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No migran, huyen
El fenómeno de la migración desde Centroamérica y México hacia Estados Unidos, acapara una vez más las primeras planas de los periódicos. Es un cuento de nunca acabar, la pobreza y la violencia crecen como consecuencia de la injusticia económica. El acaparamiento de bienes genera desigualdad, inseguridad y falta de oportunidades, son el saldo de una economía de mercado en la que el Estado “Rector” se hace cada vez más pequeño frente a los intereses privados. Frecuentemente a causa de la corrupción, en otras ocasiones por una confianza ciega en unas “fuerzas del mercado” que, día con día, evidencian sus limitaciones estructurales.
Algunos sostienen que sólo con empleo e inversión se mitigará la pobreza, asumen que ello detendrá la migración por razones económicas y de seguridad, esas primas hermanas que expulsan al migrante de sus territorios de origen.
Pero la inversión suele ir acompañada de una fatalidad preexistente, según la cual deben pagarse sueldos muy por debajo de los que se pagan en los países sede de las grandes empresas que, para instalarse en los países periféricos, piden incentivos económicos que impactan directamente los activos del estado receptor y de la región, como cereza del pastel, piden y obtienen un trato fiscal de preferencia.
A la postre, las inversiones impactan, para bien, muy poco en el desarrollo económico del país huésped, pero afectan negativamente en su tejido social, alteran la convivencia familiar y generan una espiral destructiva de aislamiento y abandono. La pandemia vino a empeorar las cosas, tanto los niveles de pobreza como de desempleo crecieron. Hoy en día se cuentan 209 millones de latinoamericanos que viven en la pobreza, de ellos, 78 millones se encuentran en pobreza extrema. Un 10.7 por ciento de los casi 640 millones de personas que viven en el subcontinente se encuentran desempleadas.
En esta profunda y aguda crisis económica, algunos pueden apostar por alguna forma de autoempleo, pero no todos lo consiguen y algunos corren con pésima suerte. A mayor pobreza y marginalidad, menores posibilidades y obstáculos más difíciles de superar. Todo ello ocurre en un ambiente de desgobierno e inseguridad, el diagnóstico no puede ser más claro: no migran, huyen. Para este año se prevé que arriben a los EU más de 2 millones de migrantes, cifra muy superior a los 859 mil de 2019 y el millón de 2006.
Tras cuatro años de populismo derechista, xenófobo y antiinmigrante, llega una nueva administración a los Estados Unidos que alentó expectativas al tamaño de sus promesas de campaña que muy pronto quedaron atrás, pasada la breve luna de miel. Con el tiempo se impuso la despiadada realidad del mercado: un gobierno sobresaturado, incapaz de atender el problema migratorio en su complejidad y dimensiones.
En Washington, los políticos podrán cambiar tantas veces como se quiera, pero en la frontera los agentes siguen siendo los mismos. Unos mejores que otros, pero todos sujetos a las capacidades del presupuesto, la infraestructura y la ley. Ellos deben atender comercio, turismo, seguridad y, encima de todo, la migración no documentada. El reto se antoja imposible de superar, así ha sido hasta el momento, por las buenas o por las malas, sin que importe mucho si la Casa Blanca está ocupada por demócratas o republicanos.
Mientras el problema migratorio siga debatiéndose en abstracto, como rehén de luchas intestinas en los pasillos del poder, mientras a nadie importe el factor humano y a nadie duela la desgracia que viven los migrantes, desgracia que requiere atención urgente, seguiremos dando vuelta para llegar al mismo sitio. Lo hemos dicho en otras ocasiones: la migración indocumentada es un pingüe negocio que aporta al mercado mano de obra barata e indefensa.
Ola tras ola de migrantes, el problema seguirá. De manera aislada, los gobiernos no pueden atender el reto. Urgen nuevas ideas, prácticas e innovadoras, soluciones reales alejadas de la demagogia, de las cúpulas políticas y de las capitales. Soluciones que contemplen y cubran el problema en sus países de origen, en los de tránsito y destino.
Regresando a las fuentes
Jesús Ramírez Rangel