Palabras de ayer y ‘el gigante chiquito’

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Palabras de ayer y ‘el gigante chiquito’

En memoria del profesor Miguel Agustín Perales excelente maestro de literatura

Ancheta: Se refiere a cualquier objeto o herramienta. Llegué a escuchar esta palabra de niño cuando hablaban sobre asuntos del rancho mi padre y mi tío Roberto, al referirse a fierros o equipo como rastras, arados o partes de los tractores, las trilladoras o los motores de bombeo para el riego. Con el tiempo fue dejando de mencionarse hasta que en la actualidad prácticamente ya no se utiliza, salvo por algunas personas mayores, sin que sea del conocimiento de las generaciones actuales.

Morusa: La Real Academia Española la define como una antigua moneda de plata, y también como una moneda de curso corriente. Para La Academia Mexicana de la Lengua son las migajas, migas, moronas, boronas y morusas. Se trata de pequeños trozos de pan que se desprenden al partirlo. Yo asociaba esta palabra con el desorden o alboroto que se producía cuando al romper la piñata nos lanzábamos sobre los dulces, o bien, al lanzar los padrinos el bolo.

Estanquillo: Para la Real Academia Española se trata de una tienda pequeña de artículos variados, y en México la utilizamos para designar a una tienda rudimentaria donde se venden cigarros, dulces y baratijas. Como sabemos, negocios como los Oxxo’s vinieron a desplazar a estos establecimientos, siendo que algunos de ellos se resisten a morir, principalmente en los barrios.

De los estanquillos conservo en mi memoria el de María de León, el cual se localizó en la esquina de las calles de Matamoros y Juárez, a donde era enviado a los “mandados” a comprar principalmente pan francés y huevos para el desayuno, que con frecuencia consistía en migas con huevo; platillo típico de la cocina saltillense, según la opinión experta de mi amigo Roberto Farías.

El otro gran recuerdo de mi infancia fue el “Estanquillo San Luis” ubicado en la esquina de Bravo y Juárez, donde dábamos puntualmente cuenta del “domingo”; que era un peso, no sé si de plata, cortesía de nuestras abuelas, de modo que reuníamos dos monedas. En este establecimiento, nos abastecíamos de golosinas como los chocolates—“Almon Ris”, “Tin Larín” y “Costanzo”—cada uno costaba cuarenta centavos, luego estaban las cocas chiquitas, las paletas heladas y los coquitos, entre los preferidos.

Cuando sobraba algo, al día siguiente, al salir del colegio al mediodía, me quedaba sin liquidez, al adquirir por un veinte, una suculenta jícama, aderezada con sal, chile y limón, por aquel maistro, que tenía su changarrito en la esquina de Hidalgo y Bolívar, donde hoy se encuentra el Museo de las Aves. Por cierto, ese comerciante, al que le faltaba un dedo, preparaba la fruta y cobraba sin lavarse las manos; por suerte no recuerdo haberme enfermado del estómago.

Cambiando de tema, pero siguiendo con el lenguaje, y hasta donde sé, Saltillo es la única ciudad en todo México en donde durante un tiempo existieron un gigante chiquito, y una preparatoria nocturna de día. Me explico. En el primer caso, durante un tiempo operó una tienda de la negociación “Gigante” que se localizó en un local sobre la calle de Torreón, entre Valdés Sánchez y el bulevar Coss, al mudarse a un nuevo establecimiento de mayores dimensiones, otro de menor tamaño ocupó el antiguo sitio, al que el habla popular bautizó como el “gigante chiquito”.

En el segundo caso, hay que recordar que el profesor Mariano Narváez, un gran humanista que sembró con generosidad su fructífera semilla en el campo de la educación, fundó entre otros centros educativos la Preparatoria Nocturna, en un local frente a la Alameda Zaragoza.

Esta Institución que con el tiempo pasó a pertenecer a la UAdeC, inició sus actividades para brindar educación a los trabajadores, por lo que operó en horario nocturno. Con el tiempo, y ante una mayor demanda, en el mismo local, se abrió el turno diurno, pero la gente la bautizó como la “Preparatoria Nocturna de día”. Estamos ante casos de Oxímoron, el cual consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión.

Cuando mi amigo y hermano Fernando Valdés Flores—que se nos adelantó en el camino--, ingresó a la UNAM para estudiar periodismo, me contó que en la clase de literatura en profesional, estaban viendo los mismos contenidos que en la preparatoria del Colegio México había impartido años antes el profesor Perales. Pienso que este es el mejor homenaje que se le puede rendir a un catedrático.