40 años

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40 años

Hoy en cambio la celebridad es muy distinta. El mundo actual exige líderes impolutos, libres de toda mácula

Lo trágico del asesinato de Lennon no es que el mundo perdiera a un vocero del pacifismo, a uno de sus más queridos astros del pop, al líder de la boy-band más influyente del siglo 20 y, en suma, a una de las personalidades más carismáticas de su tiempo.

Lo trágico es que se le arrebató la vida a los 40 años, edad promedio en la que un individuo comienza un proceso de reconciliación con la existencia. Y en el particular caso de John, precisamente cuando comenzaba a asumirse artista en lugar de estrella, líder en vez de ídolo, ser humano en vez de icono.

Por primera vez en su vida gozaba de la experiencia de ser padre, esposo y ciudadano (su primer matrimonio fue un desastre debido a la fama de The Beatles y -por qué no-, debido a la estupidez propia de su juventud). Pero he aquí que con su homicidio se le arrebató toda dimensión humana y se le condenó a perpetuidad a ser ídolo, estrella e icono, una camiseta de chairos y soñadores, al estilo del Che.

El aniversario de Lennon siempre motiva en mí las más absurdas e inútiles reflexiones y este año, que conmemoramos los 80 de su nacimiento y 40 de su asesinato, no podía ser la excepción.

Nada me divierte como las ideas que la gente se forma de ciertas celebridades, en este caso, pareciera que muchos insisten en ver a un santo en Lennon, sólo por haber escrito una canción que, a fuerza de tocarse machaconamente como si fuera la pieza más interesante de su catálogo, termina por perder todo sentido. Este año, acabó de hecho como el himno con el cual nos “inyectó ánimos y esperanza” la élite del espectáculo, al inicio de la pandemia, desde la cumbre de sus privilegios.

Pocas canciones me parecen tan odiosas, cursis y melosas como “Imagine”. Ello debe obedecer a que es siempre algún cretino el que la saca a relucir y nunca en la integridad de su mensaje.

“Imagine no possessions”… Cantan actores y actrices que cobran entre cinco y 20 millones de dólares por película.

“Imagine there’s no countries”… Y es gente que se opone al paso de la caravana migrante, por ejemplo.

“…and no religion too”. Y siempre, invariablemente, la está tocando algún santurrón persignado.

No, señor. Si de algo era consciente el Lennon que yo conozco (al menos el que yo he tratado de entender durante los últimos 30 años) era de que -en primer lugar- el mundo estaba (está) de la chingada.

Sobre todo en lo que a distribución de la riqueza e igualdad de derechos civiles respecta y sabía que no se iba a solucionar nada con buenos deseos o una canción bonita, sino confrontando a los gobiernos y su relación con los capitales, todo lo que operase en función de la explotación del hombre.

En sus tiempos, cuando opinar con alcances masivos era un raro privilegio exclusivo de quienes hicieron algo para modificar nuestros paradigmas, ensanchar nuestros horizontes o subir los estándares de la creatividad, Lennon decidió que la fama debía servir para algo más que para vender discos, que había que ponerla al servicio de alguna causa (si algo sobra en el mundo son razones para alzar la voz) y él simplemente abrazó aquellas con las que simpatizaba o le preocupaban en lo particular.

Y no porque se tratase de una persona ejemplar, libre de vicios o defectos. Como ya se ha dicho, fue un terrible esposo y padre en su primer matrimonio y, embriagado por la celebridad y las sustancias, tocó su propio fondo. Él mismo, como dechado de fallas, creía en la capacidad de la gente para mejorar.

Hoy en cambio la celebridad es muy distinta. El mundo actual exige líderes impolutos, libres de toda mácula, que no tengan un pasado. Es requisito además renunciar a todo principio o convicción para abrazar un estricto decálogo de corrección política, absoluto, inquebrantable y ya determinado. Y ay del que se atreva a contradecirlo o cuestionarlo, porque lo paga con el cíber linchamiento y la cancelación.

¿Y los méritos? Esos no son hoy tan relevantes o necesarios. Basta con estar del lado “correcto” de la discusión para surcar por la vida y el estrellato sin falla ni miedo a tropezar.

Se me va a tildar de arcaico por considerar que antes el arte se empleaba para decir cosas arriesgadas, como que “la mujer es el negro del mundo”. No dislates absurdos y anodinos como, “ahora me llamo Elliot”. 

¡Qué falta nos hace gente que se atreva a decir cosas arriesgadas!

Al último que conocimos lo asesinaron hoy hace 40 años.