1, 2, 3 por mí y por todos mis amigos…

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1, 2, 3 por mí y por todos mis amigos…

Siempre he sostenido que son un puñado de personas estudiosas, mayormente en el campo de las ciencias, las que sacan adelante al resto de la humanidad que es (somos) bastante atenida e indefensa.

Ya sea en el campo de la medicina, la economía, la meteorología y hasta la ingeniería industrial, si no fuese por las innovaciones de unos pocos, el resto seguiríamos semidesnudos, chocando un par de piedras para tratar de encender una fogata y pensaríamos aun que morir a los 30 es haber llegado a una muy, muy avanzada edad.

Pensemos en el sujeto que inventó el jabón, por ejemplo, aportación que ha evitado que millones y millones mueran por amibiasis, disentería, tifoidea, qué sé yo. A lo mejor el tipo ese sólo quería oler bonito porque tenía una cita más tarde, pero sin saberlo estaba haciendo posible la supervivencia de todo el género humano que estaba allí nomás, con sus manotas mugrientas esperando un milagro que se las limpiara, ¡et voilá!

Es obvio que la gran mayoría de la especie humana no se esforzó por tener algo tan bueno y noble como el jabón (ok, bueno y noble hasta que los comenzó a fabricar el tío Adolph). Pero el caso es que la humanidad ni siquiera tuvo que hacer una real conciencia del problema salubre que enfrentaba, sólo un día le dijeron “¡Úntate esto por favor antes de comer y después de ir a la letrina! No preguntes, sólo hazlo y vivirás más que tu abuelo que murió a los 25 cazando osos. ¡Qué bonito tu abrigo, por cierto!”.

Insisto, el grueso de la humanidad ni siquiera tuvo que esforzarse en entender los conceptos más elementales de higiene o de la vida microbiana que prolifera en nuestras zarpas de primate. Somos tan inútiles que habríamos muerto sólo por comernos las uñas, pero alguien tuvo una brillante idea y con ésta salvó a todo el resto del rebaño de buenos para nada.

Por eso no le apuesto mucho a la conciencia social, ni creo en el activismo. Los grandes cambios no se gestan desde las campañas, sino cuando ocurre una revolución más bien discreta, digamos, en un laboratorio. Gritonear en las calles o en las redes sobre el calentamiento global, el agujero de la capa de ozono o el continente de plástico flotando en el océano no resolverá dichos problemas. Se solucionarán eventualmente cuando unos señores y señoras en bata nos den mejores combustibles, o un plástico más amigable con el ambiente, o alternativas a la carne animal. El haber tratado de persuadir a otros habrá sido tan inútil como votar por la 4T.

A menudo se dice que el casco de seguridad garantiza la supervivencia de los más estúpidos. Esto ilustra de manera irónica el asunto de la disgenesia, es decir, favorecer con una intervención a la supervivencia de los menos aptos, en contra del proceso de selección natural. 

Ya hemos hablado antes de disgenesia, por lo que no me detendré a profundizar aunque sí quiero dejar claro el concepto y el hecho de que a veces no es tan buena idea asegurar la salvación de toda la especie, ya que si interferimos con el natural mecanismo de eliminación, al rato la población está plagada de individuos con características no deseables, como de hecho ya ocurre, siendo la más indeseable de dichas características nuestra más extrema y temeraria pendejez.

Muy a propósito de la situación que estamos viviendo, la invención de las vacunas también representa un Arca de Noé que nos ha salvado de la aniquilación a gran escala en incontables ocasiones desde hace más de un siglo, ha aumentado considerablemente nuestra expectativa de vida y ha elevado la calidad de la misma.

Pero las vacunas, por mucho que sean un auténtico milagro en la lucha del hombre contra su definitiva extinción, no son inteligentes y si salvan a uno nos salvan a todos, incluyendo a los cretinos, a los perversos, a los indeseables, a los deshonestos, a los mentirosos, a los pusilánimes y claro, a los pendejos, incluyendo -¡oh, ironía!- a los antivacunas y terraplanistas.

Tuvimos realmente la semana más optimista en mucho tiempo, desde que inició la pandemia, pues no sólo se anunció que están prácticamente listas diferentes vacunas con una efectividad estimada entre el 90 y 95 por ciento, sino que de hecho ya en nuestro País, en nuestro Estado, en nuestra misma ciudad se está probando la vacuna de CanSino Biologics. Si eso no es alentador, entonces nada lo es. 

Tengo confianza en que la vacuna salvará muchas vidas, no como un acto de fe, o porque crea que ya sufrimos mucho y Diosito ya se apiadó de nosotros.

No. Tengo confianza porque la Historia nos ha enseñado que las vacunas funcionan, que salvan vidas; porque ya lo han hecho antes y lo más seguro es que lo volverán a hacer. Así de sencillo. Algunos morirán inevitablemente (ojalá los menos y que no sea yo), pero el grueso de la población saldrá bien librada, incluyendo como ya hemos señalado, a los pendejazos:

Aquellos que insisten en hacer fiestas y reuniones, los que no observan las más elementales normas de distanciamiento, esos incapaces de lavarse las manos con frecuencia, los que se creen que un trapo babeado en la cara es un salvoconducto para ir y venir a placer, los que pudiendo salvar a sus empleados con tele trabajo, los obligan a laborar de manera presencial, los que no se han molestado ni antes ni hoy en entender un poquito sobre microbiología, los que difunden información falsa o tendenciosa, los que escuchan trap, los que le ponen limón a los cortes finos de carne y los que votaron por Trump. Lamento decirle que todos esos, en su mayoría, también serán salvados, en detrimento de todo el género humano.