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El har4tazgo
Para quienes publicamos opiniones, sobre cualquier tema en espacios limitados, y en especial cuando se trata de política mexicana, es siempre complicado presentar nuestra versión o interpretación de los hechos, contexto o realidad de una forma en la que los polos no salten totalmente a favor o en contra de lo que se escribe. Desde hace unos años las posturas moderadas pasaron de moda y los reflectores y la discusión se empezaron a enfocar casi por completo en lo que sucedía en los extremos. Aquel que no toma posición clara, inmediata y definitiva, a favor o en contra, de los temas, personas, partidos o “ideologías” (entre paréntesis porque no parece haber ideología alguna con forma y sustancia en la política mexicana; estamos balcanizados) no es relevante. Nos acostumbramos a que el que no está en el polo no tiene voz.
En este espacio he hecho el esfuerzo de llamarles gansos a los gansos, burros a los burros y cantar bolas y strikes conforme se ven los lanzamientos del pitcher. Es común la discusión en redes donde no se acepta siquiera una mínima duda sobre el punto que se está haciendo, nos hemos acostumbrado a tener que comprar el buffet entero y no a poder ordenar a la carta. Si en un grupo de WhatsApp, por ejemplo, se está criticando (o alabando; aunque en esos tengo muy poca experiencia) al presidente López Obrador o a la 4T, no es bien visto que alguien haga una pregunta o pida aclarar si la “información” o los “datos” que se muestran son enteramente correctos. Para la turba, de un lado o de otro, no importan los “detalles”, el nivel de análisis es insignificante, si no es que inexistente. Es imposible detener un linchamiento o beatificación una vez que los fanáticos toman vuelo. Para unos AMLO (y la 4T) es un cáncer terminal, para otros una cura milagrosa. La desconexión que hay entre grandes sectores de la población en México es material de análisis o estudios psiquiátricos. No hay puntos medios, aunque todos deberíamos suponer que es imposible que incluso alguien que acumula relevantes fallas (negación de la realidad, polarización, malos resultados) y notables cualidades (perseverancia, esfuerzo, buenas intenciones) esté siempre mal o siempre bien, la realidad tiene que estar en algún punto medio y fluctuando con cada palabra o acción de su gobierno.
Por eso es para mí muy difícil, a menos de la mitad del sexenio, y considerando que voté por AMLO, tener que aceptar que, si no hay un cambio drástico en los siguientes meses, se habrá perdido –otra vez– la posibilidad de una mínima transformación positiva. Ya nos quedó mal Fox y Calderón (por quienes voté también) y pareciera que AMLO pretende hacerlos ver como los estadistas del siglo con las actitudes, formas y resultados que él y los suyos manejan a diario. ¿Habrá forma de que el Presidente se dé cuenta (o alguien le haga ver) que el maratón para el que se preparó por décadas, y con el que tantos “atletas” (políticos) sueñan correr, no va bien? El Presidente no ha llegado al kilómetro 20 y ya sufre calambres en ambas piernas, su cerebro le hace trampa, su equipo en lugar de hidratarlo parece darle mazapanes, el ritmo al que avanza está muy por debajo del nivel de élite internacional. Él insiste en culpar a los que organizaron la carrera, a los reporteros o especialistas del deporte que señalan que su paso no es el de un atleta de alto rendimiento, a quienes corrieron antes que él, al público que le chifla, a los atletas de otros países y a la realidad alterna que la deshidratación y calambres provocan en su mente. Él voltea a ver su reloj y por algún motivo ese reloj le señala que su ritmo es el de un verdadero campeón; nadie en su equipo, por alguna extraña razón, se anima a decirle la verdad, apuntar que el reloj está fallando y que ir en el kilómetro 18 a 4 horas de haber arrancado lo pone en uno de los últimos lugares de la competencia.
El Presidente siempre nos dijo que tenía prisa ya que quería transformar al País y no había tiempo que perder. Mientras no se dé cuenta que su reloj le arroja datos incorrectos (y que su equipo no se anima a decírselo), su popularidad y la posibilidad de hacer algo positivo por México seguirán cayendo aceleradamente. El hartazgo por AMLO y la 4T se profundizará y quienes antes teníamos ánimo de buscarle los puntos positivos a su gestión (generalmente basados en no sufrir del síndrome de Estocolmo ya que sería suicida regresar con los maleantes de antes) cada vez tenemos menos argumentos. El País sigue siendo una olla de presión y la presión que soltó la olla cuando ganó AMLO se ha vuelto a acumular, aunque de otra forma y en otros sectores de la olla. Si no corrige, el futuro de la olla no es prometedor.