Ana Frank, los libros y el Tec
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Ana Frank, los libros y el Tec
Recibo la celebración de Fin de Año con la noticia de que los textos de El Diario de Ana Frank pueden ser copiados para fines humanitarios y de investigación científica.
La verdad, le comento a mi esposo que me envió la noticia por correo, no considero trascendente quién se dispute los derechos del famosísimo libro, porque Ana, le digo, no le pertenece a nadie, es nuestra, es de la humanidad. Su legado nos pertenece a todos. Su ejemplo de vida y de lucha es magnánimo y es un ejemplo de fortaleza para niños y niñas en todo el mundo.
Alguien debe decirle a los editores que a algunas personas no nos importa quién registre una obra literaria de alguien que ya murió, porque además ese alguien no lo escribió con fines lucrativos.
El Diario de Ana Frank es una maravillosa narrativa reseñada por una niña de 13 años que la convirtió en un ejemplo para el mundo entero por su nobleza, generosidad, entereza, dulzura, valentía y lealtad, manifestada en su histórico Diario, en medio de una de las peores guerras que ha vivido (y sobrevivido) la humanidad.
Yo tuve el privilegio de que El Diario de Ana Frank llegara a mis manos exactamente a la misma edad que la protagonista. A mis 13 años, pude captar el mensaje de Ana con una empatía natural como niña-mujer, ya que al igual que ella, me rodeaban esas cosas que me hacían suspirar por el amor, las tristezas, envidias y decepciones, y la fuerte influencia de nuestros padres, abuelos y hermanos determinando nuestro carácter y nuestras vidas.
Desde luego la Literatura siempre ha formado parte intrínseca de mi formación y de mi personalidad, gracias a mi padre que me hizo crecer en una casa donde por lo menos 2 mil libros me rodeaban, teníamos oficina, máquinas de escribir, pizarrones y cientos y cientos de hojas, plumas, colores y libros, por lo que nunca tuve la necesidad de asistir a una biblioteca, y mis amigas de secundaria y preparatoria pueden dar cuenta de ello, ya que a algunas les tocó ser mis “alumnas”, cuando jugábamos a “la escuelita”...
Para mí El Diario de Ana Frank fue un libro importante en mi vida y tuvo mucho que ver que yo tenía la misma edad de la valiente e innata escritora.
Porque aunque yo solía ser, como Ana, una niña extrovertida para muchas cosas, también era como ella, de una persona muy solitaria; era observadora y analizaba a profundidad todo cuanto me rodeaba y los libros y los adultos fueron parte de mi formación, más que de la compañía de adolescentes de mi edad. ¡Exactamente igual que Ana!
Por eso, cuando su Diario llega a mis manos, fue como una catarsis para mí.
Desde pequeña encontré en los libros a amigos incondicionales, compañeros fieles y “lugares” donde encontraba yo un sin fin de aventuras con las que me identificaba. Mi personalidad aislada, de la mano de muchos libros, me hizo disfrutar enormemente las letras de Julio Verne y Alejandro Dumas, por citar a mis favoritos, y por supuesto la literatura popular como “Memín Pingüín”, “la Familia Burrón”, “Lágrimas, Risas y Amor”, y hasta el “Alarma!”, fueron parte de mi formación familiar, literaria, periodística y como analista que soy.
Cuando llegó a mis manos El Diario de Ana Frank, me asombró la paciencia, tolerancia y sabiduría de alguien tan joven que tuvo que enfrentarse a una Segunda Guerra Mundial, a la persecución de su familia por ser judíos y cómo vio morir uno a uno a sus seres amados, tras ser capturados por los nazis.
Sufrí con ella su encierro en ese ático y me angustiaba pensar que en cualquier momento los descubrirían. Entiendo de qué manera se sujetó Ana a su Diario y cuánta esperanza y fe nos dejaba para siempre escritas en unas hojas de papel, donde nos plasmó su corta pero ejemplar vida.
Lloré cuando supe que Ana perdió a su familia y continúa dentro de mí ese enorme enojo por el Holocausto y esa enorme frustración por no haber ella sobrevivido en ese espantoso campo de concentración, en donde murió, 5 días solamente antes de que los Aliados, o miembros del ejército norteamericano, rescataran a los judíos de Bergen-Belsenen, ese campo de concentración donde ella murió a los 15 años de edad…
Las letras de Ana Frank deben continuar llegando a manos de todos los seres humanos del planeta. Para mí es lectura obligada para mis alumnos de preparatoria y como mujer, considero básico que toda niña lea las crónicas de esta hermosa, dulce y valiente niña judía que no alcanzó a ver la trascendencia de narrarnos, día tras día, su esfuerzo por conservar la vida, la sabiduría, la sapiencia, la cordura y la bondad, siendo víctima de un régimen criminal que terminó con la vida de 6 millones de judíos.
