidos, los revisa, ve su estado de salud. Usa un consultorio de la Sala de Urgencias. Niños que nacieron aquí, a unos metros de donde mi papá pelea por la vida.
VI
A la señora Juana le reventó la vesícula en Ciudad Acuña, sus hijas la llevaron al hospital de zona pero no pudieron hacerle mucho. La trasladaron a Saltillo, a terapia intensiva, la mantuvieron con vida 15 días. A eso de la una de la mañana el asistente de ventanilla les pidió que fueran a la sala para informarles del deceso. Mi mamá se estremeció, aquí todos se enteran de todo, la dignidad y el tacto son grandes ausentes. Le pedí que fuera a descansar un rato al auto, con el sillón reclinado y una manta se puede conciliar algo de sueño.
VII
Nos hicieron firmar una autorización para meterlo al quirófano, en su delicado estado y extraerle la vesícula, posible foco infeccioso que además acumuló piedras y líquido biliar. Lo intervinieron bajo riesgo alto de muerte: si lo dejamos cómo está, sin progreso lo más probable es que vaya muriendo lentamente, si lo operamos podría tener una oportunidad, dijo el cirujano en jefe.
Salió bien. Extirparon la vesícula, perdió solo 100 ml de sangre y lo devolvieron a Cuidados Intensivos, sigue esperar, los médicos creen que una vez sin su órgano enfermo y estresante, el cuerpo de mi papá pueda recibir mejor el antibiótico y regular la arritmia.
VIII
Hoy ingresó otro paciente en peligro de muerte, padece enfisema pulmonar. Debieron dormirlo y conectarlo a un ventilador como a mi padre. La familia, sobre todo la esposa y las hijas rompieron en gritos y llanto, cuando lo vieron tan vulnerable entre los tubos y los aparatos. Novatos.
El objetivo de cualquier sala de Cuidados Intensivos es conservar la vida del paciente a costa de todo. A los más críticos se les induce un estado de inconsciencia para luego conectarlos a respiración artificial, encajarles sobre la arteria carótida un pequeño dispositivo con valvulitas por donde les suministran medicamento, sueros y proteína líquida. Del lado derecho se colocan monitores que miden presión arterial y el comportamiento cardiaco. También se les conecta a un sistema para los deshechos, además de otras sondas, muchas sondas. Yo creo que también los duermen para evitarles el horror de la inmovilidad y la dependencia física.
El cuerpo de enfermería se encarga de cambiarles bolsas de suero y otras sustancias, así como del suministro de alimento y de nivelar el ventilador de respiración. También los acicalan, los rasuran, les hidratan los ojos, la boca, se encargan del aseo general con cuidado y hasta con cierto cariño. Me lo tienen muy guapo, dice mamá.
Terapia intensiva es un procedimiento agresivo con efectos secundarios. El ventilador que proporciona oxígeno suele producir neumonía. El tubo del ventilador agrede y lesiona la garganta y después de varios días, el cuerpo empieza a llagarse. Finalmente algunos órganos -y algunos miembros de la familia- ven mermado su rendimiento. Mamá tiene 57 años cumplidos, lleva meses durmiendo mal, se le olvidan las cosas, repite información. Yo también y tengo 38.
IX
Ayer, mientras esperábamos la visita y el reporte médico de las cinco de la tarde, el papá de mi amiga V murió por complicaciones renales en una cama de un hospital del IMSS. Durante las últimas semanas intercambiamos anécdotas de hospital, nos acompañamos por teléfono y nos dimos ánimo. Su papá tenía más de un año con diálisis y su mujer, la mamá de V lo había abandonado por su profesor de artes plásticas, cansada de una vida estresante y al borde permanente de la inestabilidad económica. Mi papá fue el mejor del mundo, como hijas -son tres- nunca nos faltó nada, fue muy divertido, nos daba todo. Pero con las responsabilidades, frente a las necesidades de la casa fue un desastre, entiendo que mamá no la pasó bien.
X
Quisiera decir que mi papá llegó a caminar lento “como perdonando el tiempo” y que estuvo junto a mamá varios años más, mero egoísmo mío. Pero no, mi viejo abandonó su cuerpo en plenitud de su independencia física y mental, no padeció penas seniles, ni molestó a nadie, nunca lo hizo: reproche y rencor le fueron ajenos.
Mi papá fue un hombre bueno, tanto que la vida le regaló una despedida sin dolor, no le permitió arrastrar por años las penas de la degradación lenta que provoca la diabetes en los órganos vitales. A las 9:40 de la mañana del 27 de enero de 2017 el corazón de Crescencio dejó de latir. La última exhalación le dibujó una sonrisa debajo de su hermoso y siempre bien recortado bigote.
XI
Lo despedimos como a un rey, con una misa a las 12 del día en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en ese mismo altar, también en un sábado pero de hace 40 años, unió su vida a la de mamá. Ahí el padre le dio una bendición especial y personalísima, un tipo de rito que pocas familias aceptan porque a su conclusión el féretro debe cerrarse para siempre, ya no debe abrirse durante el entierro. Ahí mi madre, en el lugar donde se casaron, vio su rostro por última vez. Fue un día nublado y frío. En la tradición católica se cree que a esa hora se abren las puertas del cielo y que si el día es nublado, el difunto se va directo al cielo. Knocking on heaven’s doors (la primera versión de Dylan) suena en mi cabeza. Eso y no menos merecía papá.