Amor por los libros

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Amor por los libros

Una biblioteca personal refleja al amoroso dueño de volúmenes que ha ido eligiendo a lo largo del tiempo, evocando el primer encuentro con el libro: ya, gracias a la generosa mano de un amigo, el padre, la madre, un hermano. O, quizá, debido a una fortuita y afortunada coincidencia en un lugar único, especial, al que se llegó por azar.

Quien uno a uno va apilando libros en la mesita de noche y encuentra en su biblioteca su sitio privilegiado, sabe lo que significa el libro en su vida: lo que le dijo en una noche de tormenta o en un iluminado día.

Para quienes han sabido y amado construir sus propias bibliotecas, sus bibliotecas personales, saben lo que significan también las bibliotecas públicas: las que desde sus anaqueles ofrecen en silencio aventuras, confesiones, biografías, paisajes, imágenes, historias y conocimiento.

Entrar en ellas es navegar en los océanos de hechizantes mundos; en universos inimaginados y cargados de belleza y sabiduría. Las bibliotecas públicas han sido, a lo largo del tiempo, las posibilidades de muchísimos para embarcarse en solitario a través de senderos caminados por otros, iluminados por otros y que invitan a andarlos en una experiencia única e intransferible.

El domingo 13 de junio se conmemoró el Día del Bibliotecario en Coahuila. Una profesión en la que impera el espíritu del servicio, el conocimiento, la sabiduría y la bondad. Todas estas virtudes se aplican, pues las labores emprendidas en una biblioteca no se circunscriben en exclusiva a las limitadas por las paredes del espacio físico. Entran en contacto con las múltiples almas que buscan abrevar saberes en tan emocionantes recintos.

Dos figuras primordiales destacaron en este apasionante quehacer, ambos, en fecha reciente, lamentablemente fallecidos: Víctor Moncada Maya y Alfonso Vázquez Sotelo.

Víctor Moncada, compañero de trabajo de quien esto escribe, bibliotecario en el Centro Cultural Vito Alessio Robles; y Alfonso Vázquez, quien fuera coordinador general de Bibliotecas de Coahuila.

Víctor era dueño de una vasta cultura y grande sensibilidad. Un conocedor de la cultura mexicana, disfrutaba de sus expresiones narrativas y poéticas. Tenía la enorme generosidad de compartir sus hallazgos y una devoción por las figuras de Mercedes Sosa y Violeta Parra, por un compromiso social que volvía bandera en cada uno de sus actos, siempre cumpliendo con alegría y responsabilidad sus tareas. Su amor por los libros era legendario en él. Su pasión era entrar en contacto con ellos día con día, lo cual transmitió a su familia y a sus cercanos, familiares y amigos. Era una delicia escucharlo referirse al empastado de los libros y a la belleza en el fondo y en la forma de las palabras de su contenido.

A don Alfonso se le cruzaban los libros también por aquí y por allá. Desde muy pequeño, cuando sus padres le mostraron el gusto de pastas y contenidos. Cuando al hacer su servicio social lo realizó en la Hemeroteca del Estado de Guanajuato y, después, al especializarse en Biblioteconomía. Más tarde al ocupar el cargo de Jefe del Centro de Documentación en México y luego en el Colegio de Bachilleres, donde era Jefe de Servicios al Público y estaban a su cargo las 20 bibliotecas del Colegio. Trabajó en Conafe y después en Documentación e Información del Desarrollo Integral para la Familia en Saltillo.

Siendo director del Instituto Estatal de Documentación, me contó en una ocasión que su padre, don Margarito Vázquez, cronista de Silao, Guanajuato, hablaba con sus hijos de historia en todo momento y que fue al joven Alfonso a quien le encomendó organizar su biblioteca. En nuestra plática refirió que le reconfortaba leer a León Felipe porque “Con la lectura de sus obras, dijo, encuentra uno el centro de la vida”.

Dos figuras para recordar en este mes en cuyo día 13 se celebra al Bibliotecario. Una profesión bella y esperanzadora que en ambos, Víctor y don Alfonso, tuvo dos entrañables modelos.

Dos referentes primordiales.