Amelia

Usted está aquí

Amelia

ilustración: Esmirna Barrera

Por: Diana López García

Una, dos, tres, cuatro. Cuatro grises, frías y sucias paredes me rodeaban. Tal vez eran cinco, o tal vez eran tres. Sinceramente, no lo sé, Amelia. He pasado tantas horas en este lugar estudiando hasta el mínimo detalle, que no me sorprendería si me doy cuenta que todo este tiempo se alzaba una pared más y no lo había notado. O por el contrario, una de esas cuatro paredes sólo forma parte de mi imaginación. Mi mente perfeccionista no podría soportar un cuarto con tres muros o cinco, así que me haría ver algo con lo que me sintiera satisfecho.

Mis dedos tamborilearon sobre la mesa con un ritmo repetitivo y molesto, melodía que sé de memoria porque la he oído antes. No me preguntes dónde, porque no lo recuerdo. Hacía ese sonido mientras contaba los mosaicos del lugar. Ya sabía cuántos eran desde cualquier ángulo: 165 de color grisáceo y 232 de color blanco. Cerré los ojos y sonreí, recordando cómo era mi vida antes de todo esto; es decir, cuando tú eras mi vida afuera de estas paredes acolchadas.

Me da tristeza tu compañía, verte conmigo en aislamiento.

Tu rostro lo tengo grabado en mi mente detalle a detalle; será porque te veo cada vez que siento tu mirada. He memorizado tu nariz respingada, tus ojos rasgados, tu cabello negro  y rizado, así como esa manera de sonreír con una pequeña arruga que se te hace debajo del ojo. Lo único que aborrezco de ti es que, cuando algo te pone de nervios, te muerdes las uñas. La manera en que rodeas tu pulgar con el dedo índice y luego lo muerdes de forma repugnante, como si tu vida dependiera de ello, hace que piense en cosas que no debo. Siempre me molestó el hecho de que tuvieras ese horrendo hábito, y tú lo sabías. A veces creí que era para fastidiarme que lo repitieras frente a mí.

Amelia, cuando leas esto, sabrás que pienso demasiado en ti, tanto como pienso en aquellas paredes ―sí, aún no decido cuántas son― y tanto como pienso en los mosaicos fríos y sucios. Por favor, no tengas miedo y no te vayas. No todo es malo en este manicomio. Vas y vienes sin acercarte… No dejas que te explique.

Todavía no entiendo por qué seguimos encerrados. ¿Podrías haberlo imaginado, Amelia? ¿Podrías? ¿Por qué estamos aquí y no en otro lado: yo en la prisión y tú en una tumba? ¿Por qué te alejas? Ven acá. ¿Por qué te veo en cada rincón? Creí que matarte sería suficiente para que dejaras de morderte las uñas. Mira que, por precaución, te arranqué cada manojo de dedos y me quedé con ambos. Pero, ni muerta, dejas esa fea costumbre. Espero que tengas paciencia para hallarlos; no recuerdo detrás de cuál mosaico escondí tus manos.

 

 

Diana López García. ESTUDIANTE (Cuatro Ciénegas, 2000).

No recuerda con exactitud cuál fue el primer libro que leyó pero sabe que fue cuando estaba en segundo grado del jardín de niños. En el transcurso de sus años en el CBTa 22, escribió varias historias, pero a las que les tiene más aprecio son “Amelia” y “La masacre de Leabharlann”. Fueron ideas a las que dedicó mucho tiempo y esfuerzo. Además, siente que representan una parte suya que no muestra con facilidad. Ahora estudia Comercio y Negocios Internacionales; pero sabe que siempre verá a la literatura como una pasión y una forma de aislarse del mundo.