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El alambre que cambió al mundo y el concepto de propiedad privada
Cuenta la historia que a finales de 1876 un joven llamado John Warne Gates construyó un corral de alambre en una plaza militar de San Antonio, Texas. Y en él metió una manada de animales briosos y salvajes, que permanecieron tranquilos en el encierro.
Hay quienes dudan de que esa historia fuera cierta.
Pero eso no importa.
El asunto es que John Warne Gates comenzó a aceptar apuestas de los transeúntes sobre si los animales lograrían romper aquel frágil alambrado y salir del corral.
No lo hicieron. Ni siquiera cuando el ayudante de Gates, un vaquero mexicano, comenzó a perseguir y azuzar a los animales, dentro del corrar, montado en su caballo, mientras vociferaba palabras propias del lenguaje de la región.
Pero Gates no estaba interesado en ganar las apuestas de baja cuantía, que ofrecían algunos de los parroquianos que veían el espectáculo. Su desafío era más grande: él quería vender un nuevo tipo de alambre, el mismo con el cual construyó el cerco a los animales.
Gates ganó las apuestas, pero lo más importante fue que, después de aquella demostración, los pedidos de aquel extraño alambre, que le hicieron los ganaderos de la región, comenzaron a lloverle.
¿Fue el más grande descubrimiento de la década, como le llamaron algunos? Quizá sea exagerado, pero su rol en la construcción de lo que hoy es Estados Unidos fue algo tan apabullante que creó una pequeña revolución.
Y aunque la publicidad insistía en que ese alambre era ‘el mayor descubrimiento del momento’, Gates prefería describírlo de forma más poética: “más liviano que el aire’, fuerte como el whisky, y más barato que el polvo del camino”.
Nosotros lo conocemos hoy como ‘alambre de púas’.
Más util que el teléfono de Graham Bell
Llamar a ese alambre ‘el más grande descubrimiento de la época’ quizá fue algo exagerado, sobre todo si tenemos en cuenta que en ese momento los publicistas ya sabían que el inventor británico naturalizado estadounidense, Alexander Graham Bell, estaba a punto de patentar el teléfono.
Y aunque ahora nos es fácil entender cómo fue que el teléfono transformó al mundo, lo cierto es que el alambre de púas generó enormes avances y expectativas en el Lejano Oeste de EU y lo hizo de forma mucho más rápida que el teléfono de Bell.
Ese alambre de púas es el mismo que seguimos usando hoy.
Y el diseño creado por Joseph Glidden, de DeKalb, Illinois, no fue el primero, pero sí el mejor.
Es el que aún se usa en granjas de todo el mundo.
Si usted se acerca a mirar ese alambre, verá que un trocito de alambre puntudo se retuerce alrededor del alambre liso y luego se usa un segundo alambre para evitar que las púas se corran de lugar.
En aquellos tiempos (y todavía en la actualidad) los granjeros lo compraron en grandes cantidades. Y tenían sus motivos para estar interesados: lo necesitaban para proteger su casa y sus sembradíos en un lugar donde la tierra no tenía dueño.
La ley de Lincoln
Lo que pasa es que unos años antes el presidente Abraham Lincoln había firmado la ‘Ley de Propiedad Ocupada’ de 1862.
Esa ley especificaba que cualquier persona honesta —incluyendo a mujeres y esclavos liberados— podía reclamar hasta 160 acres de tierra (65 hectáreas) en los territorios del Oeste.
Solo tenían que construir una vivienda y trabajar la tierra por 5 años.
Suena sencillo, pero tratándose de una pradera gigantesca de pastos altos y gruesos, esos territorios eran más aptos para una vida nómada que para instalarse en ellos de manera definitiva.
Tras el arribo de los europeos y su empuje hacia el oeste, los vaqueros usaron esos territorios para arrear su ganado libremente por las extensas planicies de laregión.
Antes de la invención del alambre de púas el ganado pastaba libremente. Pero los nuevos colonos necesitaban cercas, como mínimo, para evitar que todo ese ganado se mezclara con el del vecino, invadiera su propiedad y destruyera sus insatalaciones y sus cultivos.
Y no había mucha madera porque no había bosques, solamente pastizales.
Los granjeros intentaron crear cercos de arbustos pero estos crecían muy lentamente y eran vulnerables a la penetración del ganado.
Los alambrados tradicionales tampoco servían: los animales los aplastaban con facilidad.
Era un gran problema y el alambre de púas fue la solución.