Yo sé que la modernidad, el internet y las redes sociales, tan mal aprovechadas por esta generación que las ve nacer, han perjudicado enormemente a esta generación que casi no lee. De hecho, no lee. (Y tampoco hay muchos maestros que obliguen a leer, le confesaré).
Pero personas como yo, que transitamos de un siglo a otro y que crecimos con la disciplina en casa, con la disciplina en la escuela, que crecimos escribiendo a mano, en hojas de máquina que metíamos en una Olivetti y que las copias que conocemos eran con “papel calca”, podemos hacer un balance real de cuánto beneficia y deja dentro de un ser humano las letras como las de Ana Frank.
No me importa quién pelee los derechos de este maravilloso libro traducido a 70 idiomas alrededor del mundo.
No me importa cuán adictos sean los chicos de hoy al internet, al Facebook, a las selfies y a no leer excepto estupideces en las redes sociales.
He comprobado cuánto deja la aventura de adentrarse en las letras de los grandes escritores y en las biografías y grandes obras de valientes hombres de la Ciencia, las Artes, la Política y la Historia.
Seguiré siendo una maestra exigente, determinante y firme en mis ideas de educar, pese a la “modernidad” de dejarle a los alumnos opinar sobre sus maestros.
En mis clases no hay opción, hay que leer, estudiar, aprender, innovar, pararse a dar clase en español, en inglés y hasta en italiano o en francés.
De mi clase nadie se salva de aprender algo de náhuatl y latín y las traducciones se vuelven un hábito inamovible a la par del aprendizaje diario en clase.
La oportunidad de aprender fue única en mi vida. Tuve la fortuna de venir de abuelos maestros y padres exigentes. Pero la oportunidad de enseñar y transmitir es un privilegio irrepetible. Y sé que la vida es eso: una gran oportunidad.
Yo vine a este mundo a aprender, a descubrir en los libros un mundo maravilloso y digno de compartirse. Y sé que es difícil pero no imposible: enseñarle a mis alumnos que se encuentra diversión en las letras, al leer y al escribir.
¿Me creería si le digo que mis alumnos de 15 y 16 años escribieron su primer libro?
Sí, mis alumnos de preparatoria del TecMilenio cerraron su tetramestre entregando como trabajo final su primer libro.
Escribieron de todo, recetas de cocina, crónicas, confesiones de amor, gratitud a los padres, amores y desamores, enojos y desencantos, reconciliaciones, amistad y hasta crónicas deportivas.
Han nacido varios literatos que ni ellos mismos sabían que podían escribir.
Para serle sincera, cuando llegué en septiembre, tampoco sabía que ellos en diciembre me entregarían en la mano su primer libro.
Yo le dejo mi práctica, pericia, experiencia y vivencia personal como amante de los libros casi desde que nací. Desde luego no he leído todo cuanto quisiera y ahora menos tiempo tengo pues doy muchas horas de clases a la semana.
Mi diversión más grande en la vida ha sido enseñar. Y me pagan por divertirme.
He sido reportera casi tres décadas y hasta he cometido la barbaridad de trabajar para políticos en algunos lapsus-brutus de mi vida. Pero cuando de informar y enseñar se trata, siento que a mí siempre me han pagado por hacer lo que me gusta.
Créame, un libro es diversión. Regálele a su hijo un libro para este año. Pero le advierto, será muy difícil que sus hijos lean si no le ven a usted leer. Así que regálese otro para usted también.
Ana Frank, D’Artagnan, El Conde de Montecristo, el Capitán Nemo, Monseiur Phileas Fogg, Passepartout, Otto Lidenbrock, Gandhi, Luther King, Teresa de Calculta, La Dama de Hierro, Antonieta y Luis XV, Lincoln, Miguel Hidalgo, Leona Vicario, Morelos, Fernando del Paso, Juan Rulfo, Laura Esquivel, José Guadalupe Posada, Frida Kahlo, Diego Rivera, Enrique Krauze y desde una Sor Juana Inés de la Cruz y un Miguel de Cervantes Saavedra hasta El Bronco y Peña Nieto, serán personajes que entrarán en la mente de su hijo y le prometo que no saldrán jamás.
Si alguno de sus hijos me toca como alumnos le aseguro que a mi salón entrará uno chico y saldrá otro diferente. Nada más le pido que no venga usted a quejarse de que soy una maestra estricta y disciplinada, así lo fueron conmigo y creo que el resultado no es del todo peor.
Ah y lamento decirle que todavía no me convencen los libros por internet. Todavía no le encuentro el mismo gusto a una Tablet o a una máquina, comparado con la sensación y olor de un libro nuevo (¡o viejo!) frente a mí.
Habrá de disculpar, soy del siglo pasado, de otra absurda, pero bien intencionada y soñadora generación.