Apuntes del ‘Otoño imperdonable’

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Apuntes del ‘Otoño imperdonable’

Foto: Internet.

A los 17 años, María Elena Walsh publicó su primer libro de poemas en una edición de autor. Había empezado a escribir a los 14 y ahora mostraría su obra al mundo. No era una niña que hacía versos o una adolescente que expusiera confidencias amorosas. Era una poeta hecha, completa, con una madurez vibrante. Para este novel volumen, eligió un título que por sí mismo es ya asombroso: Otoño imperdonable. Salió con sus libritos en una bolsa y los llevó a las librerías, a la calle. Ella relata que entre el gentío vio al ídolo poético del momento. Le entregó un ejemplar y fueron a leerlo a su oficina. ¡Es fenomenal!, le dijo. “El señor se llamaba Pablo Neruda”, escribe en su autobiografía.

No fue la única celebridad literaria que admiró a la muchacha. El mítico Juan Ramón Jiménez, en su primera visita a Argentina, descubrió el talento de Walsh. Él y su esposa la invitaron a pasar una temporada en su casa de Estados Unidos. La experiencia no fue tan agradable como se esperaría y marcó la vida de la poeta. Desde el primer momento en que leí esa estrujante imagen de “Otoño imperdonable” quise saber qué había en ese libro milagroso. El trabajo honra al nombre o quizá sea al revés.

Podríamos decir que María Elena Walsh pertenece a la estirpe de poetas precoces como Arthur Rimbaud, pero estas estrellas no fueron tan fugaces. Otros genios latinoamericanos iniciaron desde niños: Borges tradujo a Oscar Wilde a los 11 años; Eduardo Galeano empezó como crítico de arte a los 14; Antonieta Rivas Mercado ya se había devorado la enciclopedia de los clásicos y dominaba varios idiomas a los 13; Manuel Gutiérrez Nájera era conocido por sus traducciones del griego a los 14 y los periódicos de la época peleaban por él. La niña poeta María Elena Walsh había impresionado al círculo cultural más selecto de su tiempo y eso la alteró.

En Otoño imperdonable resuenan imágenes poderosas y frescas. Dice cosas como “Mi desolación arborecida busca / alcanzarles un montón de llamas”; “No sé qué hacer con mis ojos inmigrantes”; “Oh cortejo de llantos vegetales”; “Las hojas llovían cautamente / sobre la hierba, cerca de mi sangre”. Habla de una sombra que “caía en el ramaje de mis hombros / con la perseverancia de la nieve”, del “turismo de las golondrinas”. Piensa en huir “de la persecución de los caireles”. Escribe “Porque el agua es un libro transparente / que a veces melancólico ilumina / algún sangrante trozo de poniente”. Las imágenes, metáforas, símiles que seleccioné rebasan la cuartilla. Recordemos que Otoño Imperdonable tiene apenas 20 poemas. 

El padre de María Elena fue un músico autodidacta que trabajaba en el sistema de ferrocarriles. Era inglés y enseñó a sus hijas los cantos para niños que sabía. Walsh quiso trasladar esa riqueza lingüística a sus poemas que crecieron con la lectura de los poetas del siglo de oro español. Desde pequeña anduvo entre el silencio y la canción: “Creo que  todavía no he nacido / y hace mil años que me desconsuelo”, nos dice. Más tarde, de regreso a la poesía, se sincera: “Soy lo que me ocurre cuando canto. / no tengo ganas de tener destino”. Sentencia parecida al de otro poema: "Yo nunca tuve edad. Por eso entonces /crecí en la medida de mi muerte / ante la certidumbre del dolor". 

La vida de María Elena Walsh fue apasionante. Viajó a París y comenzó su carrera musical. La nostalgia hizo que escribiera canciones infantiles que la llevaron a la fama. Feminista, compositora, crítica del sistema político en tiempos de la dictadura, poeta, la que “contempla con amor” desde sus primeros años.