Agresividad a flor de piel

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Agresividad a flor de piel

Foto: Especial

La agresividad ha crecido de manera alarmante a nivel general; tal vez generada por la  desconfianza que nos ha provocado la situación de inseguridad que estamos viviendo y que provoca que caminemos con la luz de alerta en todo momento. Que tristeza, porque nos convierte en personas que de manera instantánea se siente agredida en los momentos más normales.  Fui  de compras, tomé la bolsa del rollo de plástico para escoger mi mercancía, en este caso se trataba de filetes de pescado. Dejé el rollo en su lugar y, mientras acomodaba mi compra, llegó una pareja para hacer lo mismo, al tomar el rollo, este se resbalo de las manos del señor que lo había tomado y por mala suerte calló sobre mi pierna en la parte más dolorosa, la espinilla. 

Proferí una exclamación de dolor instantáneamente y al voltear  hacia la persona que, sin proponérselo obviamente, había causado la situación, su esposa me increpó agriamente: ni modo fue un accidente. Al ver su actitud defensiva sólo le dije: lo sé señora, no se preocupe. Lo menos que yo  hubiera querido que se interesará un poco por las molestias que yo sentía, pero en absoluto recibí la más mínima atención de su parte, por el contrario, su rostro demostró una actitud agresiva. En ningún momento expresó  interés por mi persona. Me alejé reflexionando cómo hemos perdido, no sólo la educación en los momentos en que debemos demostrarla, sino la capacidad para adoptar una actitud más conciliadora y humana.

Conversando sobre la experiencia anterior, una buena amiga me confió una situación que está viviendo y que ya no le es soportable. Ella tiene una amiga casi desde la infancia, la que es una persona muy notable por su capacidad de liderazgo que ha manejado grupos, tanto en su trabajo como en asistencia social y siempre ha sido capaz y notable; sin embargo, tal vez por costumbre, ha perdido el control de ese carácter de liderazgo de que fue dotada y ahora se ha convertido en una persona exigente, que trata de imponer su voluntad en todo momento sin escuchar las razones de los demás. No niego que se preocupa por casi todo a su alrededor, pero quiere que todo sea a su manera y trata de imponer sus ideas que en ocasiones resultan negativas porque cada persona tiene razonamientos y objetivos propios y, desde luego diferentes. El respeto que antes sentía por ella se ha trocado en temor en lugar de agrado. Cuando no se hacen las cosas como ella quiere, levanta la voz, llegando a gritar, lo que  lo hace parecer una persona agresiva y demandante que no respeta las opiniones ajenas. ¿A qué nos puede llevar esta actitud? Esta lamentable pérdida de libertad de expresión, a la que todos tenemos derecho, puede ser causa de una ruptura del equilibrio de una relación invaluable y pacífica y hasta, en el peor de los casos de una larga amistad.

Una experiencia que nos fue muy valiosa como matrimonio, fue la siguiente: cuando uno de mis hijos contaba, tal vez, con unos 4 añitos, se acercó a nosotros y nos dijo textualmente: “porqué se gritan, que ya no se quieren”. Mi esposo y yo sosteníamos una fuerte discusión y no nos percatamos de la presencia del pequeño y, como él lo expresó, seguramente habíamos levantado demasiado la voz. Nunca olvidamos la lección; y en la familia están prohibidos los gritos. Aprendimos a conciliar nuestras diferencias. Pero, como de historias vamos, ésta ha terminado porque, como siempre, al final…TODOS SOMOS HISTORIA.