Anticorrupción
Usted está aquí
Anticorrupción
Hemos pasado por las peores experiencias de corrupción a nivel mundial. No somos el peor de los países, pero estamos lejísimos de aquellos que están a la cabeza de la honestidad. Una cuestión que hace apenas unos años se tenía como verdad era que se mencionaba la palabra corrupción para aplicársela a los políticos. Nadie daba un peso por un presidente, un gobernador o un diputado, pero en el desprecio o el sarcasmo quedaba la crítica. Ahora pocas personas habrá que no apliquen el adjetivo “corrupto” a gran parte de los empresarios. Antes, institutos como el Ejército, las iglesias y los hospitales estaban en el Limbo de los honestos. Hoy en día se piensa mucho antes de otorgar un “me gusta” a tales institutos. La experiencia es, según dicen, la madre de la ciencia, y las experiencias tenidas al paso del tiempo confirman la gran dificultad para tener certezas acerca de todos. Sabíamos, asimismo, que los varones se descomponían con cierta rapidez (habían ganado un lugar con la bandera de la honestidad, pero se desfiguraban casi de inmediato; lo cual nos hace recordar que Porfirio Díaz se lanzó contra los presidentes de México con la fórmula: “Sufragio efectivo, no reelección” y se reeligió tres décadas). Entonces volvimos el rostro hacia las mujeres con más fe que certeza y ellas nos desencantaron casi de inmediato: también se hacían al pulque. Lo más preocupante estriba en que demasiados seres corruptos critican la corrupción, con lo que hemos debido desempolvar otro epíteto para nombrarles: son cínicos.
No estoy tratando de decir que todo en México es indecente, puesto que también puede comprobarse que hay gente honorable. Ahora están en búsqueda de estos seres raros. En el primer libro de la Biblia aparece un señor muy conocido que tenía cierta relación de amistad con Dios. Éste estaba enojado con una población muy pecadora y decidió destruirla. El anciano le propuso que si encontraba 100 justos la perdonaría. Dios accedió, pero no los había. Total, le rogó que si por 10 no la devastaría: no había ni siquiera 10 y Dios acabó con todos. Esto es un hermoso mito y, como todo mito, moralizante. ¿Cuántos justos habría hoy?
Se discute quiénes podrían ser los cinco ciudadanos decentes, transparentes, dignos que pudieran vigilar al que sea designado para funcionario de un (nuevo) instituto contra la corrupción. Así que hay que nombrar un anticorrupto que corte las uñas a los gobernantes y junto a él a cinco que le vigilen las manos a él mismo… ¡qué país tan chingón!
Siento que es muy difícil avanzar en ese terreno porque los que proponen tales institutos están ellos mismos bajo sospecha. Recordemos que el Presidente nombró a un señor cuyo trabajo consistiría en vigilarlo a él mismo. Cuando le dio el espaldarazo, antes de abrazarlo le dijo, como en broma, algo así como “acuérdate que soy tu jefe”. Algo parecido sucede con el Instituto Electoral de Coahuila, que recibe su confirmación de “honorable” de Lorenzo Córdoba, cuyas credenciales dejan mucho que desear. A eso se le llamaba en otros tiempos “la Iglesia en manos de Lutero”, y no tanto por malquerencia del reformador, sino por señalar la insensatez de ciertos acuerdos no siempre coherentes. También se decía “nombraron director del kínder al rey Herodes”.
Pase lo que pase, lo que nunca deberíamos perder es el sentido del humor y la esperanza. Lo contrario nos conduciría al cinismo, que es la epidemia más temible a la que podríamos enfrentar. Aún hay esos 100 justos que no encontró Abraham y, si leemos con cuidado el capítulo del Génesis, veremos que en su propia familia había desviaciones: poco después de que Dios destruyó la ciudad, las dos hijas de uno de los principales patriarcas (uno de los 10 justos) emborracharon a su padre y prácticamente lo violaron. ¡Vaya que había desviaciones!
Regresemos a nuestro país y recapacitemos en que mes tras mes nos sorprende nuestro Gobierno Federal con una nueva institución burocrática que nos costará demasiado dinero y no resolverá los problemas. Ni modo.