¡Adiós, doctor, adiós!

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¡Adiós, doctor, adiós!

El viernes pasado finalizó la serie de conferencias vespertinas del subsecretario de Salud y vocero del Gobierno Federal durante la pandemia, doctor Hugo López-Gatell.

Encarna la esmirriada figura del médico subsecretario, la visión del sexenio perdido que promete ser la administración del presidente López Obrador:

Sólo por tomar la palestra en el momento crítico, Gatell recibió un cheque al portador con toda la atención y credibilidad de una nación sumida en el miedo y la incertidumbre. Pero el mismo doctor se encargó de dilapidar dicho capital en yerros, omisiones, componendas y pecados de índole personal muy difíciles de perdonar, sin embargo.

Nunca mejor dicho, Gatell entró por la puerta grande, como la voz de la razón y del conocimiento médico de esta administración no particularmente proclive al pensamiento científico. Pero salió por la estrecha puerta trasera, en la penumbra de la ignominia; con mariachi y el espaldarazo presidencial, sí, pero como meros gestos que intentan disimular la más completa ausencia de gloria.

Hemos de reconocer que un evento cuyo azote aún lucha la humanidad por paliar y contener, iba a afectar irremisiblemente la economía y a cobrar por desgracia vidas en razón de decenas de miles. Así que es difícil pensar en un gestor de salud pública que pudiera salir realmente victorioso y con la frente en alto de algo que no era sino una catástrofe, anunciada e inexorable.

Como cualquier médico de guerra, el responsable de la encomienda, que recayó sobre Gatell, iba a salir con las manos cubiertas de sangre, con la reputación hecha trizas y con un pesar de por vida por no haber podido salvar “una vida más”, parecido al Oskar Schindler mitificado por Hollywood.

Se trataba básicamente de una misión kamikaze: “No creas que te lo va a agradecer todo el mundo, pero al menos portarás el honor de saber que hiciste lo correcto”.

Por desgracia, ni hizo lo correcto y sólo quisieron en cambio darle a su salida un lustre de oropel barato.

¿Qué era hacer lo correcto?

¡Y cómo saberlo con precisión, si difícilmente podemos hallar una nación que haya sido ejemplar en su manejo de la pandemia! Ni siquiera el primer mundo, EEUU o Inglaterra, pueden presumir de haber hecho lo mejor para su población en los días más aciagos.

Era entonces tan sencillo como apegarse a los protocolos dictados por instancias superiores internacionales. En vez de ello, entró en terribles disonancias entre la experiencia científica mundial y la postura oficial, dado el desdén mostrado por su jefe, Andrés Manuel “El Detente” Obrador, a la gravedad del problema y a las medidas mínimas de contención.

Es cierto que lo más devastador de la pandemia no lo determinó el proceder de Hugo López-Gatell, sino la inconsciencia -en lo individual y en lo colectivo- de la población, y no pocas veces las absurdas medidas adoptadas por gobiernos locales: (“Vamos a reducir el horario de atención de diversos establecimientos para que así más gente se concentre en horas pico”).

Gatell hizo además un magnífico trabajo de relaciones públicas. Sus modales, inteligencia y hasta carisma le llevaron un destello de optimismo a la gente cuando ésta más lo necesitó.

Sin embargo, cuando el doctor entró en la peligrosa dicotomía sobre informar con rigor o darle el giro, el tono y el sesgo que el Gobierno quería darle a los acontecimientos, debió quizás tomar la decorosa salida de la renuncia. No habría sido el primer funcionario de alto perfil en bajarse del barco de la 4T por una muy legítima objeción de la conciencia. O bastaba alegar agotamiento y nadie se lo habría podido reprochar.

Gatell, en cambio, optó por mantenerse fiel a su capitán, lo cual no tendría nada de reprehensible si la cifra de muertes por COVID en México no fuera al día de hoy cuatro veces el escenario más catastrófico planteado inicialmente por el subsecretario.

En el colmo, Gatell perdió los pocos centavos que le restaban de credibilidad cuando él mismo contrajo la COVID-19 luego de dejarse ver infringiendo sus propias recomendaciones.

La gran lección que nos deja Gatell no es por desgracia sobre salud y prevención, ni siquiera es una lección de optimismo ante las adversidades, que a veces cobran proporciones apocalípticas.

Es como siempre, una lección sobre poder y la distancia que debemos guardar respecto a éste, en aras de preservar el juicio, hacer lo correcto y cuidar la salud… mental.