A 501 años de la ‘Noche Triste’

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A 501 años de la ‘Noche Triste’

El 30 de junio pasado se cumplieron 501 años del episodio histórico conocido como la “Noche Triste”, aunque Bernal Díaz del Castillo la llama “Noche de Espanto”. Acerca de la fecha en que ocurrió este suceso coinciden los autores que se han ocupado del tema, excepto Francisco López de Gómara. Cabe precisar que aunque éste no fue testigo presencial de los acontecimientos, sin embargo su “Historia de la Conquista de México” apareció publicada primero que la “Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España” escrita por Díaz del Castillo, quien como soldado participó en los hechos de aquella noche de espanto, la del 30 de junio al 1 de julio de 1520.

En efecto, en el capítulo CX (110) de su Historia, López de Gómara escribe: “Murieron en el desbarate de esta triste noche, que fue a 10 de julio del año 20 sobre 1500 [es decir, del año 1520], cuatrocientos y cincuenta españoles, cuatro mil indios (tlaxcaltecas) amigos, cuarenta y seis caballos y creo –sigue diciendo López de Gómara– que todos los prisioneros. Quien dice más, quien menos; pero esto es lo más cierto”. Falso, como veremos. Empezando por la fecha, que no fue la que él afirma.

Los hechos sucedieron así: El 24 de junio, el mero día de San Juan del año 1520, Hernán Cortés estuvo de regreso en Tenochtitlan luego de enfrentar y vencer a Pánfilo de Narváez, enviado de Cuba por el gobernador Diego Velázquez para detenerlo. Llama la atención que don Carlos Pereyra sitúe la fecha de la llegada de Cortés el domingo 25 de junio de 1520, contra la opinión unánime de los demás autores que la fijan el día 24 de ese mes.

Cuando vuelve Cortés a Tenochtitlan encuentra el ambiente excesivamente tenso, como consecuencia de la matanza ordenada por Pedro de Alvarado en el Templo Mayor. Los españoles, en situación cada vez más crítica, están cercados en el Palacio de Axayácatl. Mantienen a Moctezuma, gran emperador y señor, como escudo humano, una especie de rehén voluntario, bajo el supuesto de que, mientras esté con ellos, los aztecas no se atreverán a atacarlos directamente y exterminarlos. Sin embargo, la situación se complica más cada día, principalmente por la falta de agua y alimentos.

El día 27 de junio de ese año, a petición de Cortés, Moctezuma trata de calmar a su pueblo y es lapidado por éste. Muere el día 28. Uno o dos días después, los españoles entregan su cadáver a los aztecas. Comprenden entonces que ha llegado el momento de darse a la fuga si no quieren ser sacrificados hasta no quedar uno solo de ellos. Antes llevan a cabo el reparto de las riquezas que ya tenían acumuladas, incluida la separación del llamado quinto real, y Cortés procede a exponer cómo llevar a cabo la huida de la mejor manera posible.

Discurre Cortés que deben salir el viernes 30 de junio por la noche para sorprender a los aztecas y hacerles más difícil su persecución. Y desde luego tomar la vía más corta hacia tierra firme (téngase presente que Tenochtitlan era una isla), ruta que no era otra que la calzada de Tlacopan (Tacuba).

Tenochtitlan estaba diseñada atendiendo a requerimientos de carácter militar. En el interior de la gran ciudad había acequias. Para cruzarlas se utilizaban puentes, mismos que podían ser desmontados. Igual ocurría con las calzadas, que llevaban de la isla a tierra firme, las cuales eran interrumpidas por cortaduras o canales sobre las que estaban colocados puentes que asimismo podían ser removidos. Obviamente esto lo sabía Cortés, quien rápidamente mandó a construir, para facilitar la huida, un enorme puente portátil de madera que llevarían cargando conforme avanzara la columna cuarenta tamemes o cargadores tlaxcaltecas.

Para alcanzar tierra firme por la calzada de Tlacopan, aquella noche oscura y lluviosa, la columna de españoles y aliados tlaxcaltecas tenía que atravesar cuatro acequias dentro de la isla y tres cortaduras sobre la calzada de Tlacopan que iba sobre el lago. Utilizando el pontón, cruzaron sin mayor dificultad las primeras cuatro acequias. En un librito escrito por Guillermo Estrada Unda, éste dice que las “acequias corrían por donde ahora están las calles de Isabel la Católica, Motolinía, Bolívar y Filomeno Mata”.

Bien documentado sobre el tema, Pereyra escribe: “Las angustias empezaron al atravesar el puente llamado después de la Mariscala, al término de la isla”, punto que José Luis Martínez ubica en “Tacuba y San Juan de Letrán” (actual Eje Central) y llama la cortadura de Tecpantzinco. “Allí se puso —agrega Pereyra— el pontón de madera… (que) cedió, fue arrojado al agua, y los infelices de la retaguardia quedaron cortados, a merced de los feroces antropófagos”.

Las cosas se complicaron aún más en las siguientes dos cortaduras de la calzada, una a la altura de San Hipólito (Tolteocali) y la otra a la altura de Puente de Alvarado (Toltacacalopan), donde la mortandad fue terrible y los que pudieron atravesar fue pasando sobre cadáveres, baúles y caballos muertos. Los aztecas atacaban por varios flancos, principalmente desde el lago, utilizando para ello cientos –quizás miles— de canoas. De lo cual Cortés se dio cabal cuenta y tomó nota para cuando de nuevo se presentara la ocasión. Que ocurrió el año siguiente.

¿Cuántos murieron en ese catastrófico episodio, entre la noche del 30 de junio y el amanecer del 1 de julio de 1520? En su monumental biografía de Hernán Cortés, José Luis Martínez presenta un cuadro (pág. 273) con las cifras –once diferentes—mencionadas por testigos de los acontecimientos (como Cortés y Bernal Díaz) y por escritores cercanos a la época. Van las cantidades desde 150 españoles muertos (según Cortés, cifra que después incrementó a 200), hasta mil 170 de acuerdo con Gonzalo Fernández de Oviedo. Y en cuanto a tlaxcaltecas, el número va de 2 mil muertos (según Cortés y Bernardino de Sahagún), hasta 8 mil según Fernández de Oviedo.

Escribe Bernal Díaz que Cortés, al final, cuando más o menos vino la calma y “vio que no venían [sobre la calzada] más soldados, se le soltaron las lágrimas de los ojos”. De aquí surgió la leyenda según la cual Cortés, ya en Popotla y al pie de un ahuehuete, que aún existe, lloró después de aquella Noche Triste.