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Los próximos tres años
La semana pasada entrevisté a Víctor Trujillo para Ciberdiálogos, mi podcast de conversaciones en Letras Libres. Le recordé a Víctor la noche de julio hace casi tres años, cuando contemplamos, desde el estudio de Univisión en el Zócalo, los festejos por el triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Durante la transmisión en la que participamos, Víctor confesó su emoción. Dijo haber esperado ese momento toda la vida. “Era una reunión de esperanza”, recordó en el podcast. “Ese momento fue la “Y” en donde dices: puedes unificar al país y hacer las cosas como debieron hacerse”. Pero algo pasó en el camino. La esperanza que había despertado López Obrador se volvió, para Víctor, en otra cosa: “En vez de recoger esos anhelos sinceros, se convirtió en una ola de resentimiento, de venganza. En vez de la unidad: ahora sí nos la van a pagar”.
La noche de ayer representó una encrucijada similar para el Presidente de México.
Aclaro: escribo esta columna antes de confirmar todos los resultados de la elección. Es posible que, después de ayer, el proyecto de Andrés Manuel López Obrador se haya visto fortalecido. También es posible que los votantes hayan decidido restar poder al Presidente y su partido. En cualquier caso, más allá del veredicto de las urnas, el Presidente tendrá que tomar una decisión central: ¿cuál será el tono de los siguientes tres años, rumbo a la elección del 2024? ¿Insistirá en descalificar la imparcialidad de la autoridad electoral, erosionando el andamiaje de la democracia mexicana? ¿Hará de los que resta de su sexenio un nuevo periodo de discordia, otro ejercicio cotidiano de descalificación y difamación de la prensa crítica e incluso de sus oponentes legítimos? En otras palabras: ¿finalmente cumplirá la promesa de reconciliación y unidad que emocionó a Víctor Trujillo o insistirá en la terquedad y la venganza?
Sin importar lo que haya ocurrido ayer, los siguientes años en México serán una batalla doble. Una, enteramente válida y necesaria, será política. El Presidente defiende a capa y espada su proyecto de nación, y hace bien. Ayer le tocó defender los resultados de su gobierno y lo hará, como Presidente saliente, dentro de tres años. La siguiente parada será el 2024 y el tren ya está en marcha. La otra batalla, sin embargo, ha sido injusta, innecesaria y, para la democracia mexicana, peligrosamente regresiva. Producto directo de su disposición a la venganza y la confrontación, López Obrador se ha dedicado a practicar lo que Víctor Trujillo llama “desquitocracia”. Ha hecho del descrédito de los contrapesos, procesos e instituciones de la democracia un hábito cada vez más tóxico. Ahora, el Presidente tendrá que optar entre el camino de la erosión o darle una oportunidad genuina a la concordia.
Es urgente que opte por lo segundo. Primero, porque México no es cualquier país. La violencia política, que el Presidente decidió ningunear en la campaña como si sólo se tratara de un inconveniente, es una llamada de atención. López Obrador gobierna un país en llamas. Está claro que el incendio no lo prendió él, pero no puede seguir siendo el pirómano disfrazado de bombero que recurre a la discordia como arma política.
Lo mismo puede decirse de la construcción de la democracia. Desde hace años, López Obrador sigue un dogma personal: cuando la democracia le favorece, es ejemplar e inapelable; cuando la democracia le es adversa, merece descrédito inmediato e implacable. Esperemos que no recurra a ella en las próximas horas en aquellas batallas que no favorecieron a Morena, pero en cualquier caso debe desterrar esa narrativa de su concepción del México que gobierna. Primero, porque es falsa. La misma democracia que vio perder a López Obrador en el 2012 es la que lo vio ganar en 2018: imperfecta, frágil pero funcional y admirablemente eficaz y ciudadana. La segunda razón es, quizá, más importante. Hubo un México antes y habrá un México después de López Obrador. En la segunda mitad de su sexenio, el Presidente luchará por la consolidación de su proyecto. Qué bueno que lo haga: es su derecho. Pero también deberá cuidar las instituciones, la ley y la democracia. Si no lo hace, la historia se lo reclamará. Y la desilusión que ha dejado su apetito de venganza y destrucción sólo crecerá.