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AMLO cumple dos años de gobierno populista
A las cinco de la tarde en punto el presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos Andrés Manuel López Obrador, se hace presente en el patio central de Palacio Nacional. Después del toque de silencio en honor a las víctimas de la pandemia el mandatario del ejecutivo entra en materia para rendir su segundo informe: “Hoy cuando cumplimos dos años de gobierno puedo sostener con hechos y en honor a la verdad, que es la Constitución, que hemos avanzado en nuestro objetivo de transformar a México. Se garantizan las libertades y la democracia y el derecho disentir. No se censura a nadie. No se reprime a pueblo. No se organizan fraudes electorales desde el Gobierno Federal. El Gobierno ya no representa a una minoría, sino ha todos los mexicanos. Se gobierna también con autoridad moral. No se tolera la corrupción ni se permite la impunidad”. Reconoció que de los 100 compromisos hechos durante su campaña presidencial solo le quedaban tres pendientes por cumplir: la descentralización del gobierno, invertir en energías renovables y resolver el caso de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.
López Obrador tuvo que interrumpir su mensaje político en varias ocasiones (un total de 40 minutos) debido a que los 80 invitados especiales no dejaban de aplaudir como paleros de circo cada uno de los logros de la tercera parte de su sexenio: “el combate a la corrupción, al robo de hidrocarburos, y el fraude electoral; la creación de la Guardia Nacional; la cancelación de la condonación de impuestos; que se garantizó la posibilidad de realizar consultas populares; que se aprobó el procedimiento de la revocación del mandato; que se eliminó el fuero al presidente para que pueda ser juzgado por cualquier delito como cualquier otro ciudadano o cualquier otro mexicano; que hemos cumplido el compromiso de no endeudar al país; no subir los precios de los combustibles”. AMLO también habló de la agenda de cambios. Consideró que la agenda que ha implementado su gobierno en este 2020 es difícil sepultarla y así lo dijo: “Es que ya están sentadas las bases de la transformación”.
Además de estas acciones habló del apoyo al campo y pescadores; del impulso económico en cuanto al rescate de la embestida privatizadora que puso al borde de su desaparición a Pemex y la CFE. Promete que en 2023 dejemos de importar gasolinas porque lograremos la autosuficiencia con la entrada en operación de la nueva refinería de Dos Bocas y la modernización de las seis refinerías existentes. Reitera el cumplimiento de su gobierno para mantener los precios de los combustibles. Prometer no empobrece. Dice el vizconde de Valmont, “es fácil prometer cuando no se tiene la menor intención de cumplir”. AMLO aseguró que cuando su franquicia electoral gobernara el país, la gasolina costaría $10 pesos por litro. Promesas huecas como esta -y las hubo por decenas- merecían postearse el próximo 28 de diciembre que se celebra el día de los santos inocentes, para recordarle a sus electores, por quien votaron. Con las fábulas de la “honestidad valiente”, más de un chairo pensó que para estas fechas habría bajado la gasolina; que Peña y todo su gabinete (incluidos Lozoya y “El Padrino” Cienfuegos) estarían en la cárcel; y que México sería una potencia económica emergente.
En referencia a la pandemia justifica que seamos los peores evaluados a nivel mundial por acciones contra el COVID-19, porque heredó un sistema de salud en ruinas y con total procacidad declara que: “tanto la crisis sanitaria como la económica las ha enfrentado con “entrega”, “eficacia” y con “estrategias no convencionales”. Luego valuó como héroes a los que envían remesas que pueden clasificarse como “una especie de milagro social”. En cuanto al desempleo aseguró que la economía empieza a crecer porque del millón 117 mil 584 empleos formales perdidos, ya se han recuperado 550 mil 600. Señaló que la impunidad de su gobierno que no se asocia con la delincuencia; que en los avances económicos y legislativos no se fabrican delitos ni se espían a opositores; que la inflación está controlada; y que el peso no se ha depreciado”. Insiste en que “no existe escases de alimentos ni de materias primas o combustibles; que todo funciona “normalmente” en el sistema financiero; que la en la política internacional ofreció asilo a Evo morales y a sus colaboradores; y que no tenemos conflicto con ningún gobierno en el mundo; que no se han violado los derechos humanos de migrantes”.
