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7%, fieles seguidores de AMLO
Es un hecho que el presidente López Obrador controla el debate público. Llama la atención que lo hace sin recurrir a los controles autoritarios que caracterizaron al viejo régimen. Podrá gustarnos o no lo que dice, pero no veo evidencia alguna de que las libertades, sobre todo las relacionadas con la expresión de opiniones políticas se vean restringidas. Sus detractores lo criticamos a nuestras anchas y fuera del esperado contraataque, ya sea de las granjas de bots pagadas con recursos públicos o de ciudadanos libres que defienden al Presidente, no existe mayor límite en el debate. Ambos bandos, polarizados o no, gozan de plena libertad.
El control presidencial se basa en un mensaje que, en apariencia, raya en la idiotez, carece de sentido y, en términos comparativos, el Presidente dice puras tonterías, no dudo que de manera excepcional diga algo útil en sus mañaneras desde Palacio Nacional o desde donde le toque andar de gira. Tiene su mérito, madrugar para tomar la delantera a las 6 de la mañana, esa disciplina le permite pegar primero y en consecuencia pegar dos veces.
Desde mi perspectiva, el mensaje presidencial raya en la idiotez, sus palabras sirven de poco o nada al País o al gobierno de la 4T para resolver problemas acuciantes, prácticos, cotidianos. Aunque en la forma se trata de palabras vacías, idiotas e inútiles, en el fondo revelan una estrategia exitosa que permite al Presidente sortear turbulencias, negar o ignorar todo lo que pueda perjudicar a su gobierno y, de ser necesario, apostar a la construcción y venta de hechos alternativos, aunque carezcan de sustento.
El ejemplo más reciente de estos absurdos fue la consulta del 1 de agosto que buscaba el apoyo ciudadano para dizque juzgar a los expresidentes de México todavía vivos, excepción hecha de Luis Echeverría, jefe máximo de la corriente priista a la que perteneció López Obrador, corriente que siempre se opuso al ala del capitalismo de cuates, o más recientemente a los neoliberales.
Sabemos de sobra que la redacción de la pregunta sometida a consulta terminó siendo un galimatías incomprensible. La Suprema Corte buscó salvaguardar el derecho a la consulta popular, pero acatando la ley; de lo contrario se habría caído en un absurdo jurídico.
La aplicación de la ley no se consulta ni en México ni en ningún país que se precie de democrático, es un absurdo legal consultar si la ley se aplica o deja de aplicarse. En ello la abrumadora mayoría está de acuerdo. Pero López, en realidad parece tener otro plan: el mismo de siempre, que la fragmentada oposición no acaba de entender.
El plan es distraer, generar debates alternos, hacer todo el ruido necesario para evitar la discusión de la cosa pública en su estado actual, por citar algunos ejemplos: el número récord de homicidios, la inseguridad que no cesa, el fracaso en el manejo del COVID y las desastrosas consecuencias del austericidio presupuestal.
Por fortuna el mexicano entendió lo que es obvio y el 92.92 por ciento del padrón electoral, decidimos ignorar a López y su consulta patito. Hizo perder el tiempo al INE en algo innecesario, se gastaron más de 500 millones de pesos para consultar una idiotez, cuando las tragedias en materia de salud simplemente no cesan. AMLO puede decir idioteces todos los días, es su derecho. Pero cuando empiezan a costar a los ciudadanos, sin resultado alguno para nadie, el saldo resulta catastrófico. AMLO perdió, es evidente, ahora dirá que ganó, fiel a su estrategia de siempre: mentir para distraer, como divisa de un gobierno fracasado. Nada cambia el hecho de que el 92.92 por ciento decidimos ignorar su último distractor.