Aforismo en venta. ¿Estamos aprendiendo algo de todo esto?

Usted está aquí

Aforismo en venta. ¿Estamos aprendiendo algo de todo esto?

“No hay peor experiencia que aquella de la que no aprendemos nada”.

Esta frase, de una sapiencia que bordea los lindes de la perogrullada, no es en absoluto célebre, no está inscrita en ningún monumento, ni sirve de epígrafe al inicio de un sesudo ensayo o épica novela en la que, después de un largo periplo que consume décadas de su vida y de relacionarse con personas de muy diversas índoles a lo largo de los años, el protagonista –ahora un ser tridimensional– es rico en un conocimiento sobre el significado y propósito de la existencia, haciendo entender al lector que el viaje del héroe no es necesariamente feliz, pero siempre iluminador.

No, la frase al inicio de este texto se me acaba de ocurrir mientras lavaba los platos, escarbando en mis pensamientos para la disertación de hoy.

Hay dos cosas posibles por hacer con dicha frase. A saber:

La guardo en mi repertorio, en la esperanza de morir célebre y entonces sí, la gente podrá publicarla en sus redes sociales junto a mi foto –en obligatorio blanco y negro–, para presumir que se codean con el pensamiento de los grandes genios que han perfilado al mundo como lo conocemos (claro que cualquiera que alardee de haber modelado al mundo a su actual forma y condición, difícilmente puede presumirse genio, pero la idea general es esa).

Pero en caso de morir hijo de vecino, como el 99.9999999 por ciento de la humanidad –cosa que además se perfila como lo más probable–, por una módica cantidad podría gustoso ceder los derechos de mi apotegma a algún personaje célebre que por causas naturales o extraordinarias esté a punto de expirar y sienta que no tiene, ya no digamos un repertorio, sino una simple frase con que pasar a la inmortalidad o de perdido utilizar como epitafio.

Si algún general veterano cansado de triunfar en el campo de batalla se percata, en el ocaso de sus días, de que lo más sabio que llegó a proferir fue: “A los gorditos mándalos por delante”, nada me gustaría más que mi modesta perla de sabiduría quedara por y para siempre adosada a su heroica biografía. ¡Comuníquese con mi agente!

Me gustaría mucho más ofertar la máxima en cuestión en el ámbito artístico, pero es un tanto inútil, ya que cuando un creador es bueno, si de algo está repleto su devenir es de citas citables. En cambio, si se trata de un artista de plástico, cabeza hueca, digamos, Paulina Rubio, cuya trayectoria está empedrada de sandeces pobremente balbuceadas (no tengo nada en contra de la Chica Dorada, sólo me remito a una constante del dominio público), pues tampoco es creíble que de la noche a la mañana sorprenda a la humanidad con una reflexión coherente y además memorable. Lo siento, Pau, pero creo que mi target es otro.

Mi pequeño, pero efectivo proverbio, se refiere por supuesto a la travesía en curso; las oscuras e inciertas aguas del COVID por las que de momento todos los seres humanos, sin excepción, surcamos. Y es que, aun los más escépticos, aquellos que ven o creen ver en todo esto una conspiración para establecer un nuevo orden mundial, orquestada por los mismos que de hecho ya conforman el orden mundial (amigo trasnochado, amiga conspiranoica, ¡pilas! Necesitan refinar esas teorías para que sean medianamente verosímiles, si no se van a ver como los terraplanistas), hasta los más descreídos, decía, viajan en el mismo barco que el peor de los histéricos, esos que no se quitan el cubrebocas ni para hacerle el amor a su esposa.

Yo desconozco si en algún país están capitalizando toda esta catástrofe sanitaria en experiencia que, convertida en medidas y protocolos, evite en lo futuro, no que se repita, pero sí que vuelva a golpear tan duramente a la población.

Quizás en alguna parte del mundo lo estén haciendo, pero definitivamente en mi terruño no. La estadística federal se alimenta de los datos que le arrojan las autoridades locales, de esta manera la Secretaría de Salud emite recomendaciones, y así Gatell, cual marmota Phill en febrero, nos arroja su siguiente predicción, ya sea el relajar un poco la veda o de plano seis semanas más de cuarentena (¿o a poco no se había dado cuenta de que estamos viviendo el Groundhog Day una y otra y otra vez?).

Aquí en Coahuila (para los amigos del resto de la República y del mundo, un terrenote al sur de Texas, EU) la autoridad local ha sido muy puntual para presentarnos todos los días los números de contagios y decesos.

Desafortunadamente este saldo diario para bien poca cosa le sirve al ciudadano común, como no sea para alimentar su miedo más irracional, en vez de ser información que le ayude a tomar mejores decisiones.

Digo, ¿tenemos un mapa –de Saltillo, por ejemplo– de los puntos geográficos de alta incidencia de casos? ¿Se está rastreando al virus con rigor estadístico o sólo contabilizando como si fueran frijoles? ¿Se están tomando muestras por sectores o sólo se realizan las pruebas que la gente acude a practicarse? ¿Podríamos saber la comorbilidad de cada deceso de COVID, es decir, si acaso tienen o tuvieron una o más enfermedades subyacentes? ¿Se están conduciendo en todo esto con un método, mismo que arroje un conocimiento útil, o al final aprenderemos que no aprendimos absolutamente nada? Me inclino a pensar que la respuesta no es la más venturosa.

Y de allí es que acuñé la máxima que sirve de pie para este texto, la cual sigue disponible a la espera de su mejor oferta. Si está interesado en adjudicársela, no dude en comunicarse. ¡Llame ya!

petatiux@hotmail.com

facebook.com/enrique.abasolo