Expresó su reconocimiento a las Fuerzas Armadas para finalmente dar un agradecimiento y su mensaje político: “Amigas y amigos: no todo es perfecto, ni aspiramos al pensamiento único. Estamos conscientes de que existe oposición a nuestro gobierno, y eso es legítimo y normal. La mayoría de los mexicanos está respaldando a nuestro gobierno. Tengo otro dato: el 71% de los ciudadanos mexicanos desean que sigamos gobernando y ¡con eso tenemos! Amigas y amigos, ¡gracias por su confianza! No les he fallado y no les fallaré. Sigamos todos promoviendo el bien enalteciendo a nuestra patria y haciendo historia”. Y finalizó con la triada patriótica: ¡Viva México! ¡Viva México! ¡Viva México!”.
El discurso del segundo informe de gobierno del mandatario mexicano está muy distante a la realidad que vive en la actualidad el país. AMLO habla de un México ficticio que solo habita en su imaginación. A los retos del presente, que son muchos y -muy graves-, no ayuda que uno se incruste como oposición de los mandatarios más ominosos entre una sucesión de impresentables. No obstante, mi postura política es la de un opositor al gobierno de López Obrador. No le bastó con la bufonada de la “presidencia legítima”. No le bastó ser el talante dictatorial con el que manejó primero el PRD, y luego al MORENA. No tiene vocación democrática y respeto por el cargo de presidente de la República de los Estados Unidos Mexicanos. Alguien tiene que hacerse responsable de que la milpa le haya quedado grande como titular del poder ejecutivo del país y comandante supremo de las Fuerzas Armadas.
Ahora el asunto es hacerle entender que habemos seres humanos de este otro lado. Tal vez sea preferible ser un rebelde contra las injusticias y la decadente sociedad actual. Tengo algunas características del sociópata y un perfil de disidente que facilita el ser juzgado por autoridades gubernamentales. Me cuido de ellos, no me vayan a “curar” de mi rebeldía porque pierdo mi esencia de cambiar al mundo. Por diversas razones estoy en desacuerdo con la “política de austeridad” y la directriz establecida por el gobierno lopezobradorista, que me lleva a desacatarlo y hasta desafiarlo. En el argot teatral sería algo equivalente a la frase: “¡Que des- “peje” de una vez la escena!”.
Existen dos realidades totalmente polarizadas. Una realidad con dos posibles interpretaciones: una política pública y otra publicada. Hay una opinión pública y otra publicada.
Está la visión de aquellos que critican y analizan lo que ha funcionado y lo que no, y aquellos otros, que parce forma la mayoría, que terminan por respaldar una y otra vez, las acciones de gobierno. Los que están totalmente identificados con López Obrador le creen más a él, que, a los críticos, las mentiras que pregona: “el manejo de la pandemia es adecuado”, “no nos está yendo tan mal en comparación con otros países”, “la pandemia no es responsabilidad del gobierno”, “las medidas que estamos tomando son las adecuadas”, “la mala economía es resultado del neoliberalismo”, “ya lo estamos corrigiendo, pero dos años es muy pronto”, etcétera. Esos discursos reiterados de López Obrador donde responsabiliza al pasado que él está corrigiendo se lo creen solo sus feligreses conocidos también como: “chairos”, “peje-zombies” o “amlovers”. Pueden reconocer los problemas de seguridad, economía, salubridad, pero no le atribuyen a su mesías la responsabilidad porque le conceden que es muy poco tiempo para corregir y ofrecer resultados de este gobierno. Desde mi criterio es preferible ser crítico y contestario, a ser un ciego que no quiere ver, y que no está listo para recibir ninguna crítica sin primero descalificarla, porque no las piensan. La pasión y la razón son lo más distante que existe.
