¿Aprender del retiro?

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¿Aprender del retiro?

Una colega me comunicó lo que le escribió una amiga. No las plagio, retomo el sentido de algunas reflexiones.

La crisis que estamos viviendo, inédita porque no nos había tocado nada parecido, ni siquiera a los que tienen un siglo de vida (la gripe española de 1918, a la que así se le llamó aunque no inició en España, se llevó a varios millones de personas.) El coronavirus muestra cosas novedosas en lo que tiene que ver con cuestiones íntimas (una concepción de la vida) más que externas (medicamentos, comida). Apenas tenemos ocho días de aislamiento y ya experimentamos algo desconocido. No me refiero al temor o la paranoia que están asomando, sino al gozo de la reflexión y a la percepción de la necesidad que tenemos de los demás, y aun a la de ingresar a nuestro interior. Podemos descubrir con rapidez que no necesitamos tantas cosas externas, que podemos disfrutar comidas simples, que la lectura nos llena más que las pizzas, que hay un mundo en nuestra propia casa que no habíamos descubierto.

El barco en que viajaba Robinson Crusoe encalló. Todos sus compañeros murieron y él quedó solo y su alma en una isla sin nadie con quien dialogar, pelear o compartir, por ejemplo, la belleza del cielo nocturno. Nadie a quien decirle lo que se piensa, lo que se siente, lo que se recuerda, lo que se añora. Robinson se puso a recoger lo que pudo del casco del barco destruido en las rocas y extrajo, entre otras cosas, un ejemplar de la Biblia: pudo platicar con papeles, lo cual lo mantuvo asociado a mundos que había perdido.

Robinson no existió, es una novela que plantea algunos desafíos a la mente. ¿Cómo sobrevivir la soledad extrema? Él lo hizo de maravilla porque quien lo creó (Daniel Defoe) diseñó sus pensamientos y aventuras desde la comodidad de un escritorio. Sin embargo, hay quien vivió en la realidad algo más terrorífico. A José Mujica (que luego sería presidente de Uruguay) lo metieron los militares en un pozo, luego en una celda tan pequeña que no podía siquiera extender sus piernas para dormir ni ponerse de pie porque era muy bajita. Los militares fueron tan perversos que tenían prohibido a los celadores hablar o silbar, y al acercarse a arrojarle la comida se quitaban las botas para que ni siquiera pensara en seres humanos y enloqueciera. Al término de la dictadura de Jorge Pacheco Areco, salió tras ocho años de soledad absoluta: había cambiado. Se puso a reactivar la lucha por la democracia uruguaya. Antes estuvo a favor del movimiento armado y se convenció que había cometido un error. Platicó largamente con la soledad y ésta lo aconsejó. Sus diálogos interiores deben haber sido fogosos (componía poemas en su cabeza y los memorizaba).

¿Cuántos mexicanos estamos aislados? Pongamos que de 100 millones sólo 20 tengamos consciencia. Dos de cada 10 obedecemos las órdenes de la autoridad. Sé que el número se ha incrementado en los últimos días y no es para menos, sabiendo que en el vecino país, cuyo presidente fue tan indolente como el nuestro, hay 100 mil contaminados y miles de muertos.

Por suerte los gobernadores y las autoridades sanitarias han insistido, primero tímidamente y luego con énfasis, en la necesidad de aislarnos si queremos vivir. Y no es que la incomunicación nos dé una certeza absoluta.

La soledad siempre será relativa. Nadie está jamás solo. Leía hoy en la mañana “Las Confesiones” de Juan Jacobo Rousseau que dice que la soledad es para él una necesidad, que a él no le hace falta nadie y otras ideas tan peregrinas como esas. Mentía. Escribía precisamente para comunicarse, observaba la realidad, es decir, su mundo, para interpretarlo necesitaba ser leído. Creo que en su caso no era más que una manera de describirse a sí mismo como un ser excepcional, además de usar un recurso retórico. Escribía para ser querido y admirado.

Nuestro Octavio Paz se sitúa en el lugar inverso cuando reconoce a “los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia”. Y Paz retoma una idea que no es de su autoría, la de “otredad”: sin los demás no soy nadie. Así que en estos momentos de aislamiento no podemos decir jamás que estamos solos porque es imposible. Somos parte de los antepasados, somos el resultado de una cultura milenaria a la que no podemos impugnar. Desde nuestra soledad somos los otros.