1968, el año del cambio
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1968, el año del cambio
En alguna ocasión, a propósito del bicentenario de la toma de la Bastilla en 1789, le preguntaron a Mao Tse Tung cuál consideraba que era la más importante enseñanza de la Revolución Francesa para el resto de la humanidad. Después de una breve meditación, el líder comunista chino respondió: “No lo sé, es muy pronto para ponderarlo, apenas han pasado 200 años”.
Fruto de una cultura milenaria, la oriental, para Mao era muy poco el tiempo disponible para valorar la importancia de la revolución gala de dos siglos. Mucho tiempo después, en 1968 la República Popular China viviría un convulso periodo, la Revolución Cultural, que aisló al antiguo imperio del resto del mundo, aunque en esa misma época la juventud de todos los continentes idealizaba dos figuras de las que en realidad se sabía poco, pero daban rostro a un movimiento espontáneo y sin auténticos objetivos comunes.
Era 1968 y en Francia los universitarios tomaron calles, las plazas, los muros en las calles y lanzaron consignas antigobiernistas. Aunque portaban los retratos hoy icónicos de Mao Tse Tung y de Ernesto “Che” Guevara, la enorme mayoría de estudiantes universitarios no buscaban desatar una revolución en el sentido amplio del concepto. No. Su objetivo era que las autoridades fueron menos represivas y garantizarán la libertad de expresión.
Detrás de la Cortina de Hierro también se efectuaron manifestaciones estudiantiles, pero el Kremlin no estaba dispuesto a correr riesgos de ningún tipo ni tamaño y los soldados acabaron con sus tanques el perfume de las flores con que los recibieron durante la Primavera de Praga.
El costo mayor en vidas humanas de aquel 1968 que marcó al mundo, se pagó en México el 2 de octubre. Nadie sabe a con plena certeza cuántos alumnos de la UNAM y otros planteles cayeron baleados en las Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, pero una reciente investigación registra 78 muertos y 31 desaparecidos.
A diez días de la inauguración de los Juegos Olímpicos en Ciudad Universitaria, resultó que más que los chinos o los rusos, las autoridades mexicanas resultaron más represoras ante la juventud que no buscaba tumbar al Gobierno del PRI, ni mucho menos, sólo pedían menos mayor libertad para crear, escribir y manifestarse en público.
Pero la memoria humana es tan volátil que el 12 de octubre, celebración del descubrimiento de América o, como eufemísticamente se califica, “el encuentro de dos mundos”, los mexicanos y miles de visitantes extranjeros festejaron por todo lo alto la fiesta del deporte y la paz, sin ver el piso rojo de Tlatelolco.
Ojalá que la lección de quienes dieron su vida por esta mayor libertad de que se goza en México se haga más visible.