Advertencia al lector

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Advertencia al lector

Especial

Se viven tiempos de engañosa valoración de la lectura. Leer es política y socialmente correcto, bebernos los libros nos hará personas mejores y felices, afirman las autoridades.

Para los lectores esto puede ser ventajoso: cada libro concluido les suma una pizca de admiración y otra de indulgencia. Estar frente a una pantalla puede levantar sospechas de holgazanería y tiempo mal invertido, mientras que colocarse frente a un libro en horas de trabajo puede valer incluso elogios.

Se habla de leer como una acción de resultados unívocos: el libro como ansiolítico, como insuflador de bondad, como reactivo de la química de la felicidad... Parece que no se toma en cuenta que el contenido de los libros es inimaginablemente diverso e irreductible a unos cuantos efectos “positivos” (palabra de especial fama y moda).

Tal vez hoy estoy nihilista, pero ni siquiera puedo emitir un juicio sobre si es mejor leer o no leer. Acaso, en esta divagación sólo podría observar ciertos rasgos comunes a la práctica de muchos asiduos lectores: leen bien y mucho, con devoción pero sin fe. ¿Redunda esta práctica en felicidad o mejoramiento de las personas?

LEER MUCHO

Es decir, variada y abundantemente. Esto significa enfrentar una multitud de pensamientos, lo cual propicia una reflexión dialéctica, ademas de acrecentar las dudas. Por el contrario, leer un solo libro o un solo autor puede llevar al monismo o precipitar al lector en la letrina de la ideología, desde la cual, a pesar del hedor, hablará de ella como de perfume precioso.

LEER BIEN

Con atención, sin perder detalle u obviar la lectura. No dejar pasar las letras, sino comprender  o reconocer que no se comprende.

CON DEVOCIÓN

Con respeto, orden, disciplina y amor. Este inciso tiene connotaciones religiosas: que así sea. Leer es una práctica que para muchos se convierte en método y ritual, y ésta suele ser apasionada, constante, a menudo tórrida, liberal y arriesgada... amorosa después de todo, lo cual está asociado con el placer, ingrediente vital en el ejercicio lector.

LEER SIN FE

“Esto suena fantástico —hasta que se piensa un minuto—“, reacciona Richard Dawkins, notable científico, a una bonita frase falsa, previniéndonos de relacionar la belleza de las palabras con la verdad. “Ta bueno pero no sirve”, dijo el abuelo Felipe cuando recibió un tornillo perfecto en su hechura pero inútil para la reparación del tractor. Tomar por verdad lo que se lee porque está dicho bellamente es algo ajeno a muchos asiduos lectores. No quiere decir que no participen en la ficción, ¡eso sería negar su humanidad!, sino que leen de manera escéptica y crítica esas abundantes páginas en donde el autor reflexiona sobre lo humano o lo universal. La literatura para ellos no es un bastión de la verdad, sino una provocación a indagarla, conscientes de que tras las letras hay falibles seres humanos.

Después de este breve desarrollo, ¿se sigue que la lectura hace necesariamente felices o buenas a las personas? No dudo que a algunas. Pero aseguro que otras, ayudadas por sus lecturas, escalan las cimas más altas de la ansiedad, la misantropía o la tristeza; y aunque en esta práctica el placer juega un papel crucial, también participan otros factores como la contradicción y la duda; y el placer que desata inquietudes a medida que se practica, difícilmente es sinónimo de felicidad.

Lasciate ogne speranza voi ch’intrate*, debería advertirse en la puerta de entrada al círculo que habitan los que leen mucho y bien, con devoción pero sin fe.

*Abandonen toda esperanza quienes entran aquí.

(Dante, Infierno)