Alameda abandonada
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Alameda abandonada
“Era ya media noche y en la obscura alameda, / musitaban las hojas con débil voz y queda, / mientras dulce y tranquila tras finísimo velo de neblina, / la luna se elevaba en el cielo”. Fragmento del poema “Delirio” de Felipe Guerra Castro, regiomontano que nació en 1881 y murió en 1922 en medio de enfermedades. El poeta Guerra Castro hacía viajes constantes hacia Saltillo, Coahuila, disfrutando de una vida bohemia. De ello existe una carta sobre sus traslados en tren que debieron ser memorables. Fue amigo de Nemesio García Naranjo.
La Alameda se inauguró en 1861 por el alcalde José María Morelos y comprendía el área entre las calles Pino Suárez y Villagrán, Washington y Espinosa. En 1886, el general Bernardo Reyes la redujo para construir una Penitenciaría y vender el resto del terreno para financiar dicha construcción imponiéndole en 1888 el nombre de Alameda general Porfirio Díaz. Como referente de ese momento de la historia se conserva aún la fuente “Chiquita” elaborada en acero bajo el diseño de Jordan Lawrence Mot, fechada en mayo de 1871.
Entonces la Alameda era un paseo de postín para las familias acomodadas de Monterrey y contenía un zoológico, una fuente de agua y un kiosco. Este paseo familiar fue visitado en 1898 por el General Díaz quien se alojó en el edificio afrancesado que aún existe en la esquina de las calles Villagrán y Washington y que será sede cultural de una universidad.
En 1906, fue presentado en la Alameda el primer automóvil que llegó a la ciudad. En esos tiempos el lugar atestiguó manifestaciones pre-revolucionarias, en una de ellas hizo presencia Francisco Ignacio Madero. En el Centenario de la Independencia se construyeron en cada una de sus esquinas bellas arcadas coronadas por bustos de los caudillos independentistas. Los arcos permanecen en pie gracias a sus fuertes columnas rectangulares en forma de aguja. Guerra Castro en su poema “Delirio” eligió a la Alameda de esos tiempos como escenario de la muerte de la mujer victimada por su amado.
Durante la Revolución, entre los árboles de la Alameda hubo fusilamientos y homicidios amparados en la ley fuga. Al nacer la República Mexicana se rebautizó a este paseo con el nombre del general Mariano Escobedo, militar nacido en el municipio de Galeana Nuevo León que participara en la Guerra de Reforma y en la Segunda Intervención Francesa.
En los felices años veinte la Alameda seguía conservando su donosura y era el lugar público favorito para el lucimiento de las muchachas ataviadas con vestidos sueltos, cabello estilo Bob y sombreros. Una de ellas fue mi abuela Paula quien como todas las mujeres núbiles de entonces se sentaba en alguna de las bancas para conocer prospectos de esposo.
Allí la encontró Romeo, -mi abuelo materno saltillense-, se casaron y a dos cuadras y media del paseo, rumbo a la iglesia de la Purísima fueron construyendo su casa estilo mediterráneo en la que nacieron sus siete hijos. Desde lo alto de las terrazas de esa casa podía verse la Alameda. En esas terrazas disfrute del sol, de las tardes en los que mis hermanos y yo anduvimos en triciclo, sorprendidos por el paso de las mariposas monarcas. Años sesenta en los que la Alameda seguía siendo un paseo digno con su fuente monumental, la Fuente Cri-Cri, estanques, un teatro al aire libre y un pequeño zoológico.
Hoy en día la Alameda guarda muy poco del esplendor que tuvo. Los vecinos no acuden a visitarla porque existe mucha inseguridad derivada de los antros que la rodean de los que salen personas alcoholizadas para dormirse sobre bancas y superficie de jardines ausentes.
Pululan líderes religiosos que se instalan allí, compitiendo entre sí, para promover sus cultos; migrantes de Centroamérica que buscan un lugar para descansar mientras emprenden su viaje más al norte y personas de por lo menos cuarenta pueblos originarios que se reúnen los fines de semana para convivir. La Alameda es tierra de nadie y de todos.
En otro de sus poemas Felipe Guerra Castro escribió: “Con más o menos llanto se le llora / con más o menos polvo se le entierra / y más o menos pronto se le olvida “. La Alameda Mariano Escobedo sufre del olvido colectivo. Hay que hacer algo para resignificarla.