Agraviados

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Los bloqueos, la rapiña en tiendas y el vandalismo en gasolineras sólo es una de las caras de la monedaalejandro medina

Los mexicanos entramos en un estado de delirio con la decisión presidencial de aumentar imprudencialmente el precio de la gasolina y el diésel. Esta decisión afecta también a los que no tienen automóvil y los que no trabajan en transportes colectivos y de carga porque sabemos que el dinero perderá más su poder adquisitivo, y esto significará una menor calidad de vida para nuestras familias.

La Reforma Energética aprobada por legisladores, en tiempos en los que el actual Mandatario de México contaba con capital político, no ha presentado a la población ventaja visible alguna, tampoco ha beneficiado al sector privado particularmente a las Pymes, aunque personalmente estoy de acuerdo en la liberalización del precio de la gasolina, pero de forma prudente, no a raja tabla.

Fueron muchos los sexenios en los que hubo un relajamiento institucional instalado en un Pemex que sólo obtenía el crudo y lo exportaba en bruto, a lo bruto. Nunca los precios alineados a los costos de producción, evitándose la producción local de gasolina, ¿y ahora qué pasa? Como una medida de orden fiscal, suben sensiblemente los precios de los derivados del petróleo, en lugar de quizás escalonar los aumentos y de generar precios con un diferencial mucho mayor entre la gasolina Premium y la Magna para que quienes tengan automóviles de lujo, paguen mucho más que los que tienen automóviles básicos.

Qué bueno que esta medida pudiera refrenar, con fines medioambientales, el uso en general de los automóviles, pero lo que importa en esta ocasión es el propósito recaudatorio.

El demonio del norte ya está recogiendo los primeros frutos de su odio racial desde un país que pronto presidirá con el argumento de proteger su mercado nacional, pero cuya población tiene como bandera el descarte y el abuso de la energía del planeta.

Y los políticos mexicanos de baja estatura moral siguen regodeándose en su desinterés sin perseguir los millonarios hurtos cotidianos de combustible, pero, eso sí, manejando una retórica infame para decir que se apenan por el malestar que causará la medida tan necesaria que tomaron. Mario Moreno hubiera palidecido en su rol de “Cantinflas” ante estas expresiones de comunicación verbal y corporal.

Son muchos los agraviados que empezarán a manifestarse de todas las maneras posibles, porque la escalada de precios en los bienes y servicios resultará una carga que echará por la borda el proyecto de vida de corto plazo de las familias del promedio.

¿Qué ocurrirá con los padres de familia que son asalariados y tienen hijos estudiando en la universidad que requieren tomar diariamente de dos a cuatro transportes públicos, un gasto equivalente a un salario mínimo?

Debo decir que hay quienes han expresado con desdén que los clasemedieros son los que están en la punta de lanza de las protestas.

¿Cómo no entender eso si es en esta golpeada clase social en donde se generan mayores gastos en proporción a los ingresos?

¿Qué pasará con los miles de pensionados, a quienes nadie recuerda y que tienen  ingresos económicos que se pulverizan cada vez más?

¿Cuál será la situación de quienes pagan hipotecas por casas de interés social alejadas de sus medios de trabajo, que abandonarán más temprano que tarde? ¿Qué harán los nuevos desempleados despedidos por las microempresas que ya no podrán resistir más el encarecimiento de la energía?

Los bloqueos carreteros, la rapiña en tiendas de conveniencia y el vandalismo en gasolineras sólo es una de las caras de una moneda que irrita. La otra cara es el mexicano proclive a la corrupción, aquél que ha sido negligente y dejó de participar críticamente en los momentos en que sus autoridades y legisladores fueron tejiendo la red de decisiones que, como cascada de agua fría en invierno, se han convertido en un torrente imparable de errores. La nación está en riesgo y también nosotros: los agraviados.