Adicción al azúcar, amarga experiencia

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Adicción al azúcar, amarga experiencia

Foto: Archivo
Dejar ese ‘dulce’ antojo trae enormes beneficios a la salud; se vuelve a dormir mejor y recuperas tu energía; decídete…

Pensé que era un mito, pero no. Cuando uno se acerca a los 30 años las cosas cambian. Ese proceso interior e íntimo de “señorificación” deja ser una broma para convertirse en una pesadilla diaria. El golpe de realidad es más sincero que nunca y estas palabras no dejan de sonar en mi cabeza: las deudas tienen consecuencias no imaginarias; eres tú el único responsable de tus problemas; ya no estás tan joven.

Soy un hombre de 29 años. Pesimista. Parte del patriarcado opresor. Lucho por no hacerlo, pero ya defiendo la nostalgia de los 90 como si en verdad el presente fuera un asco. En fin: un millennial más en la lista de millennials que quieren ser únicos y diferentes aunque digamos lo contrario.

Pero ésta no es solo una catarsis descarriada. Tengo una confesión: soy adicto al azúcar y hace poco intenté cambiar. Aquí me gustaría decir que esta mi historia de éxito y que les comparto cinco sorprendentes pasos para cumplir sus metas y alcanzar sus sueños. Nada de eso.

Esta es mi experiencia al consumir cantidades inmensas de azúcar, así como lo que ocurrió al dejar de comerla durante más de 30 días.

EL ANTECEDENTE

Viernes 2 de agosto. Pensé al despertar: tengo que tomar mi salud más en serio. No fue una epifanía. Fue un resultado de esta maldita adultez: casi dos décadas de malos hábitos; un pésimo seguimiento a mi salud; necedad; ignorancia.

Aunque mi punk interior quiso resistir, la voz acongojada de Lupita D’Alessio me dio el empuje necesario: “Hoy voy a cambiar”. Pero en vez de revisar mis maletas y sacar mis sentimientos me propuse analizar mi alimentación y alejar, al menos por un tiempo, cosas dañinas.

La conclusión fue rápida, obvia, urgente. Tengo que dejar el azúcar. Aquí los antecedentes.

¿Dulces? Todos los posibles ¿Caramelos? Siempre. ¿endulzantes artificiales? En muchos alimentos prefiero los sabores de fábrica a los naturales. ¿Chocolates? Numerosas veces al día. Y se pone peor.

Al café: unas cuatro o cinco cucharadas de azúcar (siete sobrecitos si era del Seven Eleven) Más de un litro de refresco por comida. Miel de maple para hot cakes a chupetones directos del envase.

¿Les ha dado antojo de poner una tortillita de harina en el comal y echarle azúcar morena encima para que se caramelice y entonces puedan probar la cosa más deliciosa y diabética del mundo? Bienvenidos al club.

Frente al estrés mi solución era comprar dos piezas de pan glaseado en el Oxxo, un par de chocolates y una botella bien fría de cualquier bebida carbonatada con azúcar. Nunca de dieta.

Ya el colmo era que para calmar mi ansiedad o darme más energía para rendir en el día, agarraba el azúcar con el puño y pum. A la boca. A veces traía porciones en bolsas ziploc en la mochila. Para emergencias, justificaba.

Ahora apresuremos un poco las cosas. En 2016 tuve los primeros síntomas visibles. Primero engordé. Pasé de pesar 78 a 94 kilos en 4 meses. Con esto vino también el dolor en extremidades y articulaciones aún con el mínimo esfuerzo físico.

También llegaron las fatigas repentinas e inexplicables. Episodios de entre 15 segundos a media hora de cansancio extremo que llegaba y se iba. Los dolores de cabeza fueron cada vez más intensos y frecuentes.

Todos estos efectos fueron confirmados por un doctor que, entre otras cosas, me sentenció a cuidar de mis elevados niveles de colesterol, la presión arterial alta (para la cual me recetó medicamento para controlarla).

Tampoco quiero ser alarmista. Ni digo que el consumo de azúcar en general tenga estas consecuencias. En mí las causó, aunado a otros factores que por motivos de espacio no caben en esta narración.

Atendí las recomendaciones por un tiempo, incluso pagué una suscripción a un gimnasio, pero luego desistí y todo se salió de control. Para no sentirme tan mal, asumo que todos son igual de irresponsables que yo.

EL RETO

Volvamos a 2019. Al momento en que dije: no más azúcar. Inicié el mismo viernes 2 de agosto.

Por primera vez en más de cinco años me propuse desayunar de manera regular, pero al bajar a la cocina no tuve muchas opciones. No tenía frutas. Mi único cereal eran zucaritas. Así que la opción fue huevo con pan y agua.

No hubo problema a la hora de comida, pero en la noche tuve que hacer un cambio más. Además reducir el consumo de azúcar, me serví un solo plato en lugar de tres.

En perspectiva, el primer día fue el más difícil porque tuve que lidiar con mis hábitos. Fue lo único en lo que pensé. Todo el tiempo sentí la necesidad de hacer un pausa y probar algo dulce. La abstención me causó dolor de cabeza y me puso de mal humor. Pero sobreviví. Y esa, aunque discreta, fue mi primera gran victoria.

La primera semana fue pesada. Solo pensaba en desistir. En vez de notar una mejora, me sentía más cansado. Para compensarlo en términos anímicos, trabajé más horas de las normales para dar resultados laborales y sentir que el esfuerzo sí valía la pena.

Otro de los cambios importantes fue el comprar las cosas en el supermercado. Por primera vez en mi vida me fijé en la tabla alimenticia en vez de solo en el precio. No sabía que la mayor parte de las cosas que llevaba a casa tenía demasiada azúcar.

Cambié algunos productos. Eran menos, más caros, insípidos. Más saludable obviamente. 

Durante la segunda semana noté la primera mejora. Mis hábitos de sueño. Pasé de largas horas en vela, a tomar control en la hora que dormía y despertaba. Luego de más de una década, pude levantarme e iniciar mi día sin sentir que no había descansado lo suficiente.

Para la tercera semana me sentí un campeón. Es un tanto difícil de explicar, pero sentí que mis niveles de energía se regularizaron. Como si hubieran vuelto a su estado natural.

Desayunar todos los días ha sido uno de los cambios más importantes. Y es que probablemente esa “energía extra” que sentía que necesitaba era justo por omitir este alimento”

Además y lo más notorio fue la panza. Al dejar de consumir azúcar, mi panza se desinflamó También noté cambios en el resto del cuerpo. Lo supe cuando algunos pantalones me resultaron más cómodos y varias camisas dejaron de verse embarradas.

La cuarta semana fue simplemente sencilla. Nada de ansiedad. Nada de preocupación. Rendimiento al 100.

Como observación, desayunar todos los días ha sido uno de los cambios más importantes. Y es que probablemente esa “energía extra” que sentía que necesitaba era justo por omitir este alimento.

No fui al doctor ni con algún especialista en este periodo. Eso impidió más mejoras. Pero es algo que haré en delante. Casi toda mi vida he sido enemigo de frutas y verduras, pero incorporarlas a mi dieta ha resultado más entretenido que nefasto.

Me pesé en la quinta semana. Bajé solo cuatro kilos. Me siento más alerta y con mejor actitud. No estoy seguro de qué tanto impacta, pero creo que dejar de consumir tanta azúcar me ayudó a ser más amable. Quizá es un efecto placebo.

No puedo decir que fue un éxito en su totalidad, pero en definitiva no ha sido una pérdida de tiempo. Lo que sí puedo hacer es decirles que si llegan a ver un reto en internet o alguien los invita a cualquier actividad que incremente la salud, le den una oportunidad. No por salir de su zona de confort, no por seguirle la corriente a alguien más, háganlo por ustedes mismos.