Parece que no importa que el gobierno mexicano deja de atender las necesidades del país enmarcadas en el Plan Nacional de Desarrollo que, por cierto, el plan vigente es el de Peña Nieto, ya que el de López Obrador hasta la fecha no ha sido presentado. Es decir, no hay planes, ni programas, ni proyectos, ni políticas, especialmente las culturales. Es claro que la cultura no es un eje sustancial del discurso político de López Obrador y por eso no entró en el concierto de prioridades de su gobierno. ¿Cómo no cuestionar que su inadmisible política de austeridad aprueba recortes significativos al presupuesto etiquetado para la ciencia, la tecnología, el deporte, la educación, el arte y la cultura? Sin los pilares que sostienen el progreso de una sociedad, la supuesta “transformación de cuarta” del Gobierno de la 4T, es una farsa que solo exhibe la carencia de programas en materia de política cultural, educativa y científica. De hecho, las instituciones de investigación científica mexicanas no están a favor de la ciencia, más bien es una agenda ideológica partidista donde lo que importa no es la calidad del trabajo, sino la lealtad al mesías. Los recortes seguirán sucediendo y las instituciones culturales seguirán descapitalizándose hasta la inanición. Como artista me parece gravísimo el rumbo que toma este gobierno. Todo indica que la gran mayoría de la comunidad artística nos han sometido en un estado confesional. Ante la falta de presupuestos, recursos y espacios que precariza nuestra existencia como artistas y considerando que nuestra labor es fundamental para la reconstrucción del tejido social, la cultura no puede ser un subtema de los procedimientos de cambio de este “gobierno de transformación”.
Casi al concluir su mensaje, el presidente destacó la oposición a su gobierno para inmediatamente después alardear del aumento de su popularidad con una sonrisa en su rostro. Es inobjetable que son muchas las políticas controversiales que su popularidad ha logrado contrarrestar. Y es innegable que su popularidad es incontrovertible porque hay elementos que justifican el alto nivel de aprobación que a dos años de su mandato aún mantiene López Obrador gracias a los programas sociales, el discurso de la política de austeridad, el combate a la corrupción, y la forma de comunicarlo. “El Peje” ha puesto énfasis en la narrativa incluso por encima del fondo, porque el fondo es la forma: “Primero los pobres”. Nadie va a oponerse a ese discurso. Políticamente ha sido un acierto. La mayoría sigue respaldando el proyecto del presidente. Por eso no debería sorprendernos los elevados índices de popularidad que recogen las encuestas pese a la dura crítica de la opinión pública. En definitiva, existe un divorcio entre la opinión pública y la clase política en este momento que es especialmente retador. El binomio de la pandemia y la crisis económica derivada del confinamiento dictado, enmarca este 2020, en el camino a lo que serán los comicios del 2021, donde se renuevan 15 gobernaturas, así como la Cámara de Diputados.
La crudeza de las estadísticas económicas o las reprobables cifras que arroja el mal manejo de la pandemia, la inseguridad que sigue al alza, confirma que este complicado 2020 fue una catástrofe. Sin embargo, vemos los elevados índices de popularidad del presidente López Obrador crecen y resultan porcentajes realmente admirables. Todas las encuestas validan que tiene un porcentaje de aceptación por encima del 60%, lo cual ya es muy bueno. Hay algo de lo que me estoy perdiendo que no acabo de entender, o que tampoco están entendiendo los analistas políticos. El porcentaje del grado de popularidad del presidente es considerablemente más alto que algunas de sus políticas. Es una aprobación a la persona que representa el presidente y no a sus políticas que siguen pendientes por consolidar: reducir la desigualdad, el combate a la corrupción, resolver los problemas de seguridad, la inversión en energías renovables; y que se ven aplazados porque hay cosas más urgentes que atender que no estaban previstas como la crisis económica y la sanitaria.
“El Peje” es un fenómeno político que tiene el don de la empatía con la que se involucra emocionalmente con sus simpatizantes. Y ese 70% de aprobación, con la situación que tenemos en este momento, no se puede explicar por las políticas, por la simple razón de que este año ni siquiera pueden ser evaluadas las políticas. Lo que le funciona es ponerse en los zapatos de quienes están pasando dificultades, pobreza, desempleo, y eso es lo que le hace conectar con la población. Evoco un antiguo adagio de la política que dice: “gobernar es comunicar”. En ese sentido las conferencias mañaneras son su mejor estrategia de comunicación.
Aunque en realidad sus mañaneras son de una retórica engañosa y hasta se podría decir, demagógica, porque se dirige a sus seguidores, pero en realidad no convencen a quienes plantean críticas, a quienes son disidentes o a muchos expertos en análisis político. Un buen comunicador tiene la capacidad de convencer a sus críticos. López Obrador no convence a quien piensa distinto a él. No responde a las críticas con argumentos o con teoría económica, energética, o científica, él responde con descalificaciones. Solo tiene buena retórica con sus seguidores.
La figura que ha forjado López Obrador les permite a sus políticas fallidas, encontrar el respaldo incondicional de la chairiza. Utiliza las viejas estrategias priístas de fomentar los programas sociales al entregar el dinero como un elemento clientelar electoral de contacto directo sin intermediarios. La mañanera, más el modelo existencialista, hasta ahora le ha funcionado. La mañanera es todo un éxito porque pone públicamente la agenda y no hay quien le responda esa agenda. Cualquier comunicador político te diría que es un riesgo hablar por más de dos horas todos los días en televisión nacional. El equivocarse no le ha pasado factura porque en la triangulación hay tres elementos fundamentales: primero, insiste siempre con una misma idea, aunque sea impopular, porque al final del día la gente cambia de opinión y tu idea se torna popular; segundo, quédate con la agenda de tus adversarios; y tercero, divide a tus contrincantes. Estas tres cosas las está haciendo el presidente de manera invariable. Simplemente manda su mensaje unilateral, con las mismas premisas que pueden no corresponder con la realidad, pero se está dirigiendo a su público que son sus seguidores devotos de él, que le creen todo y no les creen a los críticos. Aceptan la premisa de que “los críticos son conservadores”, “que son corruptos”, “que están robando”, “de que no les hagan caso porque son neoliberales que están perdiendo privilegios” y por eso se oponen a la transformación dirigida por López Obrador.
La verdad es que las encuestas le están premiando sus “buenas intenciones”, porque a la hora de los resultados la valoración no es tan buena. El presidente descalifica a quien lo cuestiona como unos conservadores. ¿Entonces la ideología del presidente? ¿Es liberal? ¿Es progresista? ¿Cree que es este un gobierno de izquierda? A México lo gobierna una derecha nacionalista evangélica que está enfrentada con una derecha nacionalista católica. Para llegar al poder, los primeros se disfrazaron de “izquierda”. Pero en México solo hay una “izquierda ausente”, ya que ningún partido político representa esta corriente de pensamiento. El presidente López Obrador es tan contradictorio que es muy difícil categorizarlo. Desde mi perspectiva López Obrador es un demagogo populista.
El partido en el poder se dice ser de izquierda y por otro lado, ellos se consideran liberales frente a la derecha y frente a los conservadores. Hay mucho conservadurismo en López Obrador, incluso económicamente. Responde al esquema nacionalista revolucionario del viejo Partido Revolucionario Institucional, lo que lo vuelve un conservador que está regresando setenta años para atrás. No encara al futuro con la globalización, por ejemplo, con las energías limpias, ya que prefiere las energías sucias y contaminantes. Eso es conservadurismo. En cuanto al feminismo se ha notado que hay un gran desprecio por las causas de las mujeres que descalifica diciendo que “están manipuladas por los conservadores”.
En realidad, estamos muy lejos de ser arropados por un Estado de bienestar social de avanzada. Nunca fuimos un país pobre, somos un país empobrecido por politiqueros, gobernantes, jueces y fiscales corruptos, sindicalistas oportunistas, religiosos alcahuetes y un pueblo amnésico. Nos faltan recursos, nos sobran ladrones. El dramaturgo inglés George Bernard Shaw (1856-1950) decía: “Los políticos y los pañales deben ser cambiados con frecuencia. Ambos por la misma razón”.