2020 Último tercio

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2020 Último tercio

El último tercio del año es una sucesión de meses fuertemente marcados por sus efemérides que, con ayuda del aparato mercantilista, se vuelven imposibles de ignorar.

Pero se llegó, el año más terrible, quizás desde la Segunda Guerra Mundial, entra por fin en su recta final. No hay ninguna garantía de que el 2021 vaya a estar mejor, pero si ya llegó hasta aquí, por favor, no se me apendexe porque, como en el Maratón, de repente La Ignorancia le puede sacar la delantera, con la diferencia de que aquí la ominosa ficha negra representa al Apocalíptico Jinete de la Peste en su versión posmodernista, Colección Primavera Verano 2020, el SARS-Co-V-2.

El Arcángel San Gatell ya nos dijo (“nos anunció”, las señoras de vecindad dicen, los arcángeles anuncian) que ahora sí, ya estamos en el mero pico y que octubre será definitivamente el bueno; el mes en que por fin los semáforos se tornen verdes algunos, ámbar otros tantos para estar en sintonía con el otoño, pero experimentaremos a no dudar una notable mejoría y pasaremos, de muertos por dentro, a vivos de milagro.

Y qué bueno, porque octubre es el mejor mes de todo el año (me refiero a cualquier año, no a éste en particular que ya no lo rescata ni el regreso de Elvis desde las Pléyades). 

Octubre es tan grato y llevadero que por eso lo escogí para nacer. No lo menciono porque me tengan que obsequiar algo -guiño, guiño-, pero como pienso seguir bajo estricto aislamiento sanitario, les informo que pueden dejar sus tributos en la cochera y ya luego, después de un rato que se vayan, yo me encargo de echarles harto Lysol (¡Oh, ironía! ¡Qué buen regalo sería una dotación de Lysol! Pero no, mejor algo bonito). Bueno, mire… Primero déjeme asegurar que llegaré vivo a la fecha en cuestión y ya lo otro después lo vemos.

Octubre se anticipa venturoso y sin embargo se verá empañado por un evento de política índole: El bonito jolgorio electorero coahuilense que a causa del coronabicho tuvo que ser aplazado y, en vez de celebrarse el pasado 7 de junio, tendrá verificativo el día 18 del mes de las lunas más hermosas (a mí no me reclame, quéjese con el INE o con el autor de la canción).

En diversos puntos del mundo tuvieron que  posponerse votaciones y referéndums a causa de la pandemia y el tricolor Estado de Coahuila no tenía por qué ser la excepción, sobre todo si consideramos que es muy difícil ejecutar el carrusel o el ratón loco al tiempo que se guarda la sana distancia. ¡No, señor! Las viejas prácticas electorales requieren una estrecha cercanía con lo que viene siendo “la pipol”.

Hace algunas semanas decíamos que el PAN hubiera deseado aplazar por más tiempo los comicios en la esperanza de caldear los ánimos contra el régimen actual, mientras que para el Revolucionario Institucional la cosa es en caliente; tampoco es como que estén en riesgo de perder, pero no vaya a ser que algo se mueva, un escándalo, un meteorito, qué se yo. Así que mejor, “no dejes para mañana la elección que te puedas agandallar ya mismo”.

También decíamos en aquella ocasión que no importa si a la oposición coahuilense le dieran cinco o diez años para prepararse, igual morderá el polvo el día de los comicios porque… porque son eso, precisamente: la oposición coahuilense.

Y si a Acción Nacional lo consumen sus vicios reiterativos, sus pleitos intestinos, su escasa imaginación y su franca falta de ganas de asumir un rol protagónico en la política comarcana, Morena sencillamente no existe, carece de estructura, cuadros, militancia. Dudo incluso que Morena tenga una oficina en todo el Estado y si la tiene, le apuesto que ni siquiera tiene baño propio y usan prestado el de la fonda de la esquina.

Ni siquiera me interesa saber quiénes son los candidatos por una u otra divisa, cualquier posición que no logre conquistar el partido oficial será una graciosa concesión para taparle el ojo al macho, pactada con anticipación.

La mesa está servida para que el PRI se sirva un festín a sus anchas y se refrende por enésima vez como la única fuerza política en la Entidad. Los priistas, a diferencia de sus contrincantes, no se preguntan si les va a tocar pizza, sino cuántas rebanadas se van a chingar.

Es que no sólo se trata de las desangeladas elecciones intermedias, siempre de bajísima votación, menor presupuesto, duración y perfil que aquellas competentes a las figuras ejecutivas. Este año además serán desairadas por un natural miedo al contagio de un virus potencialmente letal sobre el que se nos ha estado advirtiendo a escala mundial durante ¡todo el maldito año!

Claro, la autoridad nos va a decir que es seguro salir a votar y que las condiciones son óptimas para hacerlo sin riesgo, pero nada va a significar este anuncio desganado contra meses de terror cultivado. 

Súmele campañas muy restringidas por la contingencia y una autoridad electoral mediocre haciendo una tibia promoción al voto, para beneplácito del poder al que sirve. Así que lo que de por sí suele ser una fiesta con pocos invitados, se anticipa como el guateque más desairado “ever”.

Y una escasa participación favorece a ya sabemos quién: Al único partido con capacidad para acarrear gente a las casillas, el único con la estructura para llevar su voto duro hasta las urnas, voto conformado precisamente del segmento más pobre de la población, gente que no se detiene ante la amenaza viral, como sí le motiva en cambio la dádiva electorera.

De quién podríamos estar hablando sino del partido que, al más rancio estilo de los años 70, está eternizado en el poder estatal y sin perspectivas de que salgamos nunca de ese “loop espacio-político-temporal”. Hablamos por supuesto de su majestad, el colosal y antediluviano PRI Coahuila.