Anhelos insatisfechos

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Anhelos insatisfechos

Clarabel, muchacha pudorosa, fue requerida de amores por Afrodisio Pitongo, galán concupiscente. Labioso era el engatusador, pero la joven se defendió. Le dijo al pertinaz tenorio: “Tengo escrúpulos”. “No importa –respondió el sujeto–. Estoy vacunado”. Preguntó Clarabel: “Si te entrego mi virginidad ¿qué puedo esperar de ti?”. Ofreció el cínico individuo: “Con gusto te daré una carta de recomendación”. “Temo además –prosiguió la pucela–, que si hago lo que me pides luego ya no me respetarás”. “Si lo haces bien sí te respetaré” –prometió Afrodisio. Quiso saber Clarabel: “Pero ¿nos casaremos?”. Ponderó el tipo: “Tú probablemente sí. Yo ya soy casado”. Ella se echó a llorar al oír aquello. “¿Por qué no me lo dijiste antes?” –gimió desconsolada. Explicó Pitongo: “Es que no me gusta andar por ahí contando mis problemas”. Expresó con firmeza Clarabel: “Te dejo para siempre. Y no trates de buscarme en mi teléfono, el 892-557, pues no te responderé. ¿Apuntaste el número?”… ¡Ah, doncellas imprudentes! Impudentes suelen ser los hombres, y sin embargo les abrís no sólo vuestro corazón -eso como sea-, sino también vuestras piernas, que ahí sí hay peligro. Recordad aquella parte de la ópera Fausto, de Gounod, en la cual hasta el mismo demonio os aconseja: “N’ouvre ta porte, ma belle, que la bague au doigt”, no abras tu puerta, hermosa mía, más que con el anillo en el dedo. Vednos a nosotros, los mexicanos: no creemos ya en las promesas de los políticos, pues todo lo hacen depender de la política, y se olvidan de lo que atañe al bien de la comunidad con tal de consagrar sus intereses, ya de partido, ya meramente personales. A vosotras, jóvenes incautas, os recomiendo cautela; a mis compatriotas les aconsejo seguir trabajando por el bien de su ciudad, su estado y su país sin cejar nunca en la tarea de  buscar mejores condiciones de libertad, democracia y justicia, anhelos aún insatisfechos de un pueblo que sigue atado todavía a dominaciones personalistas impropias de una sociedad libre y democrática. Y ya no digo más, pues voy a averiguar qué fue de aquella pobre joven, Clarabel. Entretanto narraré algunos otros chascarrillos que den solaz y esparcimiento a la República… Doña Macalota invitó a su amiga Chalanita a ir a su casa, pues quería mostrarle las nuevas cortinas que había comprado para la alcoba. Cuando entraron en la habitación vieron algo que las hizo olvidarse de las cortinas: don Chinguetas, el tarambana esposo de doña Macalota, estaba en el lecho conyugal acompañado por tres sinuosas féminas: una oriental, otra de raza negra y la tercera de origen nacional. Le dijo doña Macalota a su estupefacta amiga: “Lo que más me molesta de él es que en situaciones como ésta siempre tiene una explicación que se antoja razonable”… Babalucas pidió en el hotel servicio de despertador a las 6 de la mañana. Abrió los ojos por sí solo a las 5.45. Dieron las 6 y no sonó el teléfono. Las 6 y cuarto, y nada. El badulaque se preocupó: “¡Caramba! –pensó lleno de inquietud–. ¡Si no me llaman a las 6 y media voy a perder el avión!”… El ilusionado novio salió con su flamante mujercita del templo donde se habían celebrado sus esponsales. En la puerta un individuo le hizo: “Pst, pst”. Volvió la vista el recién casado, y el tipo le dijo al oído al tiempo que señalaba a la muchacha: “La conozco, y ronca mucho”… Los papás de Pepito fueron a una fiesta. Para poder salir lo dejaron al cuidado de una linda vecina a la que le pidieron que lo durmiera. Cuando regresaron, el chiquillo estaba en su cama, despierto, con señas de evidente agotamiento pero mostrando una gran sonrisa. Les dijo la niñera: “No se imaginan lo que le hice para que se durmiera, pero ni así”… FIN.