Afilador, oficio en peligro de extinción en Saltillo

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Afilador, oficio en peligro de extinción en Saltillo

Oficio. Don José Genovevo es uno de los seis afiladores que aún quedan en Saltillo. ANA LUISA CASAS
El entrevistado asegura que conserva a clientes desde hace años por la confianza que se ha ganado desde hace más de 35 de sus 52 años de vida en cada recorrido que inicia en la colonia Isabel Amalia

Don José Genovevo Arredondo Zambrano ronda las estrechas calles del centro de la ciudad con el peculiar sonido de su silbato en busca de cuchillos, tijeras y demás objetos punzocortantes que pueda afilar; es uno de los seis hombres que aún ejerce este oficio en Saltillo.

Don Genovevo segura que este es un oficio en extinción ante la llegada de la industria, área en la que ahora trabajan sus hijos y parte de sus hermanos, siendo hasta él donde llegó el linaje de los afiladores de la familia Arredondo Zambrano.

El sonido de su silbato anuncia el inicio de su jornada laboral. Un ama de casa lo llama por la ventana y camina hacia su puerta. Le entrega los cuchillos y hachas, saca su esmeril y comienza a dar filo a las navajas, saca brillo y sopla para sacudir lo tallado.

“El afilador” es una especie en peligro de extinción, un oficio que se mantiene en el asfalto en pleno siglo 21 vestido con ropa sencilla y anteojos bifocales. Es con ayuda de quienes todavía acceden a su labor pagando cantidades de entre 30 y 50 pesos, como sobrevive.

“Nunca falta a quién ya no le jala un cuchillo o unas tijeras, andamos pa todos lados, todo Saltillo y todo Arteaga”, comenta don José Genovevo.

El entrevistado asegura que conserva a clientes desde hace años por la confianza que se ha ganado desde hace más de 35 de sus 52 años de vida en cada recorrido que inicia en la colonia Isabel Amalia, donde él vive. 

“Yo empecé chico por falta de oportunidades, pero no me arrepiento, este oficio es bonito, te deja pensar mientras caminas y conocer todas las calles”, considera.

Su forma de trabajar debió modificarla a causa de la pandemia, pues si bien nunca abandonó las calles, ni durante el confinamiento, sí debía cargar con su cubrebocas y un gel antibacterial con el que rociaba los utensilios afilados al ser entregados por sus clientes, y luego al devolverlos.

“No creo que haya más personas que quieran dedicarse a cargar una piedra esmeril para sacar brillo a las navajas, pero mientras haya vida, yo seguiré en las calles”, aseguró el afilador, quien se perdió a lo lejos de una calle sonando su silbato.