Morena: la inexistente autocrítica

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Morena: la inexistente autocrítica

Una de las características del pensamiento de izquierda es la autocrítica como mecanismo para conjurar el riesgo de traicionar los principios e ideales defendidos desde esta posición. O, si se prefiere, la autocrítica se concibe como herramienta para evitar caer en la autocomplacencia y con ello desdibujar paulatinamente el núcleo ideológico de la izquierda.

Tal postura no es un monopolio del pensamiento de izquierda, desde luego. Se trata de un ejercicio indispensable para mejorar los resultados de forma permanente en cualquier campo del quehacer humano. Hago el señalamiento, sin embargo, porque desde las trincheras de la izquierda la autocrítica constituye un elemento muy relevante, al menos en teoría.

Y es necesario recalcar el supuesto teórico porque la realidad nos muestra cómo, cuando la izquierda se convierte en gobierno, la autocomplacencia sustituye con escalofriante facilidad a la autocrítica lo cual denota, por decir lo menos, la inexistencia de un verdadero compromiso con el pensamiento del cual se dicen impulsores.

El mejor ejemplo de esta realidad lo tuvimos en la semana con el muy lamentable colapso de un tramo de la Línea 12 del Sistema Metro de la Ciudad de México y la forma en la cual reaccionaron las más prominentes figuras de la izquierda a cuyo cargo ha estado el Gobierno de esa metrópoli desde hace casi un cuarto de siglo.

Nadie ha gobernado en CDMX sino ellos. Desde 1997, cuando se permitió por primera ocasión a los capitalinos elegir con su voto al Jefe de Gobierno y los integrantes de la Asamblea Legislativa, la izquierda –desde el PRD primero, y ahora desde Morena– ha gobernado de forma ininterrumpida el centro del poder político en México.

Como esto es así –y es irrebatible– tras el colapso de la Línea 12 la fauna morenista no pudo recurrir a su excusa favorita: acusar a sus adversarios políticos de haberles heredado otro “fruto podrido del neoliberalismo” y, en consecuencia, culparles de la tragedia.

Pero tampoco se hicieron cargo de la obligación impuesta por la ideología a la cual aseguran estar suscritos, de realizar una revisión autocrítica de su propio pasado. Lejos de tal posibilidad, los integrantes de esa “nueva clase gobernante” cuyo propósito –teórico, nuevamente– es adecentar la vida pública del País, se han dedicado a morderse la lengua y demandarnos a todos refrenar el impulso de señalar culpables.

El retrato de la progresía morenista es prístino: lejos de poder considerárseles representantes del pensamiento de izquierda este episodio les desnuda de cuerpo completo y les presenta como son: apenas un conjunto de oportunistas para quienes el poder es una ambición vulgar.

Es preciso reiterar, desde luego, lo ya dicho en este espacio en múltiples ocasiones: hacer el retrato hablado de quienes integran Morena no tiene el propósito de colocarles en la casilla de los peores integrantes de nuestra clase política; mucho menos la de ponderar las “virtudes” de los adversarios a quienes desplazaron del poder.

La intención es insistir en el señalamiento reiterado aquí también: los políticos y gobernantes de Morena son exactamente igual a los demás, pues se encuentran afectados de los mismos vicios y siguen esencialmente la misma hoja de ruta en su actividad cotidiana.

En el fondo el problema es la imposibilidad material de diferenciar a unos de los otros dada la simetría de sus actos, el paralelismo de sus comportamientos, la transversalidad de los elementos esenciales de su conducta.

Y si todos son iguales, preguntará cualquier lector agudo, ¿cuál es la necesidad de señalar la obviedad? Sí esencialmente son lo mismo, pues lo mismo da emitir un juicio sobre la conducta de cualquiera de ellos.

En principio tendrá razón quien así opine, pero existe un matiz digno de señalarse: si todos son iguales y, al final –porque no hay de otra– es preciso escoger entre ellos para ocupar los puestos de responsabilidad gubernamental, lo mejor es no entregarle el poder absoluto a nadie.

Llamar la atención sobre la orfandad ideológica de la fauna morenista, o al menos su falta de congruencia entre las ideas presuntamente defendidas y sus actos, tiene el propósito de recordar a quienes ilusionadamente les votaron en masa hace tres años la estafa de la cual fueron objeto.

En aquel entonces la excusa era dejarles gobernar porque “no les habíamos dado la oportunidad” y, en todo caso, no podían hacerlo peor a los anteriores. Hoy tal argumento ha sido pulverizado por la evidencia acumulada de forma abrumadora y con la cual solamente puede llegarse a una conclusión: no hay tal vocación de transformar la realidad en una mejor.

El experimento estaba, por cierto, condenado al fracaso. Muchos lo hemos señalado desde siempre. Por desgracia, como decía doña Paty, nadie experimenta en cabeza ajena y habíamos de pasar por este episodio de oscuridad marcado por la tragedia. Ha llegado el momento de mostrar nuestra capacidad para aprender las lecciones políticas de la vida.

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3

carredondo@vanguardia.com.mx