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Ganadores y perdedores
Si revisáramos con severidad la historia y cada aspecto de nuestra vida, nos daríamos cuenta de una verdad irrefutable: somos unos perdedores. En México, la historia nacional está repleta de derrotas y derrotados: Moctezuma, Cuitláhuac y Cuauhtémoc, últimos emperadores mexicas, fueron arrasados por Hernán Cortés con un ejército de apenas 400 hombres. La revolución independentista de Hidalgo, Allende, Morelos y Aldama fue en un principio una derrota militar apabullante y ninguno vivió para ver a México liberado. Años más tarde, el romanticismo encontrado en la historia de los niños héroes resultaría en vano, pues México perdió la guerra de intervención con Estados Unidos y de paso, buena parte del territorio.
Lo mismo ocurrió con la invasión francesa, porque después de que “las armas nacionales se cubrieron de gloria” en Puebla, la victoria resultó efímera, pues meses después, el país caía ante los franceses que impusieron a Maximiliano como emperador. Le sucedió igual a Madero con la Revolución de 1910, pues primero derrotado, luego victorioso y muy pronto traicionado y muerto en su intento por gobernar una nación hasta entonces ingobernable.
Otros héroes sufrieron la misma suerte: Villa vencido por Obregón, Zapata por Carranza y el propio Varón de Cuatrociénegas derrotado hasta la muerte, en su empeño por dar cauce constitucional a la República.
Pero hay otros aspectos de la vida en que los ejemplos son abundantes: cuando un científico, un activista por la paz o un escritor ganan un Nobel, muchos más quedan en el camino; en una contienda electoral son más los candidatos que pierden. En un sorteo son miles los que pierden e igual sucede en cualquier competencia deportiva. Incluso hasta en la banalidad de los concursos de belleza encontramos la derrota de muchas y la victoria de solo una.
Aceptémoslo entonces: Somos más, muchos más los perdedores que los ganadores y los primeros (o últimos) somos millones y es curioso porque guardamos dogmas muy extraños: a nadie le gusta perder, pero nos asusta ganar y además con frecuencia nos enfrentamos a una falsa dicotomía: para ganar, alguien tiene que perder y eso no nos gusta.
Ese es parte del drama de los perdedores, gente común que como usted y como yo, que preparados para fallar, fallamos, listos para caer, caemos, y en el afán de saltar, saltamos, pero al vacío para darnos cuenta que la derrota forma parte fundamental de nuestras vidas. A esos hace referencia don Vicente Leñero, de quién mañana se cumple un aniversario de su natalicio, en su obra “Los Perdedores”, donde dice que alcanza tintes heroicos e incluso literarios, pues “Las cámaras siempre se van con los que ganan, pero los verdaderos protagonistas son los perdedores”.
Prepararémonos pues para caer, porque eventualmente todos lo haremos, pero no nos preocupemos por caer cuando aún no nos hemos levantado. Aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse para alcanzar el éxito, era la receta que recomendaba Churchill. Tenía razón, porque aquellos que entienden que en la vida es más importante perder que ganar y que no es de los éxitos, sino de los fracasos donde se pierde el miedo más grande: el miedo a fracasar.
Y a propósito de ganadores y perdedores, luego de las elecciones en Coahuila, queda claro que quienes ganan son Riquelme y su grupo cercano: Eduardo Olmos, Román Alberto Cepeda, Vero Martínez, Miguel Mery, Chema Fraustro y Jericó Abramo. En Saltillo, Chema se impone primero a la resistencia interna de quien intentó trascender a su mandato y que, en lugar de apoyar sin recelo, estorbaba y conspiraba en silencio. A este ya no tan joven político local, le ocurrió aquella frase de don Jesús Reyes Heroles, que aseguraba que ciertos políticos, los menos preparados, se llenan de soberbia y arrogancia y los definía de una forma: “Cayó en las alturas”. Chema derrota con contundencia a Guadiana, un hombre que no tenía necesidad de exponerse.
En Torreón, el PRI siendo oposición recupera la alcaldía y diputaciones federales, obteniendo su mejor resultado en 25 años y de paso borra a Luis Fernando Salazar y Marcelo Torres Cofiño, políticos con pies de barro. Riquelme inició ya su propia sucesión que será lagunera y con sus propios términos y condiciones.