Aire acondicionado

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Aire acondicionado

Hablo con mi padre por teléfono para felicitarlo por su cumpleaños. Dice que allá hace frío. Comprendo, 18 grados centígrados, a mitad de la primavera, deben sentirse así. Acá hace calor, le digo. Es cierto, aunque omito decirle la cifra con la que aquí nos morimos de bochorno para que no se burle de mi falta de aguante. Mientras tanto, yo como otros, me refugio en el cine o cualquier otro sitio con aire acondicionado. 

1. Voy a ver 10 Cloverfield Lane y por un momento me olvido del calentamiento global. Me parece una película regular. Lo suficiente como para recomendarla. Mi acompañante, por otra parte (una chica con la que salgo) la odia. Me incomoda su inconformidad, lo admito; pero aún más me disgusta lo tajante que es al respecto. Por alguna razón un temor se activa en mí y me proyecto bastante adelante en el futuro. Me inquieta pensar qué pasará el día que algo más grave y trascendente sea el motivo de una discrepancia. Me aterra aún más pensar que yo le dé tanta importancia a algo tan trivial como diferir en una película. 

2. He pasado tanto solo que no estoy acostumbrado a que alguien me contradiga. Por otra parte, suelo ser una persona evasiva. Huyo de las discusiones a la menor provocación o, si no, ignoro de manera grosera a quien trata de discutir conmigo. Me funciona. Evito disgustos, perder el tiempo y romperle la cara a algunas personas. El problema es que tengo poca vocación de ermitaño y necesito empezar a escuchar con mayor disposición a los demás si no quiero terminar bebiendo solo en la barra de una cantina. “Silence is not the way”, dice la letra de “Letting the Cables Sleep”. Y, aunque la canción habla más bien de problemas de pareja, le encuentro sentido a la frase. 

3. El silencio no siempre es malo, por otro lado. “Enjoy the Silence”, dice Depeche Mode; la palabra es plata y el silencio es oro, dice también el refrán. Por otro lado, el silencio también asegura un margen de error mínimo y eso lo saben todos los tímidos de secundaria y preparatoria que jamás hablan en público o participan en clase por temor a que un error los ponga en la mira por el resto del curso. 

4. El temor a ser escuchados no sólo es cosa de la adolescencia; también nos convierte en adultos apáticos, aunque muchas veces no se trata de otra cosa que falta de confianza; una que bien podría convertirnos en un remedo del protagonista de The 40-Year-Old Virgin y que nos lleva a concluir que a menudo es el sexo lo que nos salva de tener una existencia sosa. Aunque, para ser justos, tampoco es sinónimo de diversión garantizada. 

5. Tantas cosas ocurren en la cama y, por supuesto, todas influyen. El alcohol (en el caso de aquellas personas con escasa facilidad de palabra) puede ser bueno para romper la tensión, estimular la plática o lo que sea que uno elija hacer previo al coito. Sin embargo, en grandes cantidades, unos tragos convierten al más diestro en una torpe imitación de panda sin lo encantador del mamífero chino. Cuando lo anterior ocurre no queda más que recurrir a una buena canción para tomar las cosas con buen humor. Escuchar “Too drunk to fuck” de los Dead Kennedys, por ejemplo, sirve para aceptar el fracaso amatorio. 

6. A pesar de esto, tampoco hay que apostar por el recato. Luego hay quienes creen en el celibato a ultranza y firman pactos de castidad. Personalmente, nada podría causarme mayor desconfianza que alguien que se atreva a semejante cosa. Preferiría antes a cualquier fan de 50 Shades Of Grey y su edulcorada visión sobre el BDSM. Al menos, en esos terrenos, las cosas pueden ser todo menos aburridas.