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Admirar la vida

Foto: Esmirna barrera
Es fácil abandonar los proyectos que nos proponemos emprender, es cómodo justificar el desaliento. Abunda el impuso a la queja, nuestro lenguaje ha sido secuestrado por palabras y signos que manifiestan dificultad, peligro, confusión y vacíos

¡Oh, mi yo! ¡oh, vida!... de sus preguntas que vuelven,/del desfile interminable de los desleales, de las ciudades llenas de necios,/de mí mismo, que me reprocho siempre (pues, ¿quién es más necio que yo, ni más desleal?),/ de los ojos que en vano ansían la luz, de los objetos despreciables, de la lucha siempre renovada,/de los malos resultados de todo, de las multitudes afanosas y sórdidas que me rodean,/de los años vacíos e inútiles de los demás, yo entrelazado con los demás,/la pregunta, ¡Oh, mi yo!, la pregunta triste que vuelve - ¿qué de bueno hay en medio de estas cosas, oh, mi yo, oh, vida?/ y la respuesta: Que estás aquí - que existe la vida y la identidad,/ que prosigue el poderoso drama, y que puedes contribuir con un verso.  De esta manera se cantó así mismo el poeta de la dualidad, el inmenso Whitman.

Lo mejor…

Es fácil abandonar los proyectos que nos proponemos emprender, es cómodo justificar el desaliento. Abunda el impuso a la queja. Nuestro lenguaje ha sido secuestrado por palabras y signos que manifiestan dificultad, peligro, confusión y vacíos. Los rostros acartonados pregonan miedos y tragedias.

Es común decir que vivimos tiempos difíciles.  Afirmación que, para mucha gente, se convertido en un paradigma y bandera de vida. Esta creencia convoca a vivir menos felices de lo que verdaderamente podríamos ser, porque nos empuja a contar lo que no tenemos o lo ya perdido, en lugar de saber enumerar lo que tenemos, las realidades y circunstancias que son motivos de alegría.

Es claro: pensar en términos de dificultad, obscurece los anhelos y obstaculizan el logro de proyectos. Sería prudente cambiar la manera de percibir y hacer la existencia.  En lugar de creer que vivimos tiempos “difíciles”, sería más apropiado pensar que estamos inmersos en una época diferente a la previa, en donde los cambios son continuos, inciertos y rápidos y que, ante esta incertidumbre, tenemos que estar alertas para evitar que el miedo y el desánimo, sutilmente, nos carcoma el alma.

Insisto, en lugar de “estar convencidos” que las realidades que se presentan son difíciles y complicadas, hay que aceptarlas como “distintas” a las acostumbradas, a las de antes, y entonces inciar una cruzada personal: actualizarnos todos los días, pensando que, a pesar de los pesares, siempre lo mejor está por venir.

Inmensa vergüenza…

En las siguientes líneas comparto una historia anónima que puede asemejarse con infinidad de realidades de la existencia: “Había una vez un viejo carpintero que, cansado ya de tanto trabajar, abrumado de los tiempos difíciles y por las exigencias físicas que le reclamaba su trabajo decidió optar por el retiro.  Así se lo comunicó a su jefe, quien lo apreciaba porque había sido su empleado durante mucho tiempo destacando siempre por su empeño y eficiencia. 

Al contratista, aún cuando últimamente había notado cierto desánimo en el carpintero, le entristeció mucho la noticia de que su mejor trabajador se retiraría y le pidió un favor: construir una última casa antes de retirarse.

El carpintero aceptó la proposición del jefe y empezó la construcción de la casa, pero a medida que pasaba el tiempo, se dio cuenta de que su corazón no estaba de lleno en el trabajo, se percató que las dificultades de las nuevas realidades le abrumaban, entonces decidió abandonarse en el desencanto, en el tedio y desesperanza.

Arrepentido de haberle dicho que sí a su jefe, el carpintero ya no se esforzó al máximo, disminuyó considerablemente la dedicación que siempre ponía cuando construía una casa y entonces la edificó con materiales de calidad inferior y trabajo mediocre. Esa era, según él, una manera muy desafortunada de terminar una excelente carrera, la cual le había dedicado la mayor parte de su vida, pero aún así claudicó a ser un profesional.

Cuando el carpintero terminó el trabajo, el contratista vino a inspeccionar la casa. Al terminar el reconocimiento éste le dio la llave de la casa al carpintero y le dijo: “esta es tu casa, mi regalo para ti y tu familia por tanto años de buen servicio”.

El carpintero sintió que un mundo se derrumbaba en su interior.  Inmensa fue la vergüenza que sintió al recibir la llave de la casa, de “su casa”.  Inmenso su arrepentimiento. Y luego pensó “si tan solo el hubiese sabido que estaba construyendo mi propia casa, lo hubiese hecho todo de manera diferente, sencillamente como antes lo hacía”.  Pero comprender tarde es como jamás haber comprendido.

Irrecuperable

Esta historia, que bien podría ser una metáfora de nuestra individualísima existencia, nos enseña mucho: a mirar el oficio de vivir, la construcción de la existencia, con encanto y determinación; apropiándonos con sabiduría de las  inevitables desventuras para templar y afianzar virtudes como la prudencia, la frugalidad, la discreción, la paciencia la fe y esperanza, jamás para utilizar las dificultades como pretextos para abandonar nuestras convicciones que emanan de nuestro propio sentido de vida.

Además, si desertamos de nuestros compromisos posiblemente mañana, ante el arrepentimiento, ya no podremos rehacer lo que debimos haber hecho bien desde la primera vez. Es obvio que el tiempo es irrecuperable.

 Sabiduría

Bien dice Martín Descalzo “no hay que vivir mirando las sombras y menos asustándonos de ellas. Lo que cuenta es enfilar nuestra cara al sol, cara a nuestro deber, a nuestra tarea de mañana. Y no apartar de ahí un centésimo nuestra vista. Pero hay avaros de sus malas acciones, que cuentan y recuentan como las monedas de los prestamistas”, esto me hace pensar que somos celosos contadores de lo que no tenemos, pero pobres administradores de las gracias que gratuitamente nos regla Dios.

Requerimos buscar la sabiduría que la vida nos brinda cotidianamente, para así construirla sabiamente, especialmente en las épocas y momentos que intentan desarraigarnos de lo mejor que somos y de los afectos que tenemos; es necesario apegarnos confiadamente a los dones que, sin costo, hemos recibido de Dios, sabiendo que “a la vida le resta el espacio de una grieta para renacer”.

Necesitamos pensar con rigor, emprender sin temor, mirar hacia arriba, fortalecernos en lo intelectual, espiritual, religioso y, sobre todo, forjar la voluntad para hacer de los obstáculos nuevos caminos, sabiendo que la vida es dura y sinuosa, pero que quizá el dolor sea imprescindible para purificarnos, para hacernos inquebrantables en la edificación de nuestro particular sentido de vida.

La vara y el cayado

Insisto, no creo en los tiempos difíciles, más bien sería conveniente reflexionar si acaso no tenemos la fe enferma; más bien, sería bueno saber si acaso confiamos verdaderamente en Dios (a quien jamás podremos “corregirle la plana”), si acaso no hemos extraviado su vara y su cayado; si, por casualidad, esas ausencias no sean las genuinas razones del abandono de la fuerza que nos brinda su cercanía.

Por otro lado, los mejores tiempos no existen en el exterior, solo dentro de nuestra mente y corazón. Entonces, también sería beneficioso recordar que tanta insistencia en ignorar la presencia de Dios extravía al ser humano, no sólo en los “peores” tiempos, sino sobretodo en los mejores.

Nuestras actitudes determinan el resultado y no las circunstancias en las cuales nos ha tocado vivir. Saber que mucho somos lo que pensamos, que mucho lo determina nuestra libertad de elegir, me lleva, inevitablemente, a considerar una grave advertencia: ¡cuidado, no vaya ser que lo que hoy construimos, luego sea el hogar donde nuestra alma, por siempre, vaya a morar!  ¡Cuidado, no vaya a ser que los que no hacemos bien nos conduzca a una inmensa vergüenza, a un terrible arrepentimiento, tal como le sucedió a ese carpintero que se abandonó en la estupidez e insensatez! 

Mejor aprendamos a admirar la vida, respetando su fragilidad; agradeciendo todo lo que a diario nos otorga, pero también aceptando lo que, por existir, irremediablemente nos arranca.

Bien dice Martín Descalzo ‘no hay que vivir mirando las sombras y menos asustándonos de ellas. Lo que cuenta es enfilar nuestra cara al sol, cara a nuestro deber, a nuestra tarea de mañana’”.

Carlos  R. Gutiérrez Aguilar
Tec. De Monterrey
Programa Emprendedor