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José Luis Cuevas: Adiós al pintor de la ruptura
La tarde de ayer el mundo del arte sufrió la pérdida del pintor, escritor, grabador y escultor José Luis Cuevas. El representante de la Generación de la Ruptura siempre estuvo rodeado de celebridades a los que el arte y la personalidad de Cuevas siempre atrajo.
La fecha de nacimiento de José Luis Cuevas fue uno de sus mitos. Algunos medios manejan que fue el 26 de febrero de 1934, pero otros aseguran que él mismo y su hermano Alberto Cuevas mencionaron que el año real fue en 1931. Cuevas fue un artista autodidácta que representó al arte mexicano del neofigurismo. Ganó un lugar en la historia del arte mundial como uno de los exponentes más destacados del dibujo, comparado con el español Pablo Picasso.
Cuevas, el que rompe, el heterodoxo, dio el primer acicate a la cultura ideológica y llena de folcklor en su artículo “La cortina de nopal” escrito a los 19 años. Dedicado al estalinista David Alfaro Siqueiros, quien años antes había declarado que en el arte mexicano -y sin decirlo abiertamente- no había “más ruta que la nuestra”.
Monstruos, locos, cadáveres, autorretratos, apuntes del natural, prostitutas, infiernos, series sobre autores como Kafka, Sade, Quevedo y hasta Picasso trascendieron en las manos de Cuevas hacia lo figurativo, abandonaron mediante lápices, pintura o bronce los contornos de la perspectiva y el límite.
“Cronista -según él mismo se describía- del mundo del vicio y de la locura” su obra está llena de figuras humanas sin un contexto o referencia espacial. Desde los 70 dibujó autorretratos para intentar fijar momentos de su vida y se tomó fotografías para dejar constancia del paso del tiempo.
Fue un hombre que amó profundamente a las mujeres. Del género femenino exclamó alguna vez “Si la mujer es propia, amo ante todo la manera en que se entrega y expresa su amor. Si la mujer es ajena, odio ante todo su fidelidad”. También señaló: “La opinión de los hombres me importa menos, el enemigo es el hombre; la amiga es la mujer”.
Apasionado del Séptimo Arte, tenía conocimientos vastos de la producción de todo un siglo. Él y Carlos Fuentes pasaban horas tratando de recordar repartos completos de películas de diferentes países, fue fiel a directores como Buñuel y detestó a Spilberg y a George Lucas.
La lectura también formó parte de su formación autodidácta, leía por compulsión; se jactaba de haber recopilado más de mil libros y se preocupaba por el futuro de su biblioteca.
En 2013, el artista se pronunció sobre su última voluntad y de la que dejaría una carta notarial: “Cuando mi amada esposa y yo hayamos muerto, nuestras cenizas serán colocadas en la misma urna. Esta deberá estar en la Catedral Metropolitana, donde llevamos a cabo nuestro matrimonio católico”. Agregó que en caso de que se pensara sepultarlo en la Rotonda de los Hombres Ilustres dejaría constancia de su rechazo a la decisión, “que me separaría de la mujer que tanto he amado. Con ella quiero estar por los siglos de los siglos. Amén”.
En cuanto a la batalla legal por la herencia y la administración de su museo y otros bienes la familia aún no se pronuncia, aunque desde antes de su muerte la hijas del artista estallaron en demandas contra su ahora viuda. En las próximas horas también se esperan homenajes póstumos en las principales organizaciones culturales del país.