Lógica racional. Y por lo tanto ilógica

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Lógica racional. Y por lo tanto ilógica

-Señor alcalde, buenos días.

-Buenos los tengas, Juan. ¿En qué puedo servirte?

-Señor alcalde: necesito su permiso para matar un marrano.

Al alcalde le sorprendió aquella solicitud inusitada. Los ciudadanos no estaban obligados a requerir permiso de la autoridad municipal para matar un animal, y menos todavía un marrano. Pero Juan ya estaba ahí, y nada costaba obsequiar la solicitud de un hombre ingenuo.

-Está bien, Juan. Tienes mi permiso. Puedes matar ese marrano cuando quieras.

A primera hora del día siguiente un indignado señor se apersonó en la oficina del alcalde. Le dijo que su vecino Juan le había matado su marrano. Allá va un gendarme a traer al tal Juan.

El alcalde, severo:

-Este señor se queja, Juan, de que le mataste un marrano.  

-Así fue, señor presidente municipal. Maté un marrano del señor.

-¿Por qué lo hiciste?

-¿Ya no se acuerda, señor? Usted me dio permiso.

-¡Oye! ¡Pero es que yo creí que el marrano era tuyo!

-¡Ah, no! Si hubiera sido mío, ¿pa’ qué necesitaba su permiso?

Este relato lo escuché en Múzquiz, preciosa población de nuestro Estado.

La historieta me hizo recordar mis lejanos estudios de Derecho, que no he olvidado nunca, pues tuve maestros buenos que me enseñaron bien. Ahí aprendí aquello de la lógica jurídica: la norma es la premisa mayor; el hecho es la premisa menor; la conclusión es la sentencia. “Comete delito de homicidio el que priva de la vida a otro. Fulano privó a otro de la vida. Por lo tanto Fulano es homicida”.

Pero la vida es mucho más que el Derecho, aunque se escriba con minúscula. Y la vida me enseñó que por encima -y también por abajo, y por un lado, y por el otro- de la lógica pura, de la lógica racional, hay otra lógica que es como si dijéramos la lógica de lo que es razonable, o, dicho de otro modo, la lógica del sentido común. En los términos de la lógica pura -o de la pura lógica- Juan tenía la razón: para matar su marrano no necesitaba la autorización de nadie. Pero erraba en los términos de lo razonable, del sentido común, que es en lo que no debemos errar. Rezaba un letrero en la estación del tren: “Prohibido entrar con perros a andén”. Un individuo pretendió entrar con un feroz león africano. “Es león, no perro” -sostenía empecinadamente. Acertaba desde el punto de vista de la lógica racional; se equivocaba desde el punto de vista de la lógica razonable.

Una conclusión saqué tras de aquel viaje a Múzquiz: la lógica pura sirve sólo para una cosa: para la pura lógica. Para la vida no sirve de mucho, porque los hombres no somos muy racionales que digamos. Bastante haríamos con ser medianamente razonables.