Las púas lograron lo que la ‘Ley de Propiedad Ocupada’, de Lincoln, no pudo lograr.
La Propiedad privada
Hasta la invención del alambre de púas, la propiedad privada en los territorios del Lejano Oeste era algo desconocido, simplemente porque no era viable en un espacio sin fronteras, que parecía más un océano que una extensión de terreno cultivable.
El alambre de púas se hizo muy popular porque resolvió uno de los problemas más grandes de los colonizadores: definir y proteger su propio espacio, sin necesidad de vigilancia.
Pero también generó violentos desacuerdos.
Y no es difícil entender por qué: los nuevos colonos solían apropiarse de tierras que pertenecían a las tribus nativas. No es sorprendente que esas tribus llamaran al alambre de púas ‘La soga del Diablo’.
Los cowboys también odiaban el alambre de púas. Acostumbrados a andar libremente con su ganado de un sitio para otro, se opusieron al uso de los cercos de alambre. Uno de los problemas era cuando había tormentas de nieve que impedían la visibilidad: miles de animales quedaban enganchados en los alambres y morían cuando intentaban trasladarse hacia el sur.
La Guerra de los cowboys
Pero si los cowboys estaban furiosos con el alambre de púas, aún más lo estaban los indígenas americanos que vivíanen la región.
La gracia del alambre de púas para los colonos era que servía para demarcar los límites legales, pero muchos lo usaron para crear cercos ilegales, en un intento de adueñarse de tierras públicas.
Por eso estallaron las llamdas ‘guerras de los cercos’, en las que bandas enmascaradas —con nombres como los Diablos Azules y los Javelinos— cortaban los alambres y amenazaban de muerte a los dueños para que no los volvieran a poner.
Eventualmente las autoridades lograron imponer el orden y los pleitos llegaron a su final.
Guerra de las palabras
En los territorios del Oeste de Estados Unidos la gente no entendía que la Tierra podía ser convertida en propiedad de una persona. En ese territorio, si usted quería tierra solamente tenía que ocuparla, allí donde mejor le pareciera, con tal de que no estuviera ocupada por otro.
El filósofo inglés del siglo XVII John Locke —que tuvo gran influencia sobre los fundadores de EEUU— se preguntaba cómo era posible que alguien pudiera ser legalmente dueño de una porción de tierra.
Discusiones como esas se llevaron a un debate filosófico.
Por ejemplo, el filósofo francés Jean-Jacques Rousseau se oponía al concepto de los espacios privados.
En su ‘Discurso sobre la ine-quidad’ lamentó que “el primer hombre que cercó un pedazo de tierra y pensó ‘es mío’ encontrara personas tan simples que le creyeran” (era algo similar a decir que la Luna es suya).
Pero más allá de las palabras, lo cierto es que la gran mayoría de las economías modernas se basan en la propiedad privada, es decir, en el concepto legal de que casi todo tiene dueño.
Las economías modernas también parten de la idea de que la propiedad privada es algo bueno, porque incentiva a las personas a invertir y mejorar aquello que es suyo, sea un terreno en el oeste de EU, un departamento en Calcuta o la propiedad intelectual de los derechos de Mickey Mouse.
Es un argumento poderoso y fue usado de manera implacable y cínica por quienes sostenían que los pueblos nativos no tenían realmente derechos sobre su territorio porque no lo desarrollaban de la forma que los europeos consideraban apto.
De modo que la historia sobre cómo el alambre de púas transformó al Lejano Oeste también es la historia de cómo los derechos de propiedad cambiaron al mundo.
Y es además la historia de cómo, incluso en una economía sofisticada, a veces lo que dice la ley importa menos de lo que puede hacerse en términos prácticos.
Ellos se volvieron ricos
En 1880 ya se había fabricado suficiente alambre de púas como para dar diez vueltas alrededor de la Tierra.
El Acto de Propiedad Ocupada de 1862 estableció las reglas sobre quién era dueño de qué en el Viejo Oeste.
Pero esas reglas no significaron mucho hasta que fueron reforzadas por el alambre de púas.
El año que Joseph Glidden obtuvo la patente de su alambre de púas se produjeron 51 km de alambre.
Seis años más tarde, en 1880, su fábrica en DeKalb produjo 423 mil kilómetros de alambrado, suficiente para dar diez vueltas alrededor de la Tierra.Y , como habrá de suponerse, sus dueños se volvieron ricos.
Este artículo es una adaptación de la serie de la BBC sobre los inventos y logros que hicieron avanzar la economía moderna.