Acerca de la Barbie Gordibuena (2/2)
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Acerca de la Barbie Gordibuena (2/2)
Al menos tradicionalmente, los niños forjamos nuestra identidad jugando con figuras de acción híper masculinizadas: del Kid Acero al Max Steel, eran ellos todo músculo y un mini-monumento en polímero al “testosterona pagüer”; mientras que las niñas se ensayaron para el mundo con una Barbie o alguna de sus muchas derivaciones y competidoras.
Esto no es ley y seguramente hubo muchos casos en que los escuincles soñaron con ser princesas y las chamacas con patear traseros, pero de momento ello no interesa ni viene al caso.
La cuestión es que los niños no crecimos con esa necesidad de emular a nuestros héroes de plástico, ni en sus proporciones anatómicas ni en sus actitudes (debe ser porque seguimos coleccionando juguetes hasta la edad adulta). En cambio, por una razón sobre la que podríamos aventurar toda suerte de teorías, las niñas, conforme crecen, sí se obligan a ser tan bonitas, esbeltas y refinadas como una Barbie o Princesa Disney.
También, habrá muchísimas excepciones. Las que estén emancipadas de estereotipos y ni siquiera se rasuren la axila, felicidades, pero no son lo que de momento nos ocupa.
¿Por qué en una proporción infinitamente mayor se obligan las del sexo bonito a transformarse en una versión “full size” de sus heroínas de la moda, el refinamiento y el buen gusto? Ello puede obedecer a nuestra cultura falocéntrica (¿falo qué?), el machismo, la estúpida sociedad y sus sensuales estereotipos. Usted nombre la razón que guste.
Lo cierto es que hemos avanzado lo bastante como para no quemar en la plaza pública a una hippie de piernas peludas bajo cargos de brujería, aunque no lo suficiente como para suprimir la brecha que entre los dos sexos prevalece en el ámbito laboral. Aún así, me animo a afirmar que la obsesión femenina con su aspecto viene de un anhelo inherente a su ser.
El macho tradicional ve un comercial de CK o una película de Vin Diesel y le es inevitable contemplar aquellos torsos perfectos y no pensar en su panzota de mariachi. Sin embargo, se limita a encogerse de hombros y si se levanta de su asiento es para ir por otra cerveza.
“Si el mundo piensa que me voy a matar de hambre y a pasar cuatro horas diarias en el gimnasio para lucir así, el mundo puede ir mucho a freír charales”.
En cambio una chica ve la publicidad de Victoria’s Secret y… bueno, tampoco es que transforme su vida y hábitos para aparecer en el catálogo del próximo año. Pero por alguna razón que yo insisto está muy emparentada con sus hormonas (¡feminazis, ahora!), las mujeres se frustran más por este contraste entre el ideal mediático y la más cotidiana realidad.
Hemos de reconocer, sin embargo, que el espíritu de guerrera no se da tan fácilmente por vencida, así que en orden de dar el gatazo echan mano de un auténtico arsenal de recursos que incluye, pero de ninguna manera se limita a: cremas, jabones de olor, aceites, siete capas de maquillaje, fajas y prendas “reductivas” o “modeladoras”, cortes y peinados de pavo real (rulos, secadora y planchas para el cabello), perfumes, atuendos coloridos, escotes (frontales y posteriores), prendas íntimas (con y sin varilla).
Y para rematar, un auténtico instrumento de tortura concebido en el año más oscuro del Medioevo, el calzado de tacón.
Pasa que con zapatos de tacón, en efecto y como dijera el poeta José Guadalupe Esparza, las nenas se ven mejor. Aunque en honor a la verdad, la necesidad masculina por el sexo opuesto sería idéntica así anduvieran todas en crocs o en chancla de Condorito. Se dice (y no con poca razón) que las mujeres se arreglan no para los hombres, sino para otra mujeres.
Así que a final del día, son nuestras Barbies de la vida real “motu proprio” quienes se calzan los tacones. A estas alturas de la vida, son ellas por su voluntad quienes deciden con cuáles zapatos han de salir a conquistar el mundo (unos que hagan juego), y a la que opte por unos tacones de estilete, que se lo reproche el que se los pague y nada más.
Decidió el Instituto Municipal de la Mujer volver a celebrar el Día de los Estrógenos con una caminata en tacones. Y la verdad no me parece ni la idea más brillante ni la más afortunada, mas no porque considere los tacones un símbolo del machismo, la misoginia y la cosificación de la mujer (que yo siempre pensé que era decirles “cosita”).
No, es simple y llanamente que los tacones son una práctica muy poco recomendable y de ello dará fe cualquier traumatólogo.
Las carreras, paseos y caminatas en tacones no constituyen ninguna novedad, de hecho son obsoletas y el Ayuntamiento debió pensárselo dos veces.
Pero sucede que una asociación de auténticas feminazis de la Capital del Estado de la Laguna, pegó de alaridos como si la caminata auspiciada por el Ayuntamiento de Saltillo representara un regreso de siete décadas en materia de derechos de la mujer y la verdad es que no es para tanto.
Se antoja más bien un asunto político, ya que ese mismo grupo jamás levantó la voz (al menos no que yo sepa) para condenar que fue el Centro de Empoderamiento y Justicia de la Mujer (de orden estatal) quien dejó por indolencia (negligencia) morir a manos de su excompañero sentimental a una joven que les solicitó auxilio.
Con todo respeto, las señoras de la Red de Mujeres de la Laguna padecen bochornos neuronales, pues juzgan con dureza un evento en tacones, pero no les conmueve un atroz feminicidio que conmocionó a todo el Estado.
Esto es lo que ocurre cuando se utilizan los legítimos intereses de la mujer y las mismas mujeres se prestan para el oscuro tejemaneje político. Que terminan obviando lo trágicamente importante y dándole relevancia a las cosas más pendejas y superficiales, como unas auténticas Barbies